Por Amira Hass
Fuentes: https://www.sinpermiso.info
La lucha armada no ha logrado detener la actual usurpación de tierras palestinas. La destrucción y la muerte provocadas por Israel en la Franja de Gaza exigen un tipo diferente de lucha, una que tenga en cuenta el derecho de su pueblo a vivir.
En Israel, el lema “Del río al mar, Palestina será libre” se percibe como un llamamiento a la erradicación del Estado judío. Como suele ocurrir con las consignas, no especifica qué sucederá con los judíos en la Palestina recién liberada.
Si preguntáramos a cada manifestante en Estados Unidos y Europa qué quieren decir cuando gritan estas palabras, probablemente obtendríamos una variedad de respuestas, que van desde «los judíos deberían regresar a sus países de origen» hasta «se establecerá un estado palestino laico y democrático (¿bajo el liderazgo del Movimiento Islámico?), donde personas de las tres religiones vivan en igualdad”.
Lo que sí es seguro es que la conmoción al ver la carnicería y la destrucción causada por Israel en Gaza ha llevado a muchos jóvenes de todo el mundo a ver a Israel como una entidad colonial de asentamiento y, por tanto, ilegítima. Consideran los ataques de Hamas el 7 de octubre –su objetivo eran los militares, sin duda, pero también la masacre de civiles– como parte de la lucha legítima de cualquier pueblo contra una entidad colonialista.
Existe un gran abismo entre quienes ven el 7 de octubre como el punto de partida o como una prueba de las tendencias asesinas innatas de los palestinos y quienes son conscientes y comprenden que la principal explicación de lo sucedido reside en la ocupación y opresión de Israel.
Tampoco hay puntos en común entre quienes creen que las atrocidades cometidas por Hamás y sus cómplices justifican la horrible matanza masiva de decenas de miles de civiles palestinos y la hambruna de dos millones de personas, y quienes reconocen el hecho de que la única solución es política y diplomático: un reconocimiento de los derechos de los palestinos como pueblo. Otra brecha significativa separa a aquellos que automáticamente aprueban cualquier uso de las armas y cualquier asesinato en nombre de la liberación y aquellos que no están de acuerdo, aunque entienden el contexto.
Pero son exactamente esos manifestantes que gritan “Del río al mar” y adoptan el análisis historiográfico detrás de la frase quienes deben considerar la estrategia de lucha armada de Hamás y otros grupos palestinos en relación con su éxito o fracaso a la hora de detener el despojo de los palestinos y el saqueo de sus tierras.
La pregunta se responde sola. La lucha armada ha sido y sigue siendo infructuosa a la hora de impedir el proyecto israelí de desposesión y colonización. El mejor punto de partida para examinar la política de Israel es principios de la década de 1990, una época en la que el bloque soviético –entonces el principal partidario de la exigencia palestina de un Estado– se había desintegrado; cuando el apartheid político (pero no económico) se acercaba a su fin en Sudáfrica; y tras la primera intifada desembocó en la Conferencia multilateral de Madrid, con la participación de una delegación palestina que formalmente no estaba representando a la Organización de Liberación de Palestina.
En medio de la atmósfera de cambio que trajo el fin de la Guerra Fría, los palestinos y la comunidad internacional, así como muchos defensores de la paz israelíes, esperaban que los asentamientos fueran desmantelados, que Israel se retiraría de todo el territorio que ocupó en 1967 y que se establecería un Estado palestino en un área que comprende el 22 por ciento de la Palestina del Mandato Británico.
Las conversaciones multilaterales de Madrid condujeron a negociaciones bilaterales entre Israel y la OLP en Oslo. Las expectativas de los palestinos siguieron siendo las mismas: que Israel pusiese fin a su ocupación militar iniciada en 1967, que Israel respetase su derecho a la autodeterminación y que las partes continuasen el proceso histórico de reconciliación entre los dos pueblos.
Pero Israel no tenía intención de dejar de construir nuevos asentamientos, y mucho menos desmantelarlos. Y, como han demostrado las declaraciones y discursos de sus líderes (sobre todo los ex primeros ministros Yitzhak Rabin y Shimon Peres) y las acciones de todos los gobiernos israelíes, tampoco dio su consentimiento al establecimiento de un Estado palestino.
Además, Israel consolidó y amplió aún más sus asentamientos mientras cínicamente se aprovechaba de la voluntad de la OLP de posponer cualquier discusión sobre su futuro hasta el momento de las negociaciones sobre el estatus permanente. Utilizando una combinación de regulaciones burocráticas y militares como restricciones de movimiento, carreteras de circunvalación, zonas cerradas para su desarrollo a los palestinos, puestos de control y barreras, Israel propició y aceleró la fragmentación del territorio palestino ocupado desde 1967, desmenuzándolo en enclaves aislados.
Así, con bastante razón, los partidarios de los ataques de Hamás del 7 de octubre y de la lucha armada en general enfatizan que la estrategia de negociación y diplomacia llevada a cabo por la OLP y la Autoridad Palestina–así como la lucha popular desarmada– han fracasado y deben ser abandonadas. Pero si detener el despojo y la apropiación de tierras es el criterio correcto para elegir una táctica o estrategia, lo mismo debe aplicarse a la lucha armada. ¿Por qué, entonces, debería recibir una amplia exención del juicio de la historia?
Después de que Hamás se formara en 1988, su ala militar se centró en ataques armados dentro de los territorios palestinos que Israel ocupó en 1967. Una desviación (compartida más tarde o simultáneamente también por otros grupos) del carácter conscientemente desarmado inicial de la primera intifada.
Sin embargo, hasta el día de hoy, la impresión que el levantamiento dejó en el mundo –y en la memoria colectiva palestina– es la de una lucha popular y democrática que busca el objetivo concreto de la independencia palestina. Este objetivo parecía alcanzable, como lo demuestra la preparación de las bases educativas, económicas y culturales del futuro Estado.
Hamás comenzó a atacar a civiles dentro de Israel después de que el colono judío Baruch Goldstein masacrara a fieles musulmanes en la Mezquita Ibrahimi de Hebrón en febrero de 1994. Lo que inicialmente se percibió como ataques de venganza se convirtió en una política deliberada para sabotear las tácticas de negociación y la diplomacia del presidente palestino Yasser Arafat.
Hamás se jacta de haber conseguido con sus atentados suicidas de los años 1990 detener el proceso de Oslo , que considera una traición. Esta fanfarronería le hace el juego a Israel, que no tenía intención de permitir que las negociaciones dieran como resultado dos Estados.
La militarización de la segunda intifada no fue causada sólo por Hamás, pero el grupo continuó mejorando sus capacidades militares. Desplegó terroristas suicidas, mató a soldados y colonos en la Franja de Gaza y lanzó cohetes desde allí. Hamás atribuye la retirada de Israel de Gaza en 2005 a la lucha armada del grupo. Sin embargo, desde una perspectiva política, la retirada unilateral de Israel de Gaza le permitió desarrollar aún más la realidad que había diseñado durante 15 años: separar a la población de Gaza de la de Cisjordania.
En Cisjordania, los ataques suicidas permitieron a Israel construir la barrera de separación que robó decenas de miles de dunams a los palestinos. Quienes afirman que Israel de todos modos tenía la intención de apoderarse de más y más tierras tienen razón.
Pero, ¿el propósito de la lucha armada palestina es facilitarle a Israel el saqueo de tierras y acelerar ese proceso? Dentro del discurso interno palestino, se dice que la segunda intifada (cuya naturaleza armada impidió que se convirtiera en un levantamiento popular generalizado) fue un desastre. Pero esta conclusión ha sido algo minimizada, casi silenciada por respeto a los muertos, a los numerosos prisioneros palestinos retenidos en Israel y a sus familias.
Los ataques de “lobos solitarios” contra israelíes en los asentamientos y que los palestinos consideran justificados, incluso heroicos, no han disuadido a los colonos, sino todo lo contrario: alentaron y aceleraron el robo de tierras. Por poner un ejemplo, el 21 de julio de 2017, un residente de la aldea palestina de Khobar, al noroeste de Ramallah, apuñaló y mató a tres miembros de una familia israelí del asentamiento de Neve Tzuf, establecido en tierras confiscadas a las aldeas de Nabi Saleh y Deir Nidham.
Desde el ataque, Neve Tzuf ha acelerado su usurpación de más tierras palestinas en la zona. Con la ayuda del ejército y las autoridades israelíes, ha establecido nuevos puestos de avanzada y bloqueado el acceso palestino a la carretera que conecta la zona con las aldeas vecinas al sur. El resultado es el mismo después de cualquier ataque, ya sea cometido con un cuchillo o una pistola y organizado por un grupo o un individuo solitario.
La gente tiene razón cuando dice que incluso antes del 7 de octubre, la violencia de los colonos organizados y apoyados por el Estado había conducido a la expulsión de comunidades palestinas de agricultores y pastores de sus tierras y a la confiscación, por parte de puestos de avanzada claramente ilícitos, de cientos de miles de dunams de tierra en Cisjordania.
Haaretz ha publicado sistemáticamente informes de organizaciones de derechos humanos israelíes y artículos investigados de forma independiente que detallan el proceso durante los últimos 30 años.
La usurpación de tierras no ha hecho más que acelerarse desde el 7 de octubre y el comienzo de la guerra en Gaza. Los únicos que intentan frenarlo son grupos de voluntarios que acompañan a los agricultores y pastores palestinos a sus tierras.
La mayoría de ellos son israelíes, pero algunos voluntarios vienen del extranjero (incluidos muchos judíos) y ocasionalmente hay participantes palestinos. Las organizaciones palestinas que abogan por la lucha armada, encabezadas por Hamás y la Jihad Islámica, rara vez se unen a acciones de resistencia pública contra la toma de tierras por parte de los colonos y el Estado y dejan claro que no es su estrategia preferida.
Los miembros armados de las organizaciones en los campos de refugiados de Jenin, Tulkarm y Nablus están dispuestos a sacrificar sus vidas cuando deciden tomar las armas contra tanques y drones israelíes. No hay duda de que estos jóvenes sienten que de todos modos no tienen futuro. Cada uno de estos campos de refugiados se ha convertido en una mini-Gaza en términos de la devastación que Israel deja tras cada una de sus incursiones.
En cada una de ellas mueren civiles desarmados. ¿Cómo es posible que todo el coraje y la fuerza demostrados por los jóvenes palestinos armados contra un ejército sofisticado, todo el dinero invertido en sus armas y la resistencia de los residentes de barrios que son destruidos una y otra vez no se canalicen hacia una iniciativa popular para proteger las tierras palestinas y las decenas de comunidades que están sujetas al terrorismo constante de los colonos? Si el problema es en realidad el despojo y los asentamientos coloniales, ¿por qué los esfuerzos de los palestinos no se centran en sus manifestaciones más destacadas?
Quienes favorecen la lucha armada dicen que su éxito no debería medirse por puntos, como en un ring de boxeo. También dicen que desde el 7 de octubre, Hamás ha destrozado el sentido de normalidad de los israelíes, les ha asestado derrota tras derrota, ha expuesto la indiferencia de su gobierno hacia el destino de los rehenes retenidos en Gaza, ha demostrado aún más lo patéticos que son los políticos de Israel y ha ampliado los conflictos internos y la ruptura social del país.
Hamás, que ha demostrado ser un ejército que tiene un ala política y no al revés, obviamente no planeó conseguir esos logros. Pero planeó todo lo demás muy meticulosamente. Concentró sus esfuerzos en aumentar su fuerza militar, cavando el sofisticado laberinto de túneles que continúa sorprendiendo y confundiendo al ejército israelí y su inteligencia, obteniendo y produciendo armas y municiones y entrenando a miles de jóvenes que están dispuestos a morir en combate.
Todo esto es verdad. Pero como dicen en árabe, ¿wa ba’adein? (وبعد ذلك) ¿Y despues qué?
En primer lugar, lo que sigue es lo que está sucediendo ahora: la muerte y el dolor en Gaza, cuyos residentes no han tenido dónde esconderse de los bombardeos israelíes, que no distinguen entre un hombre armado y su hijo, entre un funcionario del Ministerio de Salud de Gaza dirigido por Hamas y un comandante militar de Hamás.
La comunidad que conocíamos en la Franja de Gaza ha sido eliminada. Los muertos ya han sido liberados de todo. Las decenas de miles de heridos, discapacitados y niños que son los más afectados por el hambre y la desnutrición enfrentan muchos años de rehabilitación física y mental, y es difícil decir hasta que punto lo lograrán.
Los ricos, aquellos con conexiones y profesiones deseables, ya han abandonado Gaza, dejando atrás a sus padres ancianos y a otros familiares menos afortunados. Se espera que muchos más emigren cuando se reabra la terminal fronteriza de Rafah. Han surgido pandillas que se aprovechan de la calamidad que ha azotado a los habitantes de Gaza. Junto con las expresiones de solidaridad comunitaria, el tejido social está dando señales de que está empezando a desintegrarse. Se necesitarán décadas para reconstruir la Franja de Gaza. ¿Los logros que admiran los partidarios de Hamás fuera de Gaza superan este terrible sufrimiento?
Esta destrucción y matanza son de hecho una decisión que tomó Israel. Israel podría haber reaccionado de manera diferente al 7 de octubre. Podría haber evitado el ataque no sólo desde una perspectiva militar y de inteligencia, sino también política. Israel podría haber optado por respetar las resoluciones internacionales relativas al derecho de los palestinos a la autodeterminación. Ahora vemos, sin embargo, que Hamas se ha preparado para una campaña militar prolongada, ignorando el impulso y la capacidad de destrucción demostrados de Israel, sin considerar el destino y los deseos de los palestinos.
No es posible debatir el futuro lejano. ¿Esta estrategia de Hamás conducirá al resultado deseado expresado en el lema “Del río al mar” en 20, 50 o 200 años? No lo sabemos. Pero no estamos hablando de procedimientos de laboratorio clínico. Los dos millones de habitantes de Gaza torturados, bombardeados y hambrientos no son meros extras en un análisis historiográfico prospectivo. El derecho a la lucha armada no es más sagrado que sus vidas.
De hecho, muchos palestinos han dicho, y siguen diciendo, que la muerte es mejor que la vida bajo la opresión y la ocupación. Pero el hecho es que todos los días, los palestinos en la Franja de Gaza y Cisjordania demuestran que, en realidad, tienen muchas ganas de vivir.
Cuando los medios de la lucha de liberación pueden conducir a una matanza masiva y a la eliminación del pueblo oprimido –como está sucediendo ahora– es correcto culpar al opresor, pero no es suficiente. Es imprescindible –y es posible– idear y desarrollar medios de lucha que tengan en cuenta el derecho a vivir del propio pueblo.