Por Omar Navarrera
Lo que acontece en Bolivia, con la fuerte división cada vez más evidente entre el presidente Luis Arce y el exmandatario Evo Morales no es fortuito en la región latinoamericana. Así como lo que aconteció en Ecuador con la ya bien conocida traición del mandatario Lenin Moreno; similar a lo ocurrido en Chile con Gabriel Boric, que navegó con los principios de la izquierda y en su llegada al poder se alineó con la derecha internacional al mismo tiempo que desató una represión contra el movimiento social.
De tal manera que, desde hace un par de años, en este mismo periódico, he venido trabajando la idea de que para que los gobiernos progresistas se consoliden como una verdadera alternativa de transformación tendrían que ser más demoledoramente críticos con la estructura y con las prácticas concretas del gran capital; al mismo tiempo deberían encarnar el ejercicio de aprender de los errores de otros gobiernos denominados de izquierda en una suerte de praxis pedagógico-política.
La división en dichos gobiernos es inherente a las estrategias contrainsurgentes de la derecha internacional. Las estratagemas corporativistas de la élite se afinan cada vez más. En México, por ejemplo, no cesa la violencia (como el reciente asesinato del alcalde de Chilpancingo), los grupos del narcotráfico fungen como grupos terroristas de choque de los cuales tiene plena consciencia la DEA como brazo gestor del narco del imperialismo norteamericano.
Hay que poner mucha atención con las tensiones allá arriba, con la política partidista, entre el ahora partido hegemónico y los privilegios de la derecha conservadora. En ese supuesto fuego cruzado, entre Morena, (encabezada por la ahora presidenta Claudia Sheinbaum), que se autodenomina la representante de los pobres y la esperanza del país y la derecha representante abierta e históricamente de los dueños del capital, se encuentra una sociedad mexicana con necesidades concretas, tales como la exigencia de seguridad, reducción de la jornada laboral a 40 horas, justicia ante los feminicidios y desaparecidos(as), etc.
Por si fuera poco, urge la necesidad de justicia ambiental pues al inicio de su campaña, la actual presidenta prometió prohibir la minería a cielo abierto, un punto que ya no mencionó el primero de octubre. Además, sigue vigente la justicia por los 43 compañeros normalistas y que continúen las investigaciones de los organismos independientes que fueron entorpecidos por proteger al ejército.
En resumidas cuentas, el ejercicio de la crítica es una necesidad ante el poder estatal, más allá de la partidocracia. En este nuevo sexenio, y en el contexto de los gobiernos progresistas latinoamericanos, es crucial la crítica y la praxis político-pedagógica desde la organización de base para poder construir sociedades y pueblos dignos. Ningún pueblo históricamente oprimido será representado por completo desde el Estado sin ser escuchado y tomado en cuenta desde sus agendas particulares.
Urge que el poder deje de volverse tan autorreferente y comience a darse cuenta de los vicios institucionales que sigue reproduciendo desde sus proyectos concretos. Es decir, pareciera que se quieren hacer cosas nuevas, como la Nueva Escuela Mexicana (NEM) con las mismas metodologías extractivistas y verticalistas de una estructura opresiva (tema que me gustaría desarrollar en los próximos artículos, bajo la misma línea y en este mismo periódico).