Podríamos debatir largo y tendido por qué alguna de nuestra gente cae en la narrativa de la extrema derecha, pero lo que tenemos que hacer al respecto es relativamente sencillo, aunque requiere trabajo duro y compromiso a largo plazo.
Por Ella Baker School of Organizing
Fuentes: https://www.elsaltodiario.com
Traducción del comunicado de la Escuela de Organización Ella Baker sobre los ataques racistas de los últimos días, el contexto en el que se han producido y los pasos que debemos dar en nuestras comunidades. Esta es una versión acortada, se puede leer el comunicado completo aquí en español y en inglés.
Era quizá predecible que bajo un gobierno laborista la extrema derecha ganaría confianza: ya ha ocurrido antes. Pero lo que no se preveía era la velocidad con la que se ha movilizado y hasta qué punto ha ganado apoyo más allá de sus propias filas.
Los horribles y, en muchos sentidos, incomprensibles asesinatos de Elsie Dot Stancombe, Alice Dasilva Aguiar y Bebe King en Southport han brindado a la extrema derecha la oportunidad de movilizarse de una forma sin precedentes, con decenas de protestas organizadas en pueblos y ciudades de todo el Reino Unido. La policía ha resultado herida, se han quemado edificios y vehículos y se han atacado mezquitas a una escala espantosa. El domingo por la noche, en escenas que recordaban a las de Rostock en 1992, se intentó incendiar un hotel que albergaba a solicitantes de asilo; el lunes, un coche fue atacado en Hull simplemente porque quienes iban dentro eran de ascendencia asiática. Uno de los atacantes hizo el saludo nazi mientras destrozaban el coche, forzaban las puertas y agredían a los que iban dentro, que se vieron obligados a huir.
Pero, ¿qué es lo más impactante de estos sucesos? Seguramente sabemos qué tenemos que hacer para evitar que la extrema derecha explote el descontento de nuestra gente, pero no lo hemos hecho. Tal vez hemos estado esperando que otros lo hicieran, o tal vez pensábamos que era una labor importante pero no urgente. Sea cual sea la razón, tenemos que empezar a organizarnos en nuestras comunidades para que la gente pase de ver a sus vecinos como “el problema” y comience a reconocerlos como posibles aliados para encontrar soluciones a los verdaderos problemas.
Los ataques de las últimas semanas, así como su rápida propagación, pueden llegar a paralizarnos pero no es difícil reconocer lo que nos ha traído aquí ni lo que nos toca hacer. Hay una serie de factores a considerar: desde la relación simbiótica entre Reform UK (el partido ultranacionalista de Nigel Farage) y los influencers de extrema derecha como Tony Robinson hasta la narrativa de “crisis migratoria” que han potenciado los gobiernos del Partido Conservador en los últimos años, la cual ha legitimado sin reparo el Partido Laborista. Las compañeras de la Ella Baker School of Organising han hecho un muy buen análisis de cómo se ha llegado a los ataques racistas y fascistas que han tenido lugar en el Reino Unido en las últimas semanas, que podéis leer en su comunicado completo. Para esta entrada del blog, hemos querido rescatar principalmente sus conclusiones sobre qué podemos hacer para organizarnos contra el auge de la extrema derecha desde el enfoque del sindicalismo de base.
Es peor de lo que parece
Muchos ven a la extrema derecha como una agrupación violenta y peligrosa, pero con poca relevancia fuera de sus retorcidas filas. Sin embargo, este reportaje de la BBC en el que se describen los disturbios de Sunderland debería hacer saltar las alarmas:
“Tienes a jóvenes enmascarados de extrema derecha, lanzando ladrillos a la policía, y luego tienes a familias, todos con camisetas de Inglaterra, animándoles. He visto bebés en carritos, niños muy pequeños en la marcha y decenas de adolescentes, chicos y chicas vestidos de punta en blanco, un viernes por la noche en busca de un poco de emoción”.
Los ataques de la extrema derecha contra los inmigrantes resuenan entre algunos de los nuestros, es decir, la clase trabajadora.
Tradicionalmente, la extrema derecha no ha gozado de un apoyo público significativo pero, si queremos derrotar a esta amenaza, tenemos que reconocer que sus ataques contra musulmanes e inmigrantes resuenan entre algunos sectores de la población, entre algunos de los nuestros, es decir, la clase trabajadora.
La escena anterior, así como escenas similares de los últimos años frente a centros de inmigrantes recuerdan a cuando Phil Piratin, una figura destacada del Partido Comunista en los 1930s , y uno de los principales organizadores de la Batalla de Cable Street, describió una marcha fascista que observó discretamente:
“Tenía curiosidad por ver quién y qué tipo de gente marcharía. El grupo fascista se puso en marcha y detrás de ellos unos cincuenta matones en uniforme de camisas negras. Luego vino la gente. Unos 1.500 hombres, mujeres -algunas con bebés en brazos- y jóvenes marcharon detrás de la pancarta de Mosley. Conocía a algunas de estas personas, algunos de los hombres llevaban logos de sindicatos laborales. Esto tuvo un efecto tremendo en mi actitud ante el problema, y volví al comité de la sección de Stepney decidido a luchar.
Lo que una minoría de nosotros defendió en Stepney fue que, aunque lucharíamos contra los matones de Mosley, ¿qué se conseguía luchando contra la gente? Debíamos preguntarnos: ¿por qué esta gente corriente de clase obrera -era demasiado fácil llamarlos lumpen- apoya a Mosley?
Obviamente porque el llamamiento de Mosley tocó una fibra sensible. Había ciertos prejuicios antisemitas latentes, es cierto, pero sobre todo esta gente, como la mayoría en el este de Londres, llevaba una vida miserable y escuálida. Sus casas eran zulos, muchos estaban en paro. Los que trabajaban lo hacían a menudo en empleos mal pagados. Por lo tanto, instamos a que el Partido Comunista ayudara a la gente a mejorar sus condiciones de vida y así podríamos mostrarles quién era realmente responsable de sus condiciones, y conseguir que se organizaran para luchar contra sus verdaderos explotadores”.
La Batalla de Cable Street es, por supuesto, un momento emblemático de la lucha contra el fascismo. Pero muchos extraen de ella una lección simple y superficial. El 4 de octubre de 1936, cientos de miles de vecinos del barrio bloquearon físicamente el paso de una marcha de la Unión Británica de Fascistas a través de una comunidad predominantemente judía. A primera vista, la lección es que el antifascismo militante puede derrotar a la extrema derecha. Aunque esto es indudablemente cierto, la lección más profunda surge de la pregunta: ¿cómo movilizaron los antifascistas a un número tan elevado de personas contra el fascismo? (se calcula que un cuarto de millón de personas se unieron al bloqueo antifascista). Usando los términos de Jane McAlevey, ¿cómo consiguió el Partido Comunista y sus aliados, incluida la Iglesia católica, minar el apoyo al fascismo descrito anteriormente, hasta tal punto que una supermayoría de la comunidad local se movilizó físicamente contra el fascismo?
Las redes de solidaridad creadas en este trabajo de base proporcionaron al barrio la infraestructura necesaria para movilizarse.
La respuesta está en el libro de Phil Piratin Our Flag Stays Red, en el que detalla cómo el barrio se organizó contra caseros abusones obligándoles a hacer reparaciones y evitando desahucios físicamente. Lo que hoy llamaríamos organización vecinal. Al organizarse por encima de divisiones artificiales para conseguir victorias locales, fueron capaces de socavar las narrativas de división y demostrar que la comunidad podía encontrar soluciones y no necesitaba chivos expiatorios. Demostraron mediante la práctica que se podían resolver los problemas de la gente de la comunidad trabajando juntos. Las redes de solidaridad creadas en este trabajo de base proporcionaron al barrio la infraestructura necesaria para movilizarse.
Hoy tenemos que hacernos la misma pregunta que Phil Piratin se hizo hace casi cien años: ¿por qué algunos de los nuestros votan a Farage y son movilizados a través de las redes sociales por matones de extrema derecha?
La respuesta es la misma hoy que en los años treinta. La gente siente que la democracia les ha fallado. Durante los últimos 40 años, hemos tenido un enfoque hacia la economía, descrito como neoliberalismo, thatcherismo, monetarismo o globalización, que ha destruido las viejas certezas y, aunque ha prometido riqueza y prosperidad, hemos visto cómo empeoraban las condiciones de vida de los trabajadores.
Cuando Thatcher vendió los servicios públicos, proclamó que todos íbamos a vivir en una democracia accionarial. De hecho, las participaciones privadas han disminuido considerablemente en los últimos 50 años. Hoy en día, alrededor del 30% de la población del Reino Unido no tiene ningún tipo de ahorro, y mucho menos una participación en la economía a través de una cartera privada de acciones.
Thatcher también abolió la regulación de los alquileres en el sector de la vivienda privada y vendió las viviendas sociales. Esto se anunció como un paso hacia una democracia de propietarios. Aunque se produjo un crecimiento a corto plazo de la propiedad privada de viviendas, esa tendencia se ha invertido y ahora tenemos el mayor número de personas que alquilan a propietarios privados desde la tristemente célebre época de Rachman en los años sesenta. Lejos de una democracia de propietarios, muchos jóvenes con trabajo apenas pueden permitirse alquilar una habitación.
En lo que respecta al trabajo, la tradición de la industria pesada y la aspiración a “empleos seguros para toda la vida” ha desaparecido en gran medida. Hoy en día, los jóvenes suelen tener empleos inseguros, de corta duración y mal pagados, incluso si han recibido una buena educación.
La promesa del neoliberalismo era dar rienda suelta a la productividad de Gran Bretaña, para que todos pudiéramos llevar un estilo de vida de clase media, ser propietarios de nuestras propias casas y disponer de suficientes ingresos para hacer nuestros pinitos en el mercado de valores. Los que se lo creyeron han sido engañados, y en muchas comunidades desindustrializadas la gente se siente a la vez engañada y abandonada. Actualmente hay cuatro millones y medio de niños en este país que viven en la pobreza, incluyendo una cuarta parte de todos los niños en hogares trabajadores.
Lo que la prensa, Farage, la extrema derecha y algunos exministros conservadores han añadido a este sentimiento de haber sido engañados es una narrativa populista autoritaria. En esencia, están diciendo: “te han engañado y todas las ayudas sociales que deberías haber recibido se las han dado a gente que debería haber estado detrás de ti en la cola: solicitantes de asilo, inmigrantes, minorías racializadas”. Su lista negra va más allá e incluye también a los supuestos facilitadores de la estafa: “élites metropolitanas”, “abogados de derechos humanos” y el poder judicial en general. En 2019, Boris Johnson posicionó a los Conservadores como el partido de la clase trabajadora “blanca” que estaba dispuesto a enfrentarse a los “burócratas de Bruselas” con la promesa de reducir la inmigración y aportar 350 millones de libras semanales al NHS (National Health Service, la sanidad pública británica); ninguna de las dos cosas se materializó.
Tenemos que preguntarnos, ¿de quiénes son las voces no escuchadas aquí y cómo podemos escucharlas y reorientarlas?
Martin Luther King dijo una vez que una revuelta era “la voz de los que no son escuchados”. Si ese es el caso, entonces tenemos que preguntarnos, ¿de quiénes son las voces no escuchadas aquí y cómo podemos escucharlas y reorientarlas? Algunas de esas voces son viciosamente fascistas pero, tristemente, nuestra gente se está uniendo a la extrema derecha porque reconoce y explota su dolor, de una forma que sienten que nadie más lo hace. Nuestro trabajo es cambiar esta situación.
En ausencia de una contra-narrativa, el populismo autoritario puede resultar reconfortante. Es un poco como cuando fracasas en una entrevista de trabajo y un amigo te dice “seguro que ya tenían a alguien en mente”. No importa que sepas que probablemente no sea cierto, aun así te hace sentir un poco mejor contigo mismo.
Es esta mezcla tóxica de miseria, sensación de haber sido engañados y la narrativa populista autoritaria lo que ha hecho a algunos de los nuestros involucrarse en estos horribles incidentes racistas, atacando a solicitantes de asilo, pegándose con la policía e incendiando edificios. En otras palabras, muchos de los que se han visto implicados en los sucesos de la última semana, que se han parecido demasiado a un pogromo, son de los nuestros. Para derrotar a la extrema derecha, tenemos que recuperarlos.
Tradicionalmente, los ultraderechistas han sido malos organizadores, en parte porque no son buena gente. Se aprovechan de las crisis, pero rara vez han sido capaces de echar raíces en nuestras comunidades. Aun así, no hay que subestimar el riesgo de que lo consigan en los próximos años. La relación simbiótica entre Reform UK y los instigadores de extrema derecha significa que mientras Reform UK intente crear una maquinaria electoral nacional, estará explotando el dolor y los miedos de la gente de algunas de las zonas más pobres del país. Las personas que aplaudieron la violencia tal vez consideren que el partido de Nigel Farage habla en su nombre de una forma que nadie más lo hace. Si eso ocurre, se alimentará aun más esta espiral tóxica de odio y desinformación.
Entonces, ¿qué debemos hacer?
Podríamos debatir largo y tendido por qué alguna de nuestra gente cae en esta narrativa, pero lo que tenemos que hacer al respecto es relativamente sencillo, aunque requiere trabajo duro y compromiso a largo plazo. Phil Piratin lo resumió hace casi cien años: “ayudar a la gente a mejorar sus condiciones de vida… y conseguir que se organice para luchar contra sus verdaderos explotadores”.
Deberíamos añadir que en los últimos cien años se han acumulado muchas experiencias que pueden ayudarnos a conseguirlo. La primera, la simple constatación de que si la gente trabaja unida por un objetivo común, puede acabar con los mitos sobre “el otro”. Por ejemplo, si se crea un banco de alimentos en una comunidad dividida y la gente se une porque considera que el banco de alimentos es más importante que sus diferencias, pronto empezarán a ver al “otro” como parte de un nuevo “nosotros”. Es aún más fácil si el problema se trata de falta de reparaciones en un bloque de viviendas alquiladas por personas distintas que se miran con recelo. No hace falta ser un genio para darse cuenta de que, para ejercer la presión necesaria sobre el casero, hay que trabajar juntos. Lo mismo ocurre en el lugar de trabajo: si quieres conseguir un aumento de sueldo u otras ventajas, no puedes permitir que el jefe se aproveche de las divisiones.
Limitarse a acurrucarse con otros que celebran el multiculturalismo es retirarse de la lucha y dejar que la extrema derecha explote el dolor de nuestro pueblo.
Dicho esto, para derrotar al racismo tendremos que hablar con muchas personas que han sido influenciadas por narrativas racistas. Eso inevitablemente será desagradable pero puede ser transformador, mientras que limitarse a acurrucarse con otros que celebran el multiculturalismo es retirarse de la lucha y dejar que la extrema derecha explote el dolor de nuestro pueblo.
Por supuesto que nuestro pueblo ha sido engañado, pero Farage y Robinson no tienen ni la respuesta ni siquiera se preocupan por nosotros. La emancipación de la clase trabajadora tendrá que ser un acto de la clase trabajadora, y este trabajo debería haber comenzado hace mucho tiempo.
La lección de Cable Street es muy simple. Si trabajamos con nuestra gente en toda su multitud de complejidades, y a pesar de sus prejuicios a menudo inquietantes para abordar sus preocupaciones, cambiaremos su realidad y también sus mentes. En algunos círculos esto se conoce como concepción materialista de la historia.
La Ella Baker School of Organising trabaja con grupos locales para dotarlos de las habilidades necesarias para organizar sus comunidades y lugares de trabajo. Puedes consultar sus materiales de formación sobre cómo derrotar a la extrema derecha aquí.