Por Michael Roberts
Fuentes: https://www.elviejotopo.com
Después de la II Guerra Mundial, el FMI y el Banco Mundial se convirtieron en los principales organismos de cooperación y actuación internacional en la economía mundial. Fueron instituciones que surgieron del Acuerdo de Bretton Woods de 1944,que fijó el futuro orden económico mundial que se establecería al finalizar la II Guerra Mundial. En aquel momento, el entonces presidente estadounidense Franklin Roosevelt ofreció estas proféticas palabras: «El momento histórico en que nos encontramos está lleno de promesas y peligros. El mundo avanzará hacia la unidad y la prosperidad ampliamente compartida o se separará en bloques económicos necesariamente enfrentados».
Roosevelt se refería a la división entre Estados Unidos y sus aliados y la Unión Soviética. Esa «guerra fría» llegó a su fin con el colapso de esta última en 1990. Pero ahora, 35 años después, las palabras de Roosevelt tienen un nuevo contexto: entre Estados Unidos y sus aliados y un bloque emergente de naciones del «Sur Global».
El orden económico mundial acordado en Bretton Woods estableció a EE.UU. como la potencia económica hegemónica en el mundo. En 1945 era la nación manufacturera más grande del mundo, tenía el sector financiero más importante, las fuerzas militares más potentes –y dominaba el comercio y la inversión mundiales mediante el uso internacional del dólar.
John Maynard Keynes participó activamente en el acuerdo de Bretton Woods. Comentó que su «avanzada idea de una nueva institución para equilibrar más equitativamente los intereses de los países acreedores y deudores fue rechazada». El biógrafo de Keynes, Robert Skidelsky resumió el resultado: «Naturalmente, los americanos se salieron con la suya debido a su poder económico. Gran Bretaña renunció a su derecho a controlar las monedas de su antiguo imperio, cuyas economías pasaron a estar bajo el control del dólar, no de la libra esterlina». A cambio, «los británicos obtuvieron crédito para sobrevivir, pero con intereses. Keynes dijo al parlamento británico que el acuerdo no era una afirmación del poder estadounidense sino un compromiso razonable entre dos grandes naciones con los mismos objetivos; restaurar una economía mundial liberal». Las otras naciones fueron ignoradas, por supuesto.
Desde entonces, Estados Unidos y sus aliados europeos han dominado el FMI y el Banco Mundial, tanto en personal como en políticas. A pesar de algunas reformas menores en sus votaciones y toma de decisiones en los últimos 80 años, el FMI sigue estando dirigido por el G7, que prácticamente no da voz a otros países. Hay un total de 24 puestos en el directorio del FMI, con el Reino Unido, Estados Unidos, Francia, Alemania, Arabia Saudí, Japón y China, cada uno con un puesto individual, y Estados Unidos con el poder de vetar cualquier decisión importante.
En cuanto a la política económica, el FMI es quizá más conocido por la imposición de «Programas de Ajuste Estructural». Los préstamos del FMI se «concedían» a países con dificultades económicas a condición de que aceptaran equilibrar sus déficits, reducir el gasto público, abrir sus mercados y privatizar sectores clave de la economía. La política más recomendada por el FMI sigue siendo recortar o congelar la masa salarial del sector público. Y el FMI sigue negándose a exigir impuestos progresivos sobre la renta y la riqueza de las personas y empresas más ricas. Para 2024, 54 países se encuentran ahora en crisis de deuda y muchos gastan más en el servicio de su deuda que en financiar la educación o la sanidad. Algunos de los peores casos han sido destacados en este blog.
Los criterios del Banco Mundial para los préstamos y la ayuda a las naciones más pobres también se mantienen dentro de la opinión económica dominante de que la inversión pública se realiza simplemente para animar al sector privado a asumir la tarea de la inversión y el desarrollo. Los economistas del Banco Mundial ignoran el papel de la inversión y la planificación estatales. En su lugar, el Banco quiere crear «mercados globalmente contrastables, reducir las regulaciones de los mercados de factores y productos, dejar marchar a las empresas improductivas, reforzar la competencia, profundizar los mercados de capitales».
Kristalina Georgieva acaba de ser respaldada para un segundo mandato al frente del FMI. Y ahora habla de políticas económicas «inclusivas». Dice que quiere aumentar «la colaboración global y reducir la desigualdad económica». El FMI afirma que ahora se preocupa por las consecuencias negativas de la austeridad fiscal, y cita a menudo cómo el gasto social debe protegerse de los recortes mediante condiciones que estipulen suelos de gasto. Sin embargo, un análisis de Oxfam de diecisiete programas recientes del FMI descubrió que por cada dólar que el FMI animaba a estos países a gastar en protección social, les decía que recortaran 4 dólares a través de medidas de austeridad. El análisis concluyó que los niveles mínimos de gasto social eran «profundamente inadecuados, incoherentes, opacos y, en última instancia, fallidos».
Hasta hace poco, el FMI consideraba que un crecimiento más rápido dependía de una mayor productividad, la libre circulación de capitales, la globalización del comercio internacional y la «liberalización» de los mercados, incluidos los laborales (lo que significaba debilitar los derechos laborales y los sindicatos). Esta era la fórmula neoliberal para el crecimiento económico. Pero la experiencia de la Gran Recesión de 2008-9 y la caída pandémica de 2020 parece haber dado una lección aleccionadora a la jerarquía económica del FMI. Ahora la economía mundial sufre de «crecimiento anémico».
Así que el FMI está preocupado. Georgieva afirmó que la razón de que las principales economías estén experimentando una ralentización y un bajo crecimiento del PIB real es la creciente desigualdad de riqueza e ingresos: «Tenemos la obligación de corregir lo que ha sido más gravemente erróneo en los últimos 100 años: la persistencia de una elevada desigualdad económica. Las investigaciones del FMI demuestran que una menor desigualdad de ingresos puede asociarse a un crecimiento mayor y más duradero». El cambio climático, el aumento de la desigualdad y la creciente «fragmentación» geopolítica también amenazan el orden económico mundial y la estabilidad del tejido social del capitalismo. Así que hay que hacer algo.
Durante la Larga Depresión de la década de 2010, la globalización se ha fragmentado a lo largo de líneas geopolíticas: en 2023 se impusieron alrededor de 3.000 medidas de restricción del comercio, casi el triple que en 2019. Georgieva está preocupada: «La fragmentación geoeconómica se está profundizando a medida que los países cambian los flujos comerciales y de capital. Los riesgos climáticos están aumentando y ya afectan a los resultados económicos, desde la productividad agrícola hasta la fiabilidad del transporte y la disponibilidad y el coste de los seguros. Estos riesgos pueden frenar a las regiones con mayor potencial demográfico, como el África subsahariana».
Mientras tanto, el aumento de los tipos de interés y de los costes del servicio de la deuda ejerce presión sobre los presupuestos públicos, dejando menos margen a los países para prestar servicios esenciales e invertir en las personas y las infraestructuras.
Así que Georgieva quiere un nuevo enfoque para su nuevo mandato de cinco años. El anterior modelo neoliberal de crecimiento y prosperidad debe ser sustituido por un «crecimiento integrador» que aspire a reducir las desigualdades y no sólo a aumentar el PIB real.
Los temas clave ahora deben ser «la inclusión, la sostenibilidad y la gobernanza mundial, con un énfasis bienvenido en la erradicación de la pobreza y el hambre».
Pero, ¿pueden el FMI o el Banco Mundial cambiar realmente algo, aunque Georgieva quiera, cuando Estados Unidos y sus aliados controlan estas instituciones? Las condicionalidades de los préstamos del FMI apenas han cambiado; puede que haya algún alivio de la deuda (es decir, alguna reestructuración de los préstamos existentes), pero no cancelaciones de deudas onerosas; en cuanto a los tipos de interés de estos préstamos, el FMI impone de hecho penalizaciones adicionales ocultas a los países muy pobres que no pueden hacer frente a sus obligaciones de pago. Después de un creciente clamor contra estas penalizaciones, estas tasas se han reducido recientemente (no abolido), reduciendo así los costes para los deudores en (sólo) 1.200 millones de dólares anuales.
Christine Lagarde, directora del Banco Central Europeo (BCE), fue la anterior directora del FMI. La primavera pasada pronunció un importante discurso ante el Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos en Nueva York. Lagarde habló con nostalgia del periodo posterior a la caída de la Unión Soviética, que supuestamente anunciaba un nuevo y próspero periodo de dominio mundial por parte de Estados Unidos y su «alianza de voluntarios». «Tras la Guerra Fría, el mundo se benefició de un entorno geopolítico extraordinariamente favorable. Bajo el liderazgo hegemónico de Estados Unidos, florecieron las instituciones internacionales basadas en normas y se expandió el comercio mundial. Esto condujo a una profundización de las cadenas de valor mundiales y, al incorporarse China a la economía mundial, a un aumento masivo de la oferta mundial de mano de obra».
Eran los tiempos de la ola globalizadora de crecientes flujos comerciales y de capital; del dominio de instituciones de Bretton Woods como el FMI y el Banco Mundial, que dictaban las condiciones del crédito; y, sobre todo, de la expectativa de que China quedara bajo el bloque imperialista tras su ingreso en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001.
Sin embargo, no funcionó como se esperaba. La ola de globalización llegó a un abrupto final tras la Gran Recesión y China no jugó a abrir su economía a las multinacionales occidentales. Eso obligó a Estados Unidos a cambiar su política hacia China de «compromiso» a «contención» –y cada vez con mayor intensidad en los últimos años. Y entonces llegó la renovada determinación de Estados Unidos y sus satélites europeos de expandir su control hacia el este y asegurarse así de que Rusia fracasa en su intento de ejercer control sobre sus países fronterizos y debilitar permanentemente a Rusia como fuerza de oposición al bloque imperialista. Esto llevó a la invasión rusa de Ucrania.
Esto nos lleva al auge del bloque de países BRICS. BRICS es el acrónimo de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, los miembros originales. Ahora, en Kazán, se celebrará la primera reunión de BRICS-plus con sus nuevos miembros: Irán, Egipto, Etiopía, EAU (y quizá Arabia Saudí).
Es cierto que los cinco países BRICS tienen ahora un PIB combinado mayor que el del G7 en términos de paridad de poder adquisitivo (una medida de lo que el PIB puede comprar internamente en bienes y servicios). Y si se añaden los nuevos miembros, la diferencia es aún mayor.
En primer lugar, dentro de los BRICS, es China la que aporta la mayor parte del PIB de los BRICS (el 17,6% del PIB mundial), seguida de lejos por la India (7%), mientras que Rusia (3,1%), Brasil (2,4%) y Sudáfrica (0,6%) sólo representan el 6,1% del PIB mundial. No se trata, pues, de un poder económico equitativamente repartido entre los BRICS. Incluso utilizando dólares internacionales ajustados a la PPA, el PIB per cápita de Estados Unidos asciende a 80.035 dólares, más del triple que el de China, que asciende a 23.382 dólares.
El grupo BRICS+ seguirá siendo una fuerza económica mucho menor y más débil que el bloque imperialista del G7. Además, los BRICS son muy diversos en población, PIB per capita, geográficamente y en composición comercial. Y las élites gobernantes de estos países están a menudo enfrentadas (China contra India; Brasil contra Rusia, Irán contra Arabia Saudí). A diferencia del G7, que tiene objetivos económicos cada vez más homogéneos bajo el firme control hegemónico de EE.UU., el grupo BRICS es dispar en riqueza e ingresos y no tiene objetivos económicos unificados, excepto quizá intentar alejarse del dominio económico de EE.UU. y, en particular, del dólar estadounidense.
E incluso ese objetivo va a ser difícil de alcanzar. Como he señalado en posts anteriores, aunque se ha producido un declive relativo del dominio económico de EE.UU. a escala mundial y del dólar, este último sigue siendo la divisa más importante con diferencia para el comercio, la inversión y las reservas nacionales. Aproximadamente la mitad de todo el comercio mundial se factura en dólares y este porcentaje apenas ha variado. El USD participó en casi el 90% de las transacciones mundiales de divisas, lo que la convierte en la moneda más negociada en el mercado de divisas. Aproximadamente la mitad de todos los préstamos transfronterizos, títulos de deuda internacionales y facturas comerciales están denominados en dólares estadounidenses, mientras que aproximadamente el 40% de los mensajes SWIFT y el 60% de las reservas mundiales de divisas están denominados en dólares.
El yuan chino sigue avanzando gradualmente y la participación del renminbi en el volumen mundial de divisas ha pasado de menos del 1% hace 20 años a más del 7% en la actualidad. Pero la moneda china sigue representando solo el 3% de las reservas mundiales de divisas, frente al 1% de 2017. Y China no parece haber cambiado la proporción de sus reservas en dólares en los últimos diez años.
John Ross hizo observaciones similares en su excelente análisis de la «desdolarización». «En resumen, los países/empresas/instituciones que participan en la desdolarización sufren, o corren el riesgo de sufrir, costes y riesgos significativos. Por el contrario, el abandono del dólar no conlleva beneficios inmediatos equivalentes. Por lo tanto, la gran mayoría de los países/empresas/instituciones no se desdolarizarán a menos que se vean obligados a ello. El dólar, por tanto, no puede ser sustituido como unidad monetaria internacional sin un cambio total de la situación internacional global para el que todavía no existen las condiciones internacionales objetivas.»
Por otra parte, las instituciones multilaterales que podrían ser una alternativa al FMI y al Banco Mundial existentes (controlados por las economías imperialistas) son todavía pequeñas y débiles. El NDB está dirigido por la ex presidenta izquierdista de Brasil Dilma. Hay mucho ruido de que el NDB puede proporcionar un polo opuesto de crédito a las instituciones imperialistas del FMI y el Banco Mundial. Pero hay un largo camino por recorrer para hacerlo. Un ex-funcionario del Banco de la Reserva de Sudáfrica (SARB) comentó: «la idea de que las iniciativas de los Brics, de las cuales la más prominente hasta ahora ha sido el NDB, suplantarán a las instituciones financieras multilaterales dominadas por Occidente es una quimera».
Y como dijo recientemente Patrick Bond: «El «hablar a la izquierda, caminar a la derecha» del papel de los BRICS en las finanzas mundiales se ve no sólo en su vigoroso apoyo financiero al Fondo Monetario Internacional durante la década de 2010, sino más recientemente en la decisión del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS –supuestamente una alternativa al Banco Mundial– de declarar la congelación de su cartera rusa a principios de marzo, ya que de lo contrario no habría conservado su calificación crediticia occidental de AA+». Y Rusia es accionista del 20% del NDB.
El BRICS es un grupo variopinto de naciones con gobiernos que no tienen ninguna perspectiva internacionalista, y menos aún una basada en el internacionalismo de la clase obrera, dirigidos como están muchos de ellos por regímenes autocráticos en los que los trabajadores tienen poco o nada que decir; o por gobiernos todavía fuertemente ligados a los intereses del bloque imperialista.
Volvamos a Bretton Woods y a la profecía de Roosevelt. Muchos keynesianos modernos consideran el acuerdo de Bretton Woods como uno de los grandes éxitos de la política keynesiana a la hora de conseguir el tipo de cooperación global que la economía mundial necesita para salir de su actual depresión. Lo que hace falta es que las principales economías del mundo se reúnan para elaborar un nuevo acuerdo sobre comercio y divisas con normas que garanticen que todos los países trabajen por el bien mundial. Dos keynesianos del partido demócrata de EE.UU. consideraron recientemente que «nunca ha estado más clara una visión diferente del mundo. Así lo revela una mirada a cualquiera de los problemas de nuestra época, desde el clima a la desigualdad, pasando por la exclusión social… Diseñar un nuevo marco económico mundial requiere una conversación a escala global».
De hecho, ¿es realmente posible en un mundo controlado por un bloque imperialista dirigido por un régimen cada vez más proteccionista y militarista (con Trump en el horizonte) ser resistido por una amalgama de gobiernos que a menudo explotan y reprimen a su propio pueblo? En tal situación, las esperanzas de un nuevo orden mundial coordinado en el dinero, el comercio y las finanzas globales están descartadas. Un nuevo y justo ‘Bretton Woods’ no va a suceder en el siglo XXI –al contrario. La crisis económica mundial no es una realidad.
Volviendo a Lagarde: «el factor más importante que influye en el uso internacional de las divisas es la «fortaleza de los fundamentos». En otras palabras, por un lado, la tendencia de debilitamiento de las economías del bloque imperialista que se enfrenta a un crecimiento muy lento y a caídas durante el resto de su década; y por otro, la continua expansión de China e incluso de India. Esto significa que el fuerte dominio militar y financiero de EE.UU. y sus aliados se sostiene sobre las patas de pollo de una productividad, inversión y rentabilidad relativamente pobres. Esa es una receta para la fragmentación y el conflicto globales.