Por Frei Betto
Fuentes: http://www.cubadebate.cu
La vida es la polvareda que el vendaval levanta en la calle y que gira descontrolada en la espiral de los desconciertos, siempre sorprendiendo.
Nunca presentí que moriría temprano o tarde, excepto en la cárcel durante la dictadura militar. Allí dudé si saldría vivo. Me preparé para el desenlace final. La tortura era recurrente; la tensión, permanente; los traslados, frecuentes (ocho cárceles en cuatro años, los últimos dos entre presos comunes).
Entre los presos políticos la temperatura letal llegaba el punto máximo durante los secuestros de diplomáticos. En prisión asistí a tres: el del cónsul japonés en São Paulo (marzo de 1970) y los de los embajadores alemán (junio de 1970) y suizo (diciembre de 1970). Esa última acción dio por resultado la liberación de fray Tito de Alencar Lima, desterrado de Brasil por la dictadura.
Mientras los secuestradores presionaban al gobierno, en la cárcel se suspendían las visitas, incluso las de los abogados, y se reforzaba la guardia externa. No habría sido una sorpresa que hubiera fusilamientos, conforme a las amenazas.
Aparte de aquel período, nada me hizo presentir la muerte. Ni los accidentes del tránsito que sufrí. El más grave fue en la adolescencia, cuando el carro que conducía Toninho de Matta (quien más tarde se convertiría en un corredor de autos galardonado) chocó con otro y se volcó. Ni arañazos tuve.
Enfermedades, las previsibles: sarampión, varicela, etc., y sarna cuando viví en la favela. En 2020 me implantaron un stent. Escapé (hasta ahora) de la Covid, pero tuve dengue en la década de 1980. La vida tiene dos fases: la de la dulcería y la de la farmacia. Ya entré en la segunda…
En septiembre de 1985, cuando tenía 41 años, una cartomántica predijo que viviría hasta los 57. Tomé nota sin inquietarme, porque la vidente rusa hizo una previsión que demostraba su talento: que dentro de dos meses sería muy conocido en un país extranjero. La mujer no sabía quién yo era ni qué hacía. Solo conocía el nombre que aparecía en mi carné de identidad –que no es mi nombre religioso y literario– y mi fecha de nacimiento.
La consulta fue fruto del azar. Fui a devolverle un libro a un matrimonio amigo y allá estaba la vidente en el apartamento con sus cartas y caracoles. El hecho es que en noviembre de ese año salió en Cuba el libro Fidel y la religión con la larga entrevista que me concedió el líder comunista. Los 300 000 ejemplares de la primera edición no bastaron para satisfacer la demanda.
Cumplí 57 en 2001 y no tuve ni catarro. Supongo que Dios decidió posponer mi fecha de caducidad. Y ahora llego a los ochenta con la misma disposición de los 40: muchos viajes de trabajo por Brasil y el extranjero, conferencias, asesorías, artículos semanales y varios proyectos literarios a concluir e iniciar.
Por pura coincidencia acabo de poner el punto final en el libro número ochenta, que analiza el Evangelio de Juan y completa la tetralogía editada por Vozes. Ya se lanzaron el de Marcos (Jesús militante) y el de Mateo (Jesús rebelde). En breve saldrá el de Lucas (Jesús revolucionario). Ahora comienzo a trabajar en una nueva novela.
Cuando tenía 60 años visité una escuela y un alumno de 10mo grado me preguntó cuántos libros había escrito. Le respondí que 50. Hizo un cálculo mental y replicó: “¿Quiere decir que empezó a escribir a los diez años?”
Mis parientes y amigos se quejan de que ya no tienen estantes para guardar tantos libros míos. Mi sobrino nieto, Lucas, le dijo a su madre cuando tenía 8 años: “Tío Betto escribe mucho porque no trabaja…” Y Ricardo Kotscho afirma que mantengo a pan y vino, en el sótano del convento, a un equipo de frailecitos que escribe lo que publico.
Somos una familia de siete hermanos (cinco hombres y dos mujeres. Éramos ocho, pero Dios amaba tanto a Tonico, el más chico, que apresuró su transvivenciación). Mis hermanos engendraron a mis 16 sobrinos y estos a mis 24 sobrinos nietos. Gracias a Dios todos amigos, sin ninguna desavenencia entre nosotros.
¿A qué atribuyo mis saludables 80 años? Primero, a la genética. Mi padre transvivenció a los 89 y mi madre a los 93. Después, a factores que recomienda todo especialista en longevidad, como mi amigo Jorge Félix: buenas amistades (Aristóteles lo considera la condición número uno para ser feliz); buen humor, meditación/oración, lectura, ejercicios físicos y alimentación balanceada. Sobre todo, no calentarse la cabeza. Como diría Oscar Wilde, “la vida es demasiado importante para tomársela en serio”.
Como hijo de mi madre (Maria Stella Libanio Christo, una de las especialistas en culinaria más renombradas de Minas Gerais) aprecio la buena mesa, pero me satisfago con poco y con lo trivial. En cuanto a dulces, solo no me resisto a mi indispensable “magdalena”: dulce de guayaba con queso. Siempre que el queso sea fresco y el dulce de guayaba rojo como el rótulo de la Coca-Cola (que no soporto). Del dulce de guayaba oscuro desconfío de que esté mezclado.
Peregrino de Dios, viajo a bordo de una paradoja. Como escribió el poeta portugués Antônio Gedeão: “mi aldea es todo el mundo”. Siempre trabajando, como discípulo inveterado de Santo Domingo y cofrade de Tomás de Aquino, Giordano Bruno y Bartolomé de las Casas, he andado por cuatro continentes y todavía hoy regreso al convento para cambiar de maleta. Como dice Kotscho: “Dios está en todas partes. Betto ya estuvo…”
Estoy enamorado de una mujer: la mística española Teresa de Ávila. Y sospecho que Dios tiene celos de mí…
Sé que todos tenemos fecha de caducidad (y defecto de fábrica, que la teología llama pecado original). Creí que la reina Isabel II era la excepción… Y no me apego a la vida, aunque no quiero apresurar los designios divinos. Solo espero no darles trabajo a terceros. Ni tratar de engañar a la dama de la hoz con la parafernalia hospitalaria que pesa sobre los planes de salud y engorda las facturas de los hospitales.
Ya lo puedo decir: enviciado con utopía, soy feliz. Y he hecho feliz a mucha gente. He merecido hasta biografías. Mejor tener biografía que obituario…
Y con todo respeto para los amigos y las amigas espiritistas, no quiero volver. Prefiero la vida eterna. Porque creo que es tierna. Si no lo es, paciencia. Valió la pena esta existencia. Ya no tengo miedo de nada ni de la nada.
En fin, como escribí en A arte de semear estrelas (Rocco), “no sé si mi vida es correcta / Solo sé que no es una línea recta/ Llena de curvas, redondea ángulos / Tiende puentes sobre aguas turbulentas”.
Frei Betto: Biografía, Américo Freire y Evanize Sidow, prefacio de Fidel Castro (Civilizaҫão Brasileira, 2017).
Carlos Alberto Libânio Christo. Conocido como Frei Betto. Fraile dominico. conocido internacionalmente como teólogo de la liberación. Autor de 60 libros de diversos géneros literarios -novela, ensayo, policíaco, memorias, infantiles y juveniles, y de tema religioso. En dos acasiones- en 1985 y en el 2005- fue premiado con el Jabuti, el premio literario más importante del país. En 1986 fue elegido Intelectual del Año por la Unión Brasileña de Escritores. Asesor de movimientos sociales, de las Comunidades Eclesiales de Base y el Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra, participa activamente en la vida política del Brasil en los últimos 50 años. Es el autor del libro «Fidel y la Religión».