Por Carlos Verón De Astrada
Si queremos entender la historia reciente de EE.UU., su auge y decadencia, por la vía más corta y fácil, deberíamos remitirnos a un documento que parece fundamental porque marca un parte aguas, un punto de inflexión. Ese documento es el último discurso de Dwight Eisenhower, el 34º presidente de los EE.UU. en 1961, como despedida antes de dejar la presidencia. En ese discurso, el militar destacado en la Segunda Guerra Mundial, asombró al mundo entero y lo sigue asombrando, porque advertía acerca del peligro de un concepto que fue acuñado por él en ese discurso: “El complejo militar industrial”.
Ike, como se lo conocía, en ese discurso llamaba la atención sobre el destino de EE.UU. como consecuencia de la reconversión industrial de la producción civil de bienes y servicios, al desarrollo de la industria militar. Las Fuerzas Armadas de EE.UU. que, según el expresidente, habían cumplido un rol glorioso en la Segunda Guerra Mundial, pasarían a tener un desprestigio muy grande si no se detenía la carrera armamentista que sustentaba toda la economía de la potencia del norte en la industria de armas, que llevaría a EE. UU. al derrumbe.
EE. UU. consolidó su condición de potencia con la producción industrial de bienes del sector civil, al no involucrarse directamente en las llamadas guerras mundiales y la devastación en que se vio sumida Europa. El abastecimiento y demanda diferida de bienes, estimuló fuerte la industria estadounidense, que se desarrolló principalmente en los estados del centro del territorio estadounidense como Michigan, Wisconsin, Indiana, Illinois, etc. La industria civil de bienes tenía que ver con la producción de automóviles, heladeras y otras mercancías que encontraron en el mundo un gran mercado. Al mismo tiempo, se crea toda una simbología del buen vivir para configurar un ideal de vida que fue conocido como “American way of life”, o “El estilo de vida en Estados Unidos”.
Llenas sus arcas, era el país destinado a referenciarse como potencia. Por eso, un año antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial (1944), al crearse en Bretton Woods, el Fondo Monetario Internacional acordó establecer la moneda de EE.UU., el dólar, en moneda de reserva y referencia mundial para transacciones, con el compromiso de convertibilidad con el oro, que más tarde, en 1971, rompe unilateralmente y dos años después, con un acuerdo con Arabia Saudita para vender el petróleo en dólares, EE. UU. logra que su moneda sea el instrumento de dominación mundial.
Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, la industria de EE. UU. se irá reconvirtiendo hacia la industria armamentista, y a partir de entonces, los dos sectores sobre los que se sustenta la potencia, son el complejo militar industrial y el negocio financiero. Las energías del país del norte en su mayor parte se orientaban a producir armas e imprimir billetes.
Se podría decir que el ex militar y presidente de EE. UU., Ike, era un visionario. Que pudo serlo porque fue testigo directo del proceso que condujo a una situación que se constituiría en el derrumbe definitivo de la hegemonía de la potencia que durante mucho tiempo, dado su poderío, después de constituirse en gendarme mundial con más de dos mil bases militares esparcidas por todo el mundo, dominó el planeta.
El problema grave es que en ese derrumbe se está poniendo en riesgo la vida en el planeta.
¿Se podría hablar de la era Trump?
Por lo menos desde el discurso, el ahora seguro futuro presidente de los EE. UU., cualquiera sea su rival, si no se le mata o no hay fraude, se podría decir que sí. Digo, desde el discurso, porque los discursos de campaña no siempre se cumplen en plenitud en la gestión.
Tanto en los últimos discursos como en entrevistas a medios estadounidenses, Donald Trump da a entender que apunta a reactivar aquel país que lo apuntaló como potencia hasta el final de la Segunda Guerra Mundial y la primera mitad del siglo XX: ser el taller del mundo de bienes del ámbito civil. El candidato republicano que hace muy poco sufrió un atentado, además, es un empresario del sector civil de bienes y servicios, no del complejo militar industrial. El complejo empresarial de Trump se dedica a bienes raíces, a la construcción de inmuebles, a gestión de propiedades y hoteles en diferentes países del mundo.
¿Cómo se produce la deslocalización industrial norteamericana?
A partir de los años 70 del siglo XX, concretamente 1975 en que asume Den Xiaoping como gobernante en China, dadas las enormes ventajas comparativas del país asiático, principalmente los bajos salarios, se va produciendo un desplazamiento de la industria de occidente hacia China. Pero el gobernante chino tuvo la tremenda sagacidad de apropiarse de la tecnología que venía de occidente al establecer acuerdos con los inversores que garantizaban esa apropiación. Los convenios establecían, entre otras cosas, que la mayor parte del paquete accionario quedaba en China, que toda la ejecución y administración de las plantas desde el más alto al más bajo nivel, estarían a cargo de chinos. Así también, que en un plazo determinado, por ejemplo, de 20 años, terminarían las concesiones, y finalmente, cuando las empresas se retiraran al vencimiento del plazo establecido o se quisieran retirar antes de ese plazo, debían dejar toda la planta, hasta el último tornillo en China. Así se hizo potencia China, y así se fue desindustrializando occidente.
Esta deslocalización progresiva de la industria de occidente y principalmente de EE. UU., hizo que creciera la desocupación y el proceso de recesión en que está sumido. EE. UU. sobrevivió y sobrevive como potencia haciendo emisión inorgánica y produciendo armas. Como la industria de armas para que la estantería se mueva necesita de guerras, hubo que promover guerra a lo largo y ancho del planeta, al mismo tiempo que empapelar de dólares el mundo, produciéndose una inflación a nivel planetario.
EE. UU. está pasando por su peor momento en términos económicos y sociales. Tiene una deuda externa descomunal, un déficit fiscal creciente y una desocupación alarmante. Mientras tanto, su gobierno ejercido en términos reales por el complejo militar industrial, desplaza cuantiosos recursos hacia frentes bélicos, principalmente a Ucrania. Aquella era floreciente del “sueño americano” se acabó. La clase media blanca estadounidense está padeciendo una apremiante realidad. Y es ante esta realidad, que el discurso de Trump prende fuerte. Su consigna de “Make América great again”, hacer grande a EE. UU. otra vez, apunta a abandonar o por lo menos disminuir ostensiblemente las guerras que no son sino el negocio del poder fáctico que marca la agenda del Estado norteamericano desde hace más de medio siglo. La tensión, por tanto, que se está creando con la política disruptiva de Trump, que crispa los ánimos del establishment, llega a un punto crítico tal, que arriesga una guerra civil.
Por lo dicho, es que, más allá de su actitud xenófoba y racista, el hoy candidato republicano, Donald Trump, es mucho menos peligroso y hasta conveniente para el mundo, antes de arriesgar una hecatombe planetaria.