Por Óscar García González
Llega el momento de hacer un balance desde los movimientos sociales. Por un lado, la 4T ha garantizado su consolidación y continuidad superando incluso los votos que su líder carismático alcanzó en su primera victoria; por otro, un zócalo y palacio nacional amurallados para inhibir que padres y deudos de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa “desaparecidos” hace ya una década con sus solidarios acompañantes, reclamaran las promesas incumplidas de verdad y justicia.
Las reformas estructurales aprobadas como la de la Guardia Nacional o la del poder Judicial avizoran mayor concentración del poder, no necesariamente en favor de los gobernados. La foto de Yunes con la nueva presidenta Claudia Sheinbaum dice mucho más que cualquier análisis o presagio del sexenio que viene porque sintetiza los acuerdos de la clase política, contraviniendo la elemental ética política entre los fines y los medios. La familia Yunes señalada y acusada de múltiples delitos del pasado es ahora purificada, exonerada y premiada con la Comisión de Justicia del Senado de la República junto a Javier Corral, otro opositor patriota oportunamente convertido al morenismo.
El ataque, la represión y criminalización de la protesta contra los colectivos que defienden el territorio, el agua y la vida continuó como en los sexenios anteriores con el asesinato, hasta la fecha impune, de Samir Flores, que se opuso al Megaproyecto Integral Morelos, mismo que el presidente criticó en su campaña, lo mismo que la militarización. Dos años después la comunidad otomí residente en la ciudad de México que había sido desalojada de los predios que resultaron dañados en la colonia Roma durante los sismos de 2017, tomaron las instalaciones del Instituto Nacional para los Pueblos Indígenas para presionar la solución de su demanda de vivienda que sigue sin atenderse. Una de las imágenes finales del sexenio es el empleo de un grupo de choque de tipo halcón-paramilitar en contra de manifestantes en las alcaldías de Xochimilco y Tlalpan. El nombre de la maestra Hortensia Telésforo y cinco activistas más, se añade al de defensoras y defensores comunitarios perseguidos por las fiscalías de la 4T, paradójicamente en tiempos en que se recurre en el discurso a la justicia para justificar sus reformas a la constitución.
Los pírricos avances en la reforma indígena contrastan con el asesinato de al menos una centena de defensores comunitarios durante el sexenio, las expropiaciones por los megaproyectos y la nula vinculación de las consultas indígenas sobre el aprovechamiento de los recursos en sus territorios. Muy lejos de los Acuerdos de San Andrés que el presidente prometió legislar. Se trata de borrar cualquier intento de autonomía que pueda ser ejercido por las comunidades indígenas de este país. Seguramente hubo avances con algunos programas sociales, pero la cooptación y compra de voluntades a través de los mismos marcan más una continuidad con el Plan Puebla Panamá o con el Plan Mérida, que un quiebre o transformación.
Los 40 migrantes asfixiados, calcinados en Ciudad Juárez o las víctimas por la “caída” de la línea dorada del metro en la capital hubieran causado un estallido social en las calles similar al de los 43 normalistas si el gobernante no hubiera sido AMLO y el partido hegemónico de estado no fuera Morena.
El feminismo no se hubiera tornado “silencioso” como tituló su más reciente libro la primera dama. La polarización le resultó benéfica a largo plazo a la presente administración con un hábil manejo del discurso al simplificar la complejidad y diversidad de los movimientos sociales en todos los rincones del país. De estos movimientos, los antimonumentos son tan sólo la mínima expresión de su vitalidad.
Aunque los datos duros nos muestran que el neoliberalismo no sólo no se extinguió, sino que incluso aumentó la riqueza más que nunca de los dueños de este país. No ha habido un cambio de régimen. La 4T supo imponer el relato de la transformación, y como agujero negro engulló las mentes y los corazones de la mayoría de la población en un contexto internacional que se ultraderechiza.
Los fanáticos de la figura presidencial invitan al olvido, a la resignación para quienes claman justicia en el desierto de la indiferencia. Diez años es mucho, machacan, olvidan que fue la persistencia de su héroe por más del mismo lapso lo que finalmente lo llevó al gobierno, que no al poder. La jornada de la memoria persistente se vio enmarcada por fenómenos meteorológicos y geológicos como mal presagio y de ello dejaron constancia los estudiantes normalistas en su intervención.
Publicado en rebelion.org