Algunas encuestas indican que la identificación con la clase obrera se está extendiendo y provoca insatisfacción con los partidos tradicionales
Por D. W. Livingstone (Jacobin)
Fuentes: https://ctxt.es
La percepción más profunda de Karl Marx fue reconocer cómo el fetichismo de las mercancías –la fijación en las simples mercancías en sí mismas– oscurece las formas en que el trabajo de los obreros da forma a la mayoría de ellas y genera los beneficios, o plusvalía, por los que los capitalistas compiten obsesivamente. Esta competencia es la fuerza motriz esencial del modo de producción capitalista.
En los Estados capitalistas avanzados, la mayoría de los partidos políticos practican una forma de fetichismo político: se presentan a sí mismos como constituidos por y en representación de la ciudadanía en general, con políticas y candidatos que abordan las demandas sociales de la mayoría. Sin embargo, en la actualidad, diversas perspectivas políticas críticas señalan que los principales partidos gobernantes de muchos países continuamente legislan y asignan recursos que sirven en gran medida a los intereses de las élites políticas, prestando mínima atención a las necesidades de la mayoría. Las relaciones políticas estratégicas que configuran muchas iniciativas y asignaciones de recursos quedan en gran medida ocultas a la vista y a la mayoría de los votantes.
La opinión temprana de Marx de que el Estado moderno no era más que el brazo ejecutivo de la burguesía evolucionó más tarde en una comprensión más compleja de las relaciones de clase dentro y contra el Estado. Con la llegada de la producción en serie, la clase obrera industrial alcanzó una masa crítica suficiente para formar sus propias organizaciones, como los cartistas en Inglaterra y el primer partido obrero del mundo, fundado en Estados Unidos en 1828. Estos partidos perseguían directamente los programas de la clase obrera. Desde entonces, muchos izquierdistas han actuado con la esperanza de que la lucha de clases democrática condujera a la transformación política hacia el socialismo.
Cuando los movimientos transformadores han supuesto una amenaza política, han sido socavados por el capitalismo corporativo
Durante casi dos siglos, el Estado capitalista, establecido para proteger los derechos de propiedad privada, ha hecho concesiones a los derechos sociales exigidos por los asalariados, especialmente en lugares con movimientos obreros muy organizados y partidos políticos socialdemócratas fuertes. Sin embargo, se siguen dedicando ingentes recursos a publicitar y promover intereses económicos y políticos capitalistas fetichizados. En los pocos casos en que los movimientos transformadores han supuesto una amenaza política, han sido desviados o socavados por la fuerza ideológica y coercitiva del capitalismo corporativo y sus aliados.
Niveles ocultos de conciencia de clase
Los investigadores y expertos tanto de la izquierda como de la derecha asumen ahora que la conciencia de clase entre los trabajadores está silenciada hasta el punto de ser irrelevante para las cuestiones políticas en el capitalismo avanzado. Las suposiciones predominantes son tautológicas: o bien hay poca conciencia de clase real, por lo que los partidos políticos no tienen electorado para dar forma a plataformas en torno a cuestiones de clase, o bien los partidos políticos establecidos evitan las cuestiones de clase, por lo que la gente no tiene foros populares para desarrollar y expresar esa conciencia. En consecuencia, las investigaciones prestan poca atención a la relación real entre la conciencia de clase y las preferencias por los partidos políticos. Indagaciones recientes han hallado asociaciones mínimas entre las posiciones objetivas o la identidad de clase y las preferencias partidistas, perpetuando aún más la tautología.
Existe un consenso cada vez mayor en torno al carácter tripartito de la estructura de clases del empleo en el capitalismo avanzado, que incluye a propietarios, directivos y empleados no directivos. También se reconoce ampliamente el declive de los trabajadores industriales y el crecimiento de los empleados profesionales (o “trabajadores del conocimiento”). La identidad de clase media se ha extendido mucho más a raíz del consumo masivo de mercancías y de la creciente visibilidad tanto de los ricos acaudalados como de los pobres indigentes. Pero la mayoría de las investigaciones empíricas sobre la conciencia de clase han ignorado en gran medida a los capitalistas corporativos más poderosos y a los altos directivos, han confundido a los directivos con los empleados profesionales y se han centrado principalmente en la identidad culturalmente hegemónica de la clase media. No es de extrañar que las relaciones entre clase y conciencia de clase hayan resultado ser muy modestas.
La reproducción del Estado capitalista depende menos de los defensores con conciencia de clase y más de los trabajadores con conciencia de clase pragmática
Podemos distinguir dos niveles superiores y a menudo ocultos de la conciencia de clase: la conciencia de oposición y las visiones clasistas de la sociedad. La conciencia de oposición implica tener intereses de clase opuestos a los de otra clase: principalmente a favor del capital o a favor de los trabajadores. La conciencia de clase implica tener visiones de la sociedad que se alineen con los intereses de clase, como pueden ser, esencialmente, una visión capitalista hegemónica de una economía continua basada en el beneficio y dirigida por la dirección o una visión obrera revolucionaria de una economía sin ánimo de lucro con autogestión de los trabajadores.
Muchos intelectuales de izquierda creen ahora que los trabajadores tienen en general una conciencia de oposición contradictoria, debilitada por la ideología burguesa dominante y que son incapaces de concebir una alternativa real al capitalismo. Esto dista mucho de ser cierto. Las pocas encuestas nacionales que han abordado estas cuestiones han encontrado que las personas con una conciencia progresista de oposición protrabajo (que apoyan incondicionalmente el derecho de huelga y se oponen a la maximización de beneficios) superan significativamente a las que tienen una conciencia procapital (que se oponen incondicionalmente al derecho de huelga y apoyan la maximización de beneficios), y que el número de partidarios protrabajo parece estar aumentando.
Además, estos mismos sondeos señalan que quienes tienen una conciencia obrera revolucionaria (que combina la conciencia de oposición protrabajo con una visión de la economía sin ánimo de lucro y la autogestión de los trabajadores), constituyen un grupo pequeño pero creciente. Este grupo es mucho mayor que aquellos cuyas visiones defienden claramente las condiciones capitalistas existentes.
Las proporciones de personas con conciencia de oposición protrabajo son probablemente minoritarias en todos los países capitalistas avanzados en la actualidad, y aquellas con conciencia obrera revolucionaria son probablemente menos del 20% en todas partes. Sin embargo, estas cifras son considerables y parecen estar aumentando en medio al ritmo de las actuales crisis ecológicas, económicas y políticas. Superan significativamente en número a los defensores del capitalismo con conciencia de clase.
La reproducción del Estado capitalista democrático liberal depende menos de los defensores con conciencia de clase y más de los trabajadores con conciencia de clase pragmática: aquellos que pueden aceptar la maximización de beneficios con ciertas condiciones o apoyar el derecho a la huelga en circunstancias específicas, y no perciben ninguna alternativa viable al capitalismo. Sin embargo, pequeños grupos con visiones progresistas coherentes y comprometidos con una acción política no violenta sostenida han tenido mucho éxito a la hora de liderar movimientos políticos a favor del cambio en muchas cuestiones durante el siglo pasado. La cuestión central sigue siendo: ¿cómo se relaciona la conciencia de clase con las opiniones sobre cuestiones políticas y el apoyo a determinados partidos?
Los ricos tienden a ver la pobreza como una responsabilidad individual
Política y conciencia de clase
La cuestión de la reducción de la pobreza ha sido históricamente decisoria en muchos países capitalistas avanzados. Los ricos tienden a ver la pobreza como una responsabilidad individual, mientras que los menos acomodados apuntan a las condiciones económicas generales. En las últimas décadas, con una riqueza cada vez más conspicua y un empobrecimiento cada vez más visible, se ha producido un aumento general del apoyo a la reducción de la pobreza en muchos países. Las relaciones entre formas más amplias de conciencia de clase y esos sentimientos de apoyo a los pobres en Canadá en 1982 y 2016 muestran diferencias pronunciadas y crecientes, como se resume a continuación.
Apoyo a la reducción de la pobreza según la conciencia de clase en Canadá, 1982 y 2016.
A lo largo del periodo, el acuerdo general sobre la necesidad de medidas de apoyo a la pobreza aumentó de dos tercios a más del 80%. Una pequeña minoría, que comprendía alrededor del 2%, que se veía a sí misma en el nivel superior de la estructura de clases y creía en lo correcto de su carácter lucrativo, se resistía a las medidas que pudieran disminuir la competencia entre la mano de obra potencialmente contratada. En cambio, un grupo mucho mayor, que abarcaba más de un tercio, con diversos grados de conciencia obrera simpatizante, opositora o revolucionaria, apoyaba cada vez más las iniciativas destinadas a mejorar las condiciones de vida de los pobres.
En la década de 1980 se observaron pautas similares en otros países capitalistas avanzados, como indican los datos de algunas encuestas relevantes. Sin embargo, a pesar de estos sentimientos, han prevalecido las medidas de austeridad del Estado, alineadas con las preferencias de la pequeña minoría que mantiene puntos de vista capitalistas hegemónicos y su influencia sobre los políticos elegidos.
El reciente patrón de conciencia de clase sobre la acuciante cuestión del calentamiento global en Canadá refleja esta tendencia. En 2016, una gran mayoría de canadienses estaba de acuerdo en que el calentamiento global supone una amenaza para la vida humana, con un apoyo prácticamente unánime entre aquellos con conciencia protrabajo. Por el contrario, aquellos con conciencia de clase capitalista hegemónica tendían a negar la relevancia de esta amenaza: una mentalidad elitista vintage.
En resumen, los escasos datos de encuestas directas sobre las relaciones entre las formas más elevadas de conciencia de clase y las cuestiones políticas más debatidas indican que las personas con conciencia protrabajo son las que expresan un mayor apoyo a los programas políticos progresistas. Los que tienen una conciencia favorable al capital muestran la mayor oposición, mientras que los que tienen una conciencia más pragmática tienen opiniones encontradas sobre cuestiones políticas en general. Aunque no se trata de una simple tautología, estos resultados no son del todo sorprendentes. Lo que llama la atención es la significativa disparidad entre las opiniones capitalistas hegemónicas y la opinión popular.
Los procapitalistas tenían el doble de probabilidades de decantarse por el Partido Conservador que los protrabajadores
Pero, ¿qué hay de la asociación entre la conciencia de clase y el apoyo a los partidos políticos realmente existentes, que son las organizaciones elegidas para dar forma a las políticas que responden a todo el electorado? Las pruebas directas sobre esta cuestión son escasas. Algunos datos proceden de la encuesta de Erik Olin Wright realizada en 1980 durante las elecciones presidenciales en las que el republicano Ronald Reagan venció al demócrata Jimmy Carter. Quienes tenían una conciencia favorable al capital tenían cuatro veces más probabilidades de votar a los republicanos que aquellos que tenían una conciencia favorable a los trabajadores, mientras que casi la mitad de este último grupo optó por una afiliación independiente o de otro partido.
La encuesta canadiense de 1982 se realizó tras las elecciones federales de 1980, que devolvieron al Partido Liberal de Pierre Trudeau a la mayoría. Los procapitalistas tenían el doble de probabilidades de decantarse por el Partido Conservador que los protrabajadores. Y estos últimos tenían cuatro veces más probabilidades de decantarse por el socialdemócrata Nuevo Partido Democrático, que recibió alrededor del 20% de los votos.
Un análisis más reciente de la encuesta canadiense de 2004, en la época de las elecciones federales del gobierno liberal en minoría de Paul Martin, muestra resultados significativos. Las personas con conciencia protrabajo solo tenían la mitad de probabilidades de votar a los principales partidos liberales o conservadores que las que tenían conciencia procapital. En cambio, casi dos tercios optaron por apoyar a partidos socialdemócratas u otros, o se negaron a alinearse con ningún partido. Las escasas pruebas muestran diferencias sustanciales en las preferencias partidistas en función de las formas de conciencia de clase. Sugiere que el creciente número de individuos con conciencia protrabajo, junto con otros, son cada vez menos proclives a apoyar a los partidos capitalistas dominantes.
De cara al futuro
Actualmente nos enfrentamos a una combinación de amenazas sin precedentes, como la degradación ecológica sistémica, las desigualdades económicas, un posible invierno nuclear y una falta de confianza generalizada en las instituciones políticas establecidas. La principal consecuencia política hasta ahora ha sido un nivel de protesta social y medioambiental sin precedentes. Votar a los principales partidos capitalistas se entiende ahora como un gesto político limitado, a menudo abordado con cinismo o evitado por completo, con pocas expectativas de que los partidos aborden estas cuestiones acuciantes.
El potencial de alianzas sostenibles entre sindicatos, colectivos sociales, grupos de acción medioambiental y otros grupos de ciudadanos nunca ha sido mayor
En el ciclo electoral que se abre, los demócratas de Joe Biden ofrecen obviamente políticas más progresistas que los republicanos de Donald Trump. La gente debería votar a su candidato progresista preferido, pero no debería hacerse ilusiones. La probabilidad de que cualquiera de los dos partidos aplique políticas que desafíen los programas establecidos de las élites corporativas, que financian a la mayoría de los candidatos electos, sigue siendo escasa. Es necesario que muchos partidos políticos se constituyan o reconstituyan sobre bases sociales más democráticas, con programas de políticas y recursos más democráticos.
El auge de los movimientos de extrema derecha que aprovechan políticamente las ansiedades xenófobas refleja el fracaso de los partidos tradicionales en el poder para abordar las preocupaciones democráticas que impulsan estas protestas sociales y medioambientales generalizadas. La prominencia de los reaccionarios del MAGA [Make America Great Again] en la versión de Trump del Partido Republicano pone de relieve lo lejos que se han quedado los partidos tradicionales de las organizaciones democráticas inclusivas, y lo vulnerables que son a los llamamientos autoritarios populistas y estrechos.
Los militantes progresistas deben comprometerse ahora más que nunca, tanto dentro de los partidos relativamente democráticos como en los crecientes movimientos sociales. El potencial de alianzas sostenibles entre sindicatos, colectivos de igualdad racial y de género, grupos de acción medioambiental y otros grupos de ciudadanos preocupados nunca ha sido mayor. Sean cuales sean los resultados inmediatos de las numerosas elecciones nacionales de 2024, es probable que la conciencia de clase progresista persista y aumente. Los investigadores progresistas deberían realizar esfuerzos sin precedentes para documentar los niveles ocultos de conciencia de clase y revelar sus vínculos con patrones de voto más estrechos. Las recientes encuestas experimentales de Jacobin en Estados Unidos son un comienzo prometedor. Compartir ampliamente esta inteligencia política podría ser una ayuda inestimable para las acciones democráticas dentro y fuera de las organizaciones de los partidos políticos tradicionales.