Por Melchor López
«No manchen, ¿Por qué nos llaman pichones? ¿Por qué mejor no nos dicen halcones, lobos o águilas?».
La voz es de Azucena, con frases que denotan una queja elocuente. Su amiga Claudia le apoya. En ese momento los sentidos de las palabras no están en su lugar. Su interlocutor se queda sin entender al recibir la queja, él es el entrenador del equipo estudiantil de volibol del nivel media superior.
Estamos en el patio de la escuela, un espacio en el que cabe una cancha de fútbol de cinco contra cinco y una de basketbol sobrepuesta en la de volibol.
Cuando todos y todas van a entrenar volibol es un hervidero de emociones. La escuela pública desde hace muchos años desapareció la asignatura de educación física y con ella fuertes espacios para echar cotorreo, disciplina y acondicionamiento físico; y con esto se marginó la frase filosófica: mente sana en cuerpo sano.
Azucena y Claudia no lograron entrar en la primera selección de jugadoras para integrar el equipo que los representaría en un torneo de volibol.
En tanto esperan que inicie el entrenamiento, piden un balón. Cascarean. Se aislan para seguir practicando, saben que pueden dar el ancho para ser del cuadro titular.
En un receso buscan al entrenador. Cotorrean con él. Entre los tres acuerdan entrar a disputar puntos con el equipo representativo. Titulares contra suplentes. Invitan a otros para que la disputa sea seis contra seis.
Mientras se acomodan en sus posiciones, echan el cotorreo y se abrazan y sonríen, en una palabra: gozan la vida estudiantil sin la presión de los puntos para la calificación aprobatoria. Ellas saben que esto les aleja de los regaños o llamadas de atención de los traumados docentes. Vivir la estancia escolar sin calificaciones es lo máximo.
«¡Sacan pichones!», grita uno de los líderes del equipo titular. Y rueda el balón al equipo de Azucena; pasa cerca de los pies de ella, que no hace nada por detenerlo porque se vuelve a preguntar: «¿Por qué nos llaman pichones y no halcones, lobos o águilas?». Se siente ofendida, le provoca ansiedad que les digan así.
Azucena y Claudia no saben que es una regla no escrita de hace años que se estableció en el barrio. «Sacan pichones», es concederles el balón al que va a iniciar la retadora contra el equipo ganador; y de arranque el balón pasa a estar en poder de los «pichones».