Por Raúl Zibechi
La frase la venimos escuchando desde hace años en comunicados del EZLN y en palabras de las mujeres zapatistas. Ahora aparece en un video de Xun Sero en homenaje al padre Marcelo. La guerra contra los pueblos y la indiferencia cómplice de los poderes es el contexto en que se pronuncia esta afirmación de dignidad colectiva.
En febrero de 2013, en uno de los comunicados de la serie Ellos y nosotros puede leerse: Estamos muy dispuestos a todo y no tenemos miedo. En la convocatoria al primer Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan, en diciembre 2017, la cuestión del miedo aparece en lugar destacado: Pero como quiera no tenemos miedo, o sí tenemos, pero lo controlamos, y no nos rendimos, y no nos vendemos y no claudicamos.
En muchas otras ocasiones el EZLN ha abordado esta cuestión, señalando incluso que más allá de la cantidad de personas que resisten y no se dejan, el no tener miedo se ha convertido en una seña de identidad del movimiento. En solitario, el padre Marcelo repitió el concepto, agregando: No tenemos miedo, nunca más. No tengo claro si su prédica tiene algún eco en la diócesis de San Cristóbal de las Casas, pero al parecer una parte de sus fieles seguiría esa orientación como pudo verse en los días posteriores a su asesinato.
En las tradiciones revolucionarias el tema del miedo ha aparecido en raras ocasiones. Recuerdo alguna frase del Che Guevara y poco más. Quizá porque reconocer que el miedo no cuadra en organizaciones que se consideraban vanguardia y muy probablemente porque la cultura patriarcal dominante no estaría dispuesta a aceptar el miedo como algo natural en los colectivos hu¬manos de abajo, perseguidos y acosados por los poderosos. Quisiera abordar algunas cuestiones desde la práctica de los movimientos rebeldes.
La primera es que la afirmación no te¬nemos miedo es en plural, colectiva, no individual. Ser parte de pueblos y de organizaciones revolucionarias permite trabajar los miedos desde otro lugar. Supone reconocer el miedo sin negarlo, trabajarlo para acotarlo o tenerlo bajo control, no al modo del sicoanálisis sino de las prácticas comunitarias que pasan por escuchar a los mayores, por mirarnos hacia dentro y mirar alrededor. No es lo mismo el miedo en la ciudad que en las montañas y las selvas, porque el diálogo con la vida nos coloca en otro lugar.
La segunda se relaciona con la vanguardia. No recuerdo que en la militancia hayamos debatido los miedos en reuniones, antes o después de alguna acción, aunque es evidente que los temores nos atravesaban. Mis miedos estaban en la tortura, si sería capaz de resistirla. Pero algo nos impedía reconocerlo y hablarlo, y creo que es el hecho de habernos creído superiores, hombres nuevos. Ya lo dijo Stalin en el homenaje a Lenin: Los comunistas somos hombres de un temple especial. Estamos hechos de una trama especial (Con motivo de la muerte de Lenin, Obras escogidas, 1953).
Por el contrario, quienes integran el EZLN siempre me parecieron personas comunes, pero autotrabajadas, formadas por la organización y por la historia de los pueblos, con tal profundidad que son capaces de dedicar sus mejores energías a la construcción colectiva de un mundo nuevo. Nunca sentí que se consideraran especiales, o superiores, sino todo lo contrario, como parte de pueblos y comunidades que trabajan con sencillez y paciencia con sus semejantes. Hablan poco y hacen mucho.
La tercera es que decir no tenemos miedo forma parte de la autoafirmación colectiva, de la determinación y la firmeza de ser lo que son aceptando todas las consecuencias. No se trata de un desafío a los poderosos, a los ejércitos y a los malos gobiernos, sino la consecuencia de un trabajo interior colectivo muy consistente, que permite asegurar el no tener miedo desde la convicción y la confianza colectivas.
El hecho de no tener miedo es la fuerza interior y comunitaria que permite afrontar las tormentas, en particular las violencias de arriba, manteniendo la calma y la orientación decidida. Porque es en situaciones difíciles como las actuales cuando son más necesarias la organización y la firmeza en el timón. Pero para conseguirlo, es indispensable superar el miedo.
La historia de los procesos revolucionarios está plagada de programas y manifiestos brillantes que se vuelven papel mojado cuando arrecian las tormentas, porque en esos momentos se toman los caminos más cómodos, pero no los que se habían decidido previamente. La crisis de la socialdemocracia europea cuando estalla la guerra de 1914 es buen ejemplo de cómo el miedo a perder lo acumulado genera desvíos que llevan a apartarse del camino tomado.
Creo que debemos reflexionar sobre la frase no tenemos miedo. Detrás de esas tres palabras tiene que haber un trabajo colectivo muy potente, que es lo que permite a las organizaciones seguir adelante aun cuando todo está en contra y cuando las mayorías se rinden a los poderosos.
Publicado en La Jornada