Por Harrison Stetler
Fuentes: https://www.sinpermiso.info
La prisa de la Unión Europea por aumentar el gasto militar tiene tanto que ver con el apaciguamiento frente a Washington como con la consecución de una verdadera «autonomía estratégica».
Fue un anticipo de lo que está por venir. Aunque el apoyo de la administración de Joe Biden a Ucrania adormeció los temores de una retirada estadounidense de Europa, esas esperanzas se desvanecieron con el estruendoso regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. Desde el mes de enero, Trump ha intensificado rápidamente sus críticas a los aliados tradicionales de los Estados Unidos en la Unión Europea, al tiempo que iniciaba negociaciones con Moscú, pasando por encima de las capitales de la UE y de Kiev. Cuando salieron a la luz las filtraciones de Jeffrey Goldberg, que mostraban a altos cargos de la administración Trump burlándose en privado de la dependencia europea – «Es PATÉTICO», escribió el jefe del Pentágono Pete Hegeseth-, había poco que las élites de la UE no debieran saber ya.
Y el mensaje, al parecer, está llegando. La Unión Europea y los principales Estados miembros están sentando las bases para un aumento de los gastos militares del bloque.
¿2 % del PIB? ¿3,5%? ¿5%? ¿5,5%? Los gobiernos, desde Suecia y Alemania hasta Lituania y Polonia, van superándose a sí mismos en sus objetivos de gasto militar, antes de la cumbre de la OTAN del próximo mes de junio, en la que se espera que el volumen de los presupuestos militares desempeñe un papel importante en la presión para que Washington siga invirtiendo en el continente. Ha surgido un punto de consenso en la política normalmente díscola del bloque, que une a socialdemócratas y verdes de la izquierda con conservadores de la clase dirigente y facciones de la extrema derecha: es hora de rearmarse. Puede que persistan muchos interrogantes y desacuerdos sobre la estrategia a largo plazo, pero se están disimulando con varios llamamientos, como el de la primera ministra danesa Metter Frederiksen, a «gastar, gastar, gastar en defensa y disuasión».
Ese cambio se consagró en un libro blanco sobre política de defensa publicado el 19 de marzo por la Comisión Europea, el brazo ejecutivo de la UE dirigido desde 2019 por Ursula von der Leyen. El documento, «Preparación de la Defensa Europea 2030», es el marco para una revisión de la política industrial militar de la UE, destinada a preparar a Europa para tomar el relevo del recorte de la ayuda norteamericana a Ucrania y lograr la autosuficiencia militar en unos pocos años. Basándose en el plan «ReArm Europe» anunciado a principios de este invierno, el plan aboga por un «aumento sin precedentes de la inversión europea en defensa», instando a la adquisición conjunta, una mayor interoperatividad entre las fuerzas armadas y un mayor arsenal de material militar. Los contratistas militares de la UE deben contar con la previsibilidad de inversión necesaria para un retorno duradero a la escala y producción en tiempo de guerra.
Acelerado tras la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia, el gasto europeo en defensa estaba en aumento desde antes del regreso de Trump a la Casa Blanca. Desde 2021, el gasto militar acumulado de los 27 Estados miembros de la UE ha aumentado un 31%, hasta alcanzar los 336.000 millones de euros en 2024, aproximadamente el 1,9% del PIB del bloque. A principios de marzo, los Estados europeos dieron luz verde al paquete ReArm Europe de von der Leyen, que pretende liberar 800.000 millones de euros adicionales para un impulso presupuestario plurianual, incluidos 150.000 millones de euros de préstamos colectivos y préstamos de Bruselas a los Estados miembros.
Tal vez el giro más espectacular se haya producido en Alemania, donde la llegada al poder del Canciller conservador Friedrich Merz apunta hacia una revolución en la política industrial de defensa. Tras dirigir una campaña orientada en gran medida a mantener la ortodoxia financiera, Merz consiguió que el Parlamento alemán aprobara en marzo una adaptación de los créditos de defensa a la «ruptura fiscal» de la Constitución alemana, que limita estrictamente el gasto deficitario. En total, el plan de Merz podría suponer un aumento del gasto de 1 billón de euros en los próximos años, repartido aproximadamente entre nuevos gastos militares y un fondo de 500.000 millones de euros para inversiones en infraestructuras.
Muchos han querido ver en estos anuncios una victoria tardía del presidente francés Emmanuel Macron, defensor desde hace tiempo de la «autonomía estratégica» europea. Frente a la creciente falta de fiabilidad y el ensañamiento de Washington con sus aliados, el argumento es que Europa necesita poder dirigir su propia política exterior y de defensa, y no rehuir el tipo de inversión para el relanzamiento económico realizado por las potencias geopolíticas que actúan a la par en la UE. «Mi prioridad absoluta será fortalecer Europa lo antes posible para que, paso a paso, podamos lograr realmente la independencia de Estados Unidos», declaró Merz la noche de las elecciones a finales de febrero. En boca de un conservador del establishment alemán, una declaración así habría sido casi inconcebible hace sólo unos años.
Sin embargo, el aumento de los presupuestos militares oculta un laberinto de intereses en competencia y de presiones en el camino hacia una mayor autonomía europea. Grandes desacuerdos dividen aún a las capitales de la UE, en concreto cuestiones espinosas como la visión estratégica y para qué sirve precisamente una Europa remilitarizada. Las disparidades en el poder financiero necesario para amortiguar el nuevo gasto en defensa son también enormes, en un bloque económico que sufre tasas de crecimiento económico deprimidas y altos niveles de endeudamiento público.
El rearme corre el riesgo de agravar los propios desequilibrios internos de la UE. La largueza de Alemania marca una clara ruptura con las décadas de falta de inversión que las élites políticas y económicas del país señalan ahora como causa principal -junto con la interrupción de las importaciones de combustible ruso- de sus problemas industriales. Y si bien algunos analistas afirman que el derroche alemán podría ser la marea que levante a todos los barcos, sus medidas fiscales son la otra cara de las limitaciones presupuestarias a las que se enfrentan otros Estados de la UE. De hecho, una de las preocupaciones es que un rápido aumento del endeudamiento alemán dificulte a sus socios la búsqueda de financiación propia.
De hecho, buena parte de la cifra de 800.000 millones de euros presentada por von der Leyen es hipotética. Más allá de los 150.000 millones de euros en préstamos directos de Bruselas, los otros 650.000 millones aproximadamente se obtendrían mediante una flexibilización de las normas de gasto deficitario de la UE para gastos militares y una mayor inversión privada en el sector de defensa.
Hay muchos en el seno del bloque que aprovecharían también la oportunidad, cualquier oportunidad de mantener lazos con su excitable hermano mayor al otro lado del Atlántico. Esto ha quedado patente en el impulso de Macron y el primer ministro británico, Keir Starmer, para constituir una «coalición de voluntarios» para una «fuerza de reaseguro» europea en Ucrania. Aunque ha crecido el interés por la idea, una coalición amplia probablemente dependa de obtener garantías de Washington y el apoyo de las capacidades logísticas y de inteligencia del ejército norteamericano.
Luego están las fuerzas que presionan activamente para estrechar lazos con Washington. La única dirigente de la UE que asistió a la toma de posesión de Trump en enero, la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, de extrema derecha, quiere colocarse como puente entre Washington y la UE, y en una entrevista reciente calificó de «infantil» la elección entre una mayor cooperación de la UE y los lazos transatlánticos.
La mejor señal de cómo se desarrolla realmente el tira y afloja de la ruptura con Washington consistirá en seguir por dónde fluyen los créditos de defensa. Según los términos del plan ReArm de la UE, al menos el 65% de los 150.000 millones de euros de los préstamos de los Estados miembros deben destinarse a la adquisición de productos fabricados en Europa. Esto se consideró en general una «victoria» para Francia, que cuenta con una gran industria de defensa y defiende desde hace tiempo el planteamiento de «comprar europeo».
Esto significa que una parte considerable de las compras, incluidas las procedentes de préstamos independientes de los propios Estados miembros, seguirán yendo a parar a contratistas de fuera de la Unión Europea. Las empresas estadounidenses tienen un nivel de escala y experiencia técnica que las hace casi inevitables. Y, como todo el mundo sabe, Trump ve con buenos ojos las grandes compras de productos y servicios norteamericanos. Por lo tanto, los críticos no se equivocan al advertir que los crecientes presupuestos de defensa europeos podrían actuar como una suerte de impuesto indirecto estadounidense. También podrían describirse como un «soborno».
Algunas de las cosas que proporcionan los Estados Unidos van a resultar casi imposibles de substituir, sobre todo el «paraguas» de seguridad que proporciona su arsenal nuclear. Este invierno se han producido una serie de conversaciones y especulaciones, con cierto interés alemán, sobre una mayor cooperación franco-británica en materia de política y capacidades nucleares (el Reino Unido y Francia son las dos potencias nucleares del continente).
«Disuasión» europea puede sonar sobre el papel como algo razonable. Pero muchas capitales siguen sin ver una alternativa a los Estados Unidos. Polonia está presionando para que los Estados Unidos trasladen cabezas nucleares al país, donde a finales de 2024 se inauguró una nueva base de defensa antimisiles norteamericanos. Situándose como ancla oriental del rearme europeo, Varsovia planea aumentar el gasto militar hasta al menos el 5% del PIB, mientras hace de intermediaria en la promesa de la administración Trump de hacer cumplir la cláusula de defensa mutua de la OTAN.
Como reacción al shock causado por Trump, la aceptación, con algunas excepciones, entre las diversas opiniones públicas europeos de un mayor gasto militar es ciertamente comprensible. El problema vendrá si eso significa hacer otros sacrificios, ya que las lagunas de gasto deficitario para los presupuestos de defensa no se extenderán a otras prioridades estatales.
Un editorial reciente de Le Monde predecía que la opinión pública necesitaría una fuerte dosis de «pedagogía» para prepararse para las difíciles decisiones de gasto que se avecinan. De modo semejante, Un columnista del Financial Times afirmaba asimismo que «todas las demás prioridades son secundarias» para que Europa pueda reunir mayor poder militar, y que lo que hay que recortar son los programas sociales y de bienestar. Este momento de «keynesianismo militar» ya está eclipsando las implicaciones de la crisis climática para la seguridad, y la Comisión Europea está tratando de suavizar la normativa medioambiental aprobada hace sólo unos años.
Ya en 2003, una carta abierta firmada por destacados intelectuales como Jacques Derrida y Jürgen Habermas apuntaba a la incapacidad de la Unión Europea para oponerse eficazmente a la invasión de Irak por los Estados Unidos. «La reducción de la política a la estúpida y costosa alternativa de guerra o paz sencillamente no compensa», escribían. «A escala internacional y en el marco de la ONU, Europa tiene que poner su peso en la balanza para contrarrestar el unilateralismo hegemónico de los Estados Unidos». Más de 20 años después, la urgencia por aumentar el presupuesto de defensa ha hecho que Europa ponga su «peso en la balanza», podríamos decir. Pero con muy poco en cuanto a una visión alternativa real del continente en los asuntos mundiales. A pesar de todo el alboroto por la aparente voluntad de la administración Trump de abandonar Kiev a los designios de Putin, la defensa europea del Derecho internacional ha recibido un golpe fatal al secundar el apoyo de Washington a la guerra de Israel contra Gaza. Lo que queda es el atractivo de una Fortaleza Europa, con Ucrania como «puercoespín de acero» de von der Leyen al Este, o bien, para Meloni, amenazas de «360 grados» desde cualquier otro lugar.
Harrison Stetler profesor y periodista independiente radicado en París, es colaborador de medios norteamericanos como Jacobin, The Nation. The New Republic o The New York Review of Books, para los que escribe sobre política francesa y europea.