Por Nino Gallegos, para APIAvirtual.
Leyendo desde lo alto de la sierra duranguraña a lo bajo de la costa sinaloense, “Violencia contra indígenas: oídos sordos del Estado”, por Magdalena Gómez, quien pregunta al viento porque la respuesta está en el viento, porque al Estado-Obrador le vale la doble pregunta y le resopla al viento para que, a las preguntas, se las lleve La Chingada:
“¿Quién se encarga de cumplir con la obligación de garantizar la paz y el respeto al más fundamental de los derechos como lo es el derecho a la vida?”
“¿Quién de parte del Estado escucha la defensa, la denuncia, el acompañamiento nacional e internacional a los pueblos?”
Obviando la corrupción y la impunidad, la violencia y la criminalidad, la respuesta está en la negación y en la afirmación del Estado-Obrador, y ni modo, con el poder, a todo modo, cómo ajustarle las cuentas pendientes, ¿con otro 1994 Zapatista en 2024?, cuando los abrazos y los balazos están a la orden del día con la noche para amanecer en las mañaneras y seguir hasta las adormideras con los entretelones de los muertos y los desaparecidos en la transición presidencial, el sur del país en las sombras espectrales, de la acumulación a la desposesión, es un territorio cerrado desde adentro con el desarrollismo ferroviario industrial y turístico, el usufructo y el extractivismo de la tierra y el agua, quedando las comunidades indígenas expuestas al narcosicariato y al ejército-gn con el comandante de las fuerzas armadas, llevándola bien con el narcosicariato y trayéndola mal con el ejército zapatista, porque la negación a la corrupción y a la impunidad es la afirmación con la violencia y la criminalidad del Estado-Obrador para Chiapas en el país de las sombras espectrales, evidenciando que para el Estado-Obrador la situación y la condición indígena está acomodada al discurso y forzada a la realidad con los paliativos de los bienestares sociales a los pescadores y a los campesinos con los bastones de mando, las redes y los arados, pues mientras el pescador pesca en la tierra y el campesino ara en el mar, el indígena está bien en su cosmo(a)gonía comunitaria, terrenal y sepulcral en el Estado de Derecho, los Derechos Humanos y el Derecho Internacional.