Por Gilbert Achcar
Fuentes: https://vientosur.info
Si se necesitara una prueba más de las limitaciones de la «democracia representativa» tradicional, la escena política israelí ofrece un excelente ejemplo. Aunque la operación Inundación de Al-Aqsa cambió el clima político israelí en perjuicio de Netanyahu y del bloque gobernante que formó con la extrema derecha sionista a finales de 2022, éste sigue ejerciendo el poder, capaz de conservarlo constitucionalmente hasta 2026. Netanyahu consiguió absorber parte de la ira popular israelí que lo responsabilizaba de no haber impedido el ataque armado que tuvo lugar el 7 de octubre, creando un pequeño «gabinete de guerra» con la participación de uno de los dos principales polos de la oposición sionista. Esto le permitió aparecer como un hombre deseoso de la «unidad nacional» sionista para enfrentarse al pueblo palestino.
Además de la dimensión política de la maniobra, Netanyahu quería implicar a sus adversarios políticos en la responsabilidad de gestionar la embestida contra la Franja de Gaza. Lo hizo involucrando a dos hombres que habían asumido sucesivamente el cargo de jefe del Estado Mayor del ejército israelí entre 2011 y 2019, a saber, Benny Gantz y Gadi Eisenkot, ambos pertenecientes al bloque opositor de Unidad Nacional en la Knéset. El gabinete de guerra encarnaba el consenso sionista revanchista que condujo a la destrucción de Gaza y al exterminio de unos cincuenta mil de sus residentes hasta el momento, con la ayuda de Estados Unidos.
Pero el consenso sionista representado por ese gabinete de guerra terminó cuando se completó la reocupación de la Franja de Gaza y la cuestión de su destino político pasó a primer plano. En ese momento, el gabinete de guerra se dividió sobre la posición a adoptar respecto al «arreglo» buscado por Joe Biden y la administración estadounidense que dirige. Este «arreglo» consiste en combinar fragmentos del territorio de la Franja de Gaza y Cisjordania en un «Estado palestino» gobernado nominalmente por una «Autoridad Palestina» ligeramente modificada. La Franja estaría sometida a una supervisión militar conjunta israelí y árabe (principalmente egipcia). Aunque la oposición sionista apoya este «acuerdo», Netanyahu no puede declarar su aceptación del mismo sin romper la alianza que hizo con la extrema derecha, con lo que pasaría a depender de lo que sus actuales oponentes políticos decidan sobre él.
El problema para Netanyahu es que la relación de fuerzas es completamente distinta en ambos casos. Mientras que la participación de sus aliados «neonazis» en el gobierno depende de él, ya que no podrían haber soñado con esa participación de no haber sido por el profundo oportunismo de Netanyahu y su disposición a hacer cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder (y evitar el juicio), la oposición sionista puede esperar asumir el poder sin él mediante unas elecciones parlamentarias anticipadas, con buenas esperanzas de obtener la mayoría en la Knéset. De hecho, desde la Inundación de Al-Aqsa, los sondeos de opinión en Israel indican que la oposición es más popular que el actual bloque gobernante.
La maniobra de Netanyahu de incluir a sus rivales en el gabinete de guerra, unida a su apariencia de obstinado defensor de los intereses sionistas frente a la presión de Estados Unidos, consiguió cambiar en cierto modo la dirección de la opinión pública. Dos encuestas publicadas hace unos días mostraban un aumento de la popularidad de Netanyahu, acompañado de un descenso de la popularidad de su rival Gantz desde el cénit que alcanzó tras la Inundación de Al-Aqsa y su incorporación al gabinete de guerra en nombre de la unidad nacional sionista. Ello se debe a que Gantz empezó a cargar con Netanyahu la responsabilidad del fracaso a la hora de eliminar la resistencia armada dentro de la Franja de Gaza tras ocho meses de agresión frenética, en ausencia de una visión clara sobre «el día después», como se denomina ahora el destino político y de seguridad de Gaza. Esta nueva tendencia de la opinión pública israelí fue sin duda un factor clave en la decisión de Gantz de poner fin a su participación en el gabinete de guerra.
Sin embargo, los sondeos siguen indicando una posible derrota de la alianza existente entre el Likud, el partido de Netanyahu, y los «neonazis» frente a los bloques de la oposición. Mientras uno de los dos sondeos recientes indica que la oposición podría ganar la mayoría de los escaños de la Knéset (61 de 120), el otro indica que necesitaría tres escaños para lograr ese objetivo. Estos escaños podrían ser proporcionados por el bloque árabe islámico dirigido por Mansour Abbas, que no ha dejado de expresar su voluntad de seguir participando en el juego político sionista, o por uno de los grupos sionistas afiliados a la actual coalición gobernante, o por cualquier otro pequeño bloque de la Knéset.
Por lo tanto, Netanyahu no se arriesgará a romper su alianza con la extrema derecha sionista y a enfrentarse a la posibilidad de una batalla electoral anticipada, a menos que obtenga beneficios y garantías, especialmente en cuanto a sus problemas judiciales. Puede permanecer en el poder con sus aliados a pesar de que las encuestas confirman que se han convertido en minoría en el país, aunque el periodo actual sea uno de los más graves que ha atravesado el Estado sionista durante su corta historia. Netanyahu también apuesta claramente por la posibilidad de que Donald Trump gane las elecciones presidenciales estadounidenses que tendrán lugar a principios de noviembre.
Todo esto es una fuente de gran desconcierto para Biden, que necesita lograr el «acuerdo» que busca antes de las elecciones. Por ello, la administración estadounidense ha invitado a Yoav Galant, ministro de Defensa del actual gobierno sionista y rival de Netanyahu dentro del propio partido Likud, a visitar Washington en los próximos días, antes de que Netanyahu acuda a pronunciar un cuarto discurso ante el Congreso estadounidense el 24 de julio (que, por cierto, es un privilegio que ningún otro jefe de Estado extranjero ha recibido en la historia de Estados Unidos). No cabe duda de que la administración Biden está explorando formas de presionar a Netanyahu a través de Gallant, incluida la posibilidad de que este último deserte de Netanyahu con un número de miembros del Likud en la Knéset que sería suficiente para derrocar al actual gobierno y forzar nuevas elecciones.