Por Nino Gallegos, para APIAvirtual.
De la posibilidad existencial a la gravedad mortal en la negación a la verdad, la ley y la justicia con la afirmación de los muertos, los feminicidios y los desaparecidos porque
están dispersos en algunas partes con los huesos cardios, en algunos sitios con los corazones y en algunos lugares con las memorias, el régimen antiguo, viejo y renovado con la hegemonía del poder, a todo modo, la continuidad-discontinuidad con cambios del exEstado-Obrador al Estado-Yo Claudia en el ser, en el hacer y en el resolver los asuntos públicos y los problemas sociales, la tematización y la conceptualización de la inteligencia y la investigación en la violencia política es que están de por medio y en extremo el poder político y el poder criminal con las víctimas de la protección ciudadana.
Con Gramsci en la hegemonía, Arendt en el humanismo y Foucault en el poder, la Constitución mexicana, no es la prostituta con la Democracia autoritaria en el pensamiento único, iliberal y conservador del exEstado-Obrador al Estado-Yo Claudia con la Transformación y Morena en el segundo piso con la estructura ausente del Estado de Derecho y de los Derechos Humanos.
Para Trudy Mercadal, de acuerdo a la interpretación de los filósofos abstractos y a la transformación de los ideólogos concretos:
“Según Foucault, el poder se da en las relaciones entre personas, existe al ser puesto en acción desde campos distintos e incluso opuestos (siempre y cuando tengan algún efecto sobre estructuras existentes de poder). Aunque el poder se da asimétricamente, no hay individuos totalmente carentes de poder. Comúnmente imaginamos el ejercicio del poder como a una persona restringiendo, explotando o abusando a otra; pero para Foucault, el poder incluye también, por ejemplo, a una activista motivando a otras personas a participar en movimientos que les empoderan y llevan a la transformación social. Existen, claro, muchos individuos que buscan controlar o dominar a otros; pero quien lo hace lo puede lograr solo parcialmente. Jamás será alguien dueño absoluto de los resultados logrados por su poder, pues el poder no es una ‘cosa’ y, además, siempre evoluciona y produce resultados inesperados. En otras palabras, siempre le saldrá de las manos a quienes lo ejercen, para bien o para mal. Foucault concluyó que no existe una clara taxonomía del poder, pues este es difuso y con muchas aristas. Estamos dominados por el poder, pero también, de alguna manera, resistimos su dominio, así como ejercemos nuestro poder sobre otros. Esta pluralidad constituye lo que él llama ‘relaciones de poder’.
Para Arendt, es imposible comprender el mundo sin entender las formas en que el poder conserva -mantiene- el espacio público y apariencias sociales. No existe sistema de poder, por totalizante que sea, que se pueda sostener solamente a través de la violencia. El poder necesita legitimarse-comunicarse (similar a lo que propone Gramsci con la hegemonía)- y para lograrlo, necesita otro tipo de mecanismo que la violencia pura. En este sentido, tanto Arendt como Foucault dirían que el poder es productivo, pues conlleva la producción y diseminación de conocimiento. Para Arendt, además, el poder trasciende al individuo: las personas somos un «efecto» del poder y este se convierte, eventualmente, en una meta en sí mismo. O sea, el objetivo final del poder es el poder absoluto. Para Foucault, entonces, el propósito del poder es lograr un objetivo y para Arendt, el objetivo del poder es el poder. Para ambos, sin embargo, la cualidad más nodal del poder es posibilitar la existencia política -ya sea desde el dominio o desde la resistencia-. El poder funciona sobre, entre y desde los individuos. Y mientras no es posible que un individuo sea dueño del poder, sí es posible que este ejerza la violencia para imponerse sobre otros, para lo cual necesita ser dueño de los instrumentos que hacen posible la violencia. Obviamente, los entes que ejercen mayor poder serán aquellos con mayor acceso a instrumentos de violencia, que pueden tomar muchas formas: militar, económica, cultural, etcétera. El caso más extremo de violencia, el terrorismo, se da por parte del Estado cuando este desea destruir el poder de un grupo que se le opone o, por parte de la resistencia, cuando esta percibe que se han cerrado todas las otras vías de debate, contestación, protesta y transformación. Gramsci propuso la idea de hegemonía cultural como forma de ejercicio de poder. Ante la inviabilidad de usar solamente mecanismos de violencia extrema para dominar a una sociedad -esto sería, a la larga, demasiado desgastante-, un grupo dominante necesita ser aceptado y apoyado por buena parte de la población. De esta manera, la clase dominante manipulará a la sociedad promoviendo (imponiendo) por diversos medios culturales su ideología, o sea, la forma de ver el mundo que beneficia a la clase dominante. De esta manera, los individuos participan ‘voluntariamente’ en su propia opresión. La hegemonía de Gramsci es, por supuesto, una reconceptualización de la noción marxiana de falsa consciencia con la hegemonía como una forma muy insidiosa y sutil de violencia”.
De lo anterior se asoma el insidioso y el faccioso rostro de lo fascio en la fascia de la izquierda por la derecha, a la mexicana, con la tragicomedia en la dramatización del cinismo y el egoísmo en la revolución de las conciencias y en el humanismo-utilitarismo del objeto sobre el sujeto desde el poder político al poder criminal: la violencia política con la estrategia de la seguridad y de la protección ciudadana desde Fox-Calderón, Peña-Obrador patriarcal al Estado-Yo Claudia matriarcal, la sombra de García Luna en el cuerpo de Garcia Harfuch, el oscuro objeto del mando policiaco con el Trevillamilitar nacional, desde arriba con el poder ejecutivo, desde en medio con el poder legislativo y desde abajo con el poder judicial, recogiendo muertos, repartiendo feminicidios y compartiendo desaparecidos en la continuidad-discontinuidad con el segundo piso espectral, fúnebre y funeral en paz sepulcral.