Por Robert Kuttner
Fuentes: https://www.sinpermiso.info
¿Estamos ya tan acostumbrados a la premisa de que no se puede hacer nada contra la posesión masiva de armas militares que el control de armas ha desaparecido del discurso y el debate públicos?
El expresidente Trump ha sobrevivido ya a dos intentos de asesinato. La cobertura del primero, el 13 de julio, en Butler, estado de Pensilvania, donde el posible asesino fue capaz de situarse en una línea de visión clara en una azotea fuera del perímetro de seguridad del Servicio Secreto, puso de relieve el fracaso de éste a la hora de coordinarse con las fuerzas locales del orden. La directora del Servicio Secreto, Kimberly Cheatle, abochornada por el fallo, dimitió. Las investigaciones siguen en curso.
El intento de asesinato de ayer, con un tirador que se escondió entre los arbustos que bordean uno de los campos de golf de Trump, podría describirse más bien como un fallo sistémico. No es factible que el Servicio Secreto vigile cada centímetro de potencial agresión en grandes espacios al aire libre. Un agente que iba un hoyo por delante del expresidente tuvo la fortuna de divisar un rifle que sobresalía de unos arbustos a varios cientos de metros. De no haber sido así, el potencial asesino podría haber efectuado disparos a corta distancia con un arma semiautomática. La cobertura ha señalado el hecho de que el dispositivo de seguridad de Trump es menor que el de un presidente en ejercicio y no cubre todo el campo de golf.
En ambos casos, el presidente Biden y la vicepresidenta Harris realizaron declaraciones en las que agradecían que Trump estuviera a salvo, recalcando que no hay lugar para la violencia política en este país. Biden habló de destinar más recursos al Servicio Secreto.
Ninguno hizo mención de las armas.
De hecho, las armas han estado extrañamente ausentes de los comentarios nacionales. Evidentemente, si queremos que los candidatos presidenciales y los escolares estén a salvo de los intentos de asesinato y del caos masivo en las aulas, el camino más directo no es un Servicio Secreto más ingente o mejores simulacros de cómo agacharse y cubrirse en las escuelas, sino acabar con la posesión masiva de armas de asalto.
En los últimos asesinatos en las aulas de Winder, estado de Georgia, se repitió un guion similar. Las preguntas que se formularon se centraban en la razón por la que el padre le compró un arma de asalto a un niño de 14 años y si debía ser acusado de asesinato (lo ha sido), en por qué falló la comunicación entre las fuerzas del orden, avisadas de los mensajes violentos del niño en las redes sociales, y la escuela, o en por qué la escuela no respondió a tiempo a la llamada de la madre media hora antes del tiroteo, y en si la escuela disponía de las medidas de seguridad adecuadas.
¿Alguien se ha preguntado por qué son legales las armas de asalto, más si cabe tratándose de niños? Porque si este es el caso, yo no lo he oído.
Entiendo que J.D. Vance sea capaz de afirmar que los tiroteos en las escuelas son simplemente “cosas de la vida”, así que ya se pueden ir acostumbrando. «Tenemos que reforzar la seguridad [escolar]», añadió Vance, “para que si un psicópata quiere entrar por la puerta principal y matar a un montón de niños no pueda hacerlo”. Por supuesto, Vance no mencionó el control de armas.
Pero ¿tan temerosos están Biden y Harris de la reacción de los poseedores de armas, digamos, en Montana o Carolina del Norte, que no tocarán el tema ni con un rastrillo? ¿Y han sido los comentaristas tan concienzudamente entrenados por la NRA [Asociación Nacional del Rifle, el mayor grupo de presión en favor de las armas] que el control de armas ha dejado de formar parte del debate público? Tras el atentado contra Ronald Reagan en 1981, el debate nacional posterior giró en torno al control de armas.
En 1994, el presidente Clinton, con el apoyo de ambos partidos, promulgó una ley que prohibía las armas de asalto y los cargadores de gran capacidad. Esa prohibición expiró en 2004, tras una presión masiva de la NRA. En la década siguiente, según la Campaña Brady [en favor del control de armas], los tiroteos masivos en los que murieron seis o más personas aumentaron un 347%.
Hoy, la mayoría de los defensores del control de armas están tan intimidados que lo único que están dispuestos a discutir es una cosa endeble llamada «seguridad de las armas». Yo lo siento, pero es que se puede entrenar perfectamente en la seguridad de las armas a los aspirantes a asesinos y tiradores escolares, para así matar mejor a la gente.
El hecho es que alrededor del 61 % de los norteamericanos está de modo general en favor de un mayor control de las armas, según las encuestas de Pew, y casi dos tercios están a favor de prohibir las armas de asalto.
El candidato demócrata a la vicepresidencia Tim Walz, tenedor de un arma, está en buena situación de poder decir: «Si quieres usar armas de asalto, puedes alistarte en el ejército, como hice yo. Si quieres un arma para cazar o para protección personal, te apoyo. Pero no necesitas un arma de asalto cuyo único propósito es matar a mansalva. Nos deja a todos menos seguros».
Pero ya podemos esperar sentados.
Y, sí, el Tribunal Supremo sigue facilitando que cualquiera posea cualquier tipo de arma. Es el mismo Tribunal Supremo degradado que anuló Roe contra Wade [el caso que permitía el aborto a escala federal] y la mayor parte de la Ley del Derecho al Voto, y dictaminó que un presidente en ejercicio goza de inmunidad en la mayoría de los procesos penales.
Pues bien, los principales demócratas están hablando de poner límites a los mandatos de los jueces, o de ampliar el Tribunal, presumiblemente para poder restablecer Roe v. Wade y la aplicación de los derechos civiles. Debe añadirse el control de armas a esta lista.
De lo contrario, podemos esperar más tiroteos en escuelas, más pensamientos y plegarias, más intentos de asesinato de presidentes y más demandas perversas de mayor seguridad, cuando la verdadera solución está ahí a tiro. A quemarropa.
Robert Kuttner cofundador y codirector de la revista The American Prospect, es profesor de la Heller School de la Universidad Brandeis. Columnista de The Huffington Post, The Boston Globe y la edición internacional del New York Times, su último libro es “Going Big: FDR’s Legacy, Biden’s New Deal, and the Struggle to Save Democracy” (New Press, 2022).