Crónica urbana
Por Olivia Benítez
Recuerdo el episodio al bajar en mi moto el puente El Salado, en Iztapalapa, con la gente en sus coches, con su estrés e infelicidad. Es viernes, 14 de julio de 2023. Salgo del trabajo. Son las 3 de la tarde. Voy a casa, mis hijas me esperan; antes, paso a comprar un mueblecito para la ropa de ellas. Es un mueble de alambre grueso, tiene 4 canastas y es blanco. Pienso cómo llevarlo a casa, ya que trabajo en Neza, a 5 minutos de la UTN (Universidad Tecnológica de Nezahualcóyotl), y vivo en Iztapalapa, en Santiago Acahualtepec.
Lo amarro en la motoneta, a la que llamo Bicha; es mi medio de transporte. Diario tengo que trasladarme de la Ciudad de México al Estado. La nombro así porque de frente parece hormiga. Amarro el pinche mueble para ver cómo me acomodo.
La Bicha, en la parrilla que trae atrás, tiene adaptada una caja de plástico, de esas donde se transporta la fruta, que sirvió para fijar el mueble que mide como 1.80 m. de alto y como 90 cm. de ancho. Me preocupa que se mueva con el aire y me jale con la moto. El mueble quedó como si fuera copiloto y bien pinche sujetado a la Bicha y a mí.
Ahora la preocupación es que me pueda parar un patrullero y me quieran sacar para su chesco. ¡Chingue a su madre el diablo! Me arranco. Volteo y me despido con una sonrisa de la chava que me vendió el mueble. Pensé, mientras rodaba para incorporarme a Pantitlán: “Somos bien chingonas las viejas”. Y recordaba las hazañas que hemos logrado.
La gente me veía y sonreía. Yo iba a las puras vivas por si veía algún patrullero. Llegué a la avenida Texcoco y Kennedy, con mucho tráfico. Me detuve para ver si los coches subían el puente El Salado. Ya eran las 4, la hora pico. Este puente, al bajar y retornar, te conecta con avenida Zaragoza. Y luego se hace el desmadre. El mueble no era incómodo; ni estorbaba, sólo quedaba alto. Me dispuse a avanzar; si había oportunidad de rebasar, lo hacía. Voy subiendo el puente, al bajar ya se acaba el desmadre y sigue el flujo normal.
¡Chale! No me imaginé lo que pasaría. Al final del puente sigue en dirección recta y el retorno está a una cuadra de distancia. Del lado derecho, está una esquina donde salen carros y quieren incorporarse. Y hay más desmadre: pues los que bajan del puente a veces no los dejan pasar.
Delante de mí va un motociclista, parece de abonero, es roja la moto. Van el conductor y una chica. Estoy a poca distancia de ellos; hay un espacio para pasar por la orilla y avanzar. Justo en ese momento cuando pasa el chavo de la moto roja, sale de la calle un automovilista en un carro gris, grande, de cuatro puertas. De repente, el de la moto y el coche frenan. El de la moto avanza y lo voltea a ver y le hace movimientos con la cabeza de forma negativa.
No pongo mucha atención al conductor del carro gris. Avanza el de la moto roja y queda un espacio y me paso. ¡No mames! El del pinche carro se me dejó ir y quedó a centímetros de mí. Pensé que el wey me aventaba. Sentí culero. Mi corazón latía intensamente. Volteé a verlo: era un viejo como de cincuenta años y una mujer de copiloto. Le hice señas de que si no ve bien. Me mentaron la madre con el claxon; cuando es así, prefiero hacerme a un lado para que pasen.
Me orillé. Y el carro gris iba a pasar junto a mí. Sólo tenía que pasar y ya, lo ignoraría. Cuando llegó a mi lado izquierdo empezó una lluvia de grosería dirigidas a mí: “¡Pinche pendeja! ¡Fíjate! ¡Estúpida! ¡¿Qué no estás viendo?!”. Y parecía que la garganta se les desgarraba cuando los dos me gritaban: “¡Chinga a tu madre!”.
Me calenté y volteé y respondí con más groserías. El arrebato de palabras y la lluvia de grosería ya era el centro del espectáculo. “Ya mejor me voy, qué hago aquí parada”, pensé. No avancé casi nada cuando el culero me dio el cerrón. Y tuve que detenerme. Mi corazón latió más fuerte, dije: “¿Ahora qué pedo? Se van a bajar a darme en la madre. Y yo amarrada a la Bicha y al pinche mueble. No mames. ¿Qué hago?”.
Estaba súper nerviosa. Volteé a ver qué hacían los dos y alcancé a distinguir el rostro de él: feo, acabado y chimuelo; hasta vi la campanilla de su garganta de tanto que me gritaba y la vena exaltada en el cuello. Yo tenía mucho miedo, pero no lo demostraba. Ella, su copiloto, me sorprendió porque he visto que la compañera es la que calma el pedo. Te dice: “Ya, cálmate, maneja”, pero ella lo alentaba y gritaba: “¡Chinga a tu madre, culera!”. Vi sus rostros poseídos por el pinche diablo. Estaban desconectados de sí, su afán era acribillarme a palabras.
“Me dan ganas de callarlo con un putazo o echarme un tiro con su esposa. Pero estoy amarrada al mueble. Vale gorro. ¿Qué hago? Me hartan tantos gritos. Ya me cansé. Me voy a rifar; no, espera. Dudo que peleen limpio y menos si el chimuelo ve cómo madreo a su vieja. Si no estuviera amarrada ya lo hubiera hecho. Pero no soy partidaria de la violencia, ni de los golpes. Deja de pensar mamadas y sigue tu camino”, me ordeno.
La verdad es que tuve mucho miedo, me sentí atada a la moto, sin poder hacer nada. Imaginé: “Se van a bajar ¿y qué voy a hacer?”. Ya mejor me callé para pensar cómo salir de ahí. No se bajaron. Tampoco me dejaban pasar. No podía echarme para atrás porque estaba congestionado de carros. No sé cómo se vería el escenario desde afuera, que se acercó un tipo, en un carro guinda, al lado de la ventana del pinche chimuelo y le dice: “¡Ya! ¡Déjala ir!”. Y la ruca y él, en automático, voltearon y ahora la lluvia de grosería con mentadas de madre era para el del coche guinda.
“¡Tú no te metas, pendejo!”, fue la respuesta. Y al momento, un coro en los coches de atrás de “¡Muévete!”, más la orquesta de los claxon, presionó al chimuelo. Mientras, ellos repartían mentadas a todos. Yo volví a gritar: “¡Muévete, culero!”. Y di una patada a la puerta del copiloto. En tanto, ella escupía su veneno contra mí. El chimuelo no dejaba de discutir con el del carro guinda. “¡Ya, por favor, sólo quiero llegar a mi casa!”, pensaba mientras corría el miedo de que las cosas se pusieran peor. Nunca demostré temor, porque si te ves débil ya te chingaste. Entonces, el chimuelo se movió un poco. Y por ese espacio huí. Sólo desee escapar del tráfico, del estrés. Iba llorando, me sentí mal. Analizo y analizo: no tuve error. El error es de quien conduce con violencia y con descontrol. ¿Así vive la sociedad? Pinche viejo chimuelo horrible, poseído, y con esa mujer al lado.