En tiempos de adversidad pandémica
Por Omar Nava Barrera
Habría que cuestionarnos desde un análisis histórico, pero también introspectivo de nuestra educación escolarizada como estudiantes del sistema educativo mexicano, si la labor docente ha tenido un periodo de plena integridad en alguna etapa de la conformación del Estado-nación mexicano y, si es así, bajo qué circunstancias y en qué periodo, pues pareciera que la dignificación de la labor docente es una deuda histórica y no sólo coyuntural.
Lo que está claro es que, desde hace años, la clase político-empresarial se ha encargado de criminalizar al magisterio políticamente organizado, mientras que paralelamente la docencia ha vivido un proceso de tecnificación y despolitización, pues el docente como sujeto intelectual, que debiera pensar detenidamente su labor, ha pasado a ser un mero aplicador de ideas ajenas a su actividad (Díaz e Inclán, 2001) cuestión que se ha recrudecido con el tan mentado modelo neoliberal, cuya lógica se ha enquistado en la educación escolar, de tal manera que uno de sus tantos productos es la hiperprecarización de la docencia manifestada en el profesor de asignatura, por ejemplo.
Por si fuera poco, ya es bien sabido que en estos tiempos de adversidad pandémica, el espacio escolar se ha modificado de una manera sin precedentes en la historia de la escuela moderna. La abrupta e inesperada transformación de la modalidad presencial a la virtualidad, ha sido también, desde luego, pedagógico-didáctica y cognitiva, en la que el papel del profesorado ha sido crucial e incluso performativo, pues denota el compromiso y la convicción que muy pocas veces se reconoce, ya que una de las piezas fundamentales, en medio de lo que pareciera un escenario distópico de ciencia ficción, ha sido el quehacer docente como engrane que, de alguna u otra manera, ha mantenido el funcionamiento de un sistema tan fluctuante y complejo como lo es la escolaridad en tiempos de Covid.
Sin embargo, es importante no caer en la tan violenta desmemoria, pues la precariedad de la docencia como labor no es un producto propio de la pandemia, sino que más bien la peste sacó a flote las contradicciones que vive el profesorado en todos los niveles del sistema educativo, y no sólo eso además, precarizó aún más su práctica. Recordemos la reciente movilización del profesorado de asignatura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), como participantes de la Asamblea General Universitaria, cuya principal demanda es, para variar un poco, mejorar las condiciones laborales de los profesores de asignatura y ayudantes es decir, la demanda va mucho más allá del vergonzoso adeudo salarial de la Universidad con sus profesores y profesoras, dejando entrever que la hiperprecarización del trabajo docente no es propio de la industria de la educación privada.
En este mismo sentido, hace apenas unos días integrantes de la colectividad Paulo Freire y de la Coordinadora Nacional de Maestros de Trabajadores de la Educación (CNTE), sección 9 de la región oriente de Iztapalapa, denunciaron la sobreexplotación a la que están siendo obligados debido a la ampliación de días laborales para el magisterio. Es una política que busca atacar el rezago y la precariedad educativa, que si antes de la pandemia estaba por los suelos ahora es subterránea, pero en detrimento de las condiciones reales del docente. Y no se trata de posicionarnos desde una visión apocalíptica en la que profeticemos el devenir del sistema educativo mexicano, no obstante, el presente educativo, como adyacente de un pasado poco alentador, aún inmerso en un contexto de pandemia, no pareciera dar muchas esperanzas de un mejor futuro en lo pedagógico-educativo. De tal manera que, así como lo ha demostrado la historia en otros contextos, la dignificación de la educación y del trabajo docente no se mendiga, sino que se construye desde la creatividad de la lucha organizada dentro y fuera del aula “hasta que la dignidad se haga costumbre”.