Por Carlos Alberto Ríos Gordillo
Fuentes: https://www.sinpermiso.info
“y de noche todos los gatos son pardos”
Sancho Panza, en El Ingenioso
Hidalgo Don Quijote de La Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra.
1. Inverosímil, de tan estruendoso y apabullante, el triunfo de la izquierda en la elección presidencial mexicana de 2018 sorprendió quizá más a los propios que a los extraños. La coalición política derrotada no sólo sufrió una debacle electoral, sino que se vio frente a la amenaza de extinción: miles de militantes suyos irían abandonando las filas de los partidos políticos, donde militaban hacía poco todavía. Además, la amenaza de la pérdida del registro electoral de los partidos se acompañaba con la dramática reducción de sus representantes en las cámaras de diputados y senadores. Mientras el eje de gravitación de la política partidista había girado a la izquierda, la oposición se extinguía en tiempo real.
2. Tres años después, con los efectos de la pandemia de COVID-19, el gobierno federal estaba atrapado entre la ineficacia por “aplanar la curva” (como se dijo en su momento) de las defunciones, y las obras de arquitectura social y económica: el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA), la Refinería de “Dos Bocas”, el “Tren Maya”, cuya viabilidad era de pronóstico reservado. En la elección intermedia de 2021, el gobierno siguió conquistando victorias en los estados del interior del país, aunque perdió la mayoría en la Cámara de Diputados. Ahora tendría que negociar sus reformas en curso: el Instituto Nacional Electoral (INE) y el Poder Judicial de la Federación (PJF), y turnar el mando de la Guardia Nacional (GN) a la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA). Para el partido en el gobierno era el momento de negociar con una oposición que durante tres años había minimizado. Ésta, no obstante, hizo lo mismo al negarse a toda reforma, impugnar toda propuesta, votar en contra de cualquier iniciativa. La humillación a los vencidos acrecentó el deseo de revancha y el voto en contra de MORENA la envalentonó: ejerció su poder para arrinconar las iniciativas, al mismo tiempo que preparaba su retorno a la presidencia en 2024.
Y la campaña arreció. La mayoría de los medios de comunicación, enemigos del gobierno; y luego, el activismo de los Consejeros Electorales del INE y de la Magistrada Presidenta del PJF, más una serie de organizaciones ‘ciudadanas’, como “Mexicanos contra la corrupción”, obraron de manera conjunta y cada vez más organizada en contra del gobierno, cuyo titular, el presidente de México, en su conferencia matutina ―verdadero poder político y mediático―, al tiempo que ejercía su “derecho de réplica” les daba uno u otro argumento para la lucha política, en particular, en los medios de comunicación y las así llamadas redes sociales.
3. Mientras que el presidente López Obrador no reconocía las luchas feministas o en defensa de los territorios y la autonomía ―alejándose cada vez más de la izquierda social y de los movimientos anticapitalistas: “radicales de izquierda”, a quienes él asimiló con los “conservadores”―, también creó el gran ariete en contra de su gobierno. En una extraña paradoja, el gobierno que había surgido de una victoria democrática creó, con sus intentos de reformas al INE, al PJF y al Instituto Nacional de Acceso a la Información (INAI), la bandera de lucha de sus acérrimos rivales políticos: ‘la defensa de la democracia amenazada por el autoritarismo dictatorial’.
Tan eficaz y balsámica ha sido la palabra y la figura de López Obrador, que el elíxir mágico que vivificó a una oposición política moribunda salió de él mismo. La defensa de la democracia, tan cara a la izquierda de este país, fue expropiada por la derecha y útilmente usada para conectarse con un amplio sector de la población mexicana, por lo general conservador y temeroso del comunismo supuestamente vivificado por el progresismo lopezobradorista y sus ‘aliados’ latinoamericanos: Cuba y Venezuela, en primer lugar. Sin un masivo poder de convocatoria, todas las marchas en la capital del país de los grupos ‘ciudadanos’ habían llenado con dificultad algunas avenidas del centro de la Ciudad de México y la explanada del Monumento a la Revolución, pero una vez que el mensaje de que ‘la democracia estaba en riesgo’ por una ‘dictadura’ en marcha, y éste fue inseminado con destreza por los medios de comunicación masiva, intelectuales de la derecha y un sinfín de comentaristas, conductores e influencers, el panorama político cambió: las marchas de color rosa cobraron vida propia y el zócalo de la ciudad de México fue tomado; la defensa de la democracia fue coreada por miles de gargantas, no sólo desilusionadas por el gobierno (entre los que en 2018 votaron por él y los que nunca lo apoyaron), sino muy a menudo enardecidas contra él: “El INE no se toca/El INE no se toca”.
4. Las artimañas de la derecha devinieron en movilización política (con ciudadanos genuinamente hastiados del gobierno o agraviados directamente por él), al apropiarse de una tecnología de la protesta social muy cara a la izquierda mexicana: las marchas en el espacio público, esta vez, colorido de rosa. Pero la “marea rosa” escondía los verdaderos colores que la impulsaron: la pigmentocracia de los partidos políticos de oposición, cuya alianza obedecía al “Pacto Por México”, creado a comienzos del gobierno del sexenio del priísta Enrique Peña Nieto (2012-2018). Ante el miedo al rechazo, fueron incapaces de mostrarse con sus propios colores: azul (Partido Acción Nacional, PAN), rojo (Partido Revolucionario Institucional, PRI), amarillo (Partido de la Revolución Democrática, PRD), haciéndolo a través del color de la ‘sociedad civil’.
Con la base de la violencia galopante y la confusión política desatada por los medios de comunicación (donde nada es lo que parece), había llegado el momento de mostrar el hartazgo ante la “dictadura de López” y repudiar las grandes obras de infraestructura, consideradas “derroche”, “opacidad”, “ineficacia” y “corrupción” ―excepto los programas sociales, elevados a derechos constitucionales por el gobierno en curso―. Con ello, la derecha había penetrado, previa incubación de miedos y mentiras, en la psique de una masa de la población dispuesta a tomar las calles y, como se vio después, las plazas públicas de las principales ciudades del país.
Desbordado, el optimismo de la multitud inyectó ilusiones a una derecha parasitaria que se alimentaba de su huésped. Después de una travesía errática, por fin había una base social que pudiera respaldar una candidatura que, por un lado, conectara con el perfil de esas multitudes, mientras que, por el otro, pudiera competir contra el partido en el poder y su figura más fuerte en la próxima contienda: la entonces gobernadora de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum. La defensa a ultranza ―aunque fuese a la zaga― y una candidata que pudiera competir en igualdad de género, se plasmaron en la agenda de trabajo del grupo rival al presidente, su partido, Sheinbaum y la coalición “Sigamos haciendo historia” (Partido Verde, Partido del Trabajo, MORENA). La campaña debía ir en contra de, o en oposición a, sin conceder ni reconocer, sin aceptar ni valorar. Negarlo todo, sin proponer nada nuevo, se convirtió en el dogma de los partidos desplazados del poder, hábilmente escondidos tras la máscara de la sociedad civil, y en el núcleo rector de la campaña presidencial.
5. La oposición, la del “Pacto por México”, anunció su proceso interno. Más de treinta aspirantes se registraron, aunque sólo dos tenían oportunidades reales: Beatriz Paredes (PRI) y Xóchitl Gálvez (ligada al PAN, quien se presentó como candidata ciudadana). La cargada, desde el principio, favoreció a la segunda. Y ello, porque tan inescrupulosa como necesitada, la oposición mordió el anzuelo de su alter ego: López Obrador, quien, hábil para crear o resucitar enemigos, opinó que la candidata sería Xóchitl Gálvez, que en principio tenía aspiraciones políticas más modestas: gobernar la Ciudad de México. Pero al ser considerada el enemigo a vencer en la elección de 2024, la expectativa en su triunfo mayor creció velozmente. Urgida de liderazgos, y femeninos, que pudieran conectar con la población y generar un movimiento de masas, de pronto la oposición descubrió en Gálvez el imán para atraer a un sector desangelado, iracundo y movilizado en contra del presidente, a quien tilda de “narco presidente”.
Inflada por los medios de comunicación desde el principio (fue equiparada con la “virgen de Guadalupe”), Xóchitl Gálvez ganó el proceso interno para ser la candidata presidencial de los partidos que constituyen la Coalición “Fuerza y Corazón por México”, sin que hubiese elección de por medio. La defensa por la democracia había comenzado sin esta última. Lo importante era la designación desde las cúpulas de los partidos políticos, desde donde se había apostado por una candidata que se presentó como un coctel ideológico: de origen indígena, filiación trotskista, crítica radical al PRI, empresaria exitosa, gobernante modelo en una alcaldía de la ciudad de México, vendedora de gelatinas cuando niña y mujer madura a la que siempre le sobran arrestos, etcétera. De sonrisa trabada en el rostro, formas redondas y baja estatura, vestida comúnmente con huipiles indígenas, la candidata ‘ciudadana’ de la pigmentocracia ha recorrido el país con un discurso fresco, ocurrente, jovial y sencillo, que no por ello deja de ser frívolo, desvergonzado, racista, machista y clasista.
Su ignorancia sólo es comparable con su tendencia a la mentira y la calumnia. Su lenguaje, medida de su mundo, ha sido un foco de constante atención. En días pasados, haciendo gala de su “memoria prodigiosa” cuando niña, confesó haberse aprendido “los continentes de las capitales del mundo”. El portento memorioso sería superado por lo insuperable: “Es más: ¡me aprendí la capital del mundo!”, dijo orgullosa de sí misma. Quizá por ello, en un simulacro electoral en las universidades de México, ella obtuvo no el deseado primer lugar de la votación, sino el tercero, debajo de Jorge Álvarez Máynez, del partido Movimiento Ciudadano (MC), a quien los líderes de los demás partidos primero le rogaron una alianza, y después, que declinase en favor de Gálvez. Dispuesto a aumentar el valor su partido, él prosigue con su estrategia dispuesto a posicionar una fuerza de en medio, necesaria para obtener mayorías en las votaciones legislativas.
6. Orquestada para generar confusión en la opinión pública, la campaña y su candidata han sido un galimatías. El desorden que reina se ha volteado en contra de sus orquestadores y amenaza las listas de senadores plurinominales (los líderes de los tres partidos políticos, en primer lugar), el número de gubernaturas, el de legisladores y el registro de los partidos. Eso aumenta la desesperación de Gálvez y la virulencia de la campaña. Y lo hace a tal punto que la confusión ha terminado por enredar a sus creadores, al igual que a la candidata de la triste memoria.
En cuanto a ella, su pretendido origen indígena y militancia de izquierda revelaron una impostura política, al igual que su carisma desveló su carácter ordinario y vulgar. No le han bastado el baño de izquierda ni el origen popular para conectarse con la población y encabezar, por sí sola, un movimiento de masas. A la zaga, avanza haciendo entuertos y creando agravios. En cuanto a la campaña, su lógica es simple: tergiversar, engañar, confundir, mentir, negar. Esta cara de la derecha muestra aquí su imagen más diáfana.
Imposibilitada de echar mano de la represión para doblegar y apabullar, la derecha ha usado el recurso de la confusión política. La fortaleza de la base social de MORENA explica la estrategia de la derecha: parecerse a la izquierda, escamotearle sus banderas de lucha, las conquistas sociales, e implementar un desconcierto del cual obtenga dividendos. Así, en la última marcha de la “marea rosa” (19 de mayo), ‘ciudadana’ sólo como supuesto, afloró la naturaleza partidista que siempre estuvo detrás de la ‘sociedad civil’. Lo hizo obligada por el advenimiento de la elección del 2 de junio: el color rosa no aparece en las boletas electorales, pero sí el de los partidos políticos que estuvieron ocultos debajo suyo. Y éstos fueron ‘invitados’ con todo y candidata ‘ciudadana’ a la concentración de la ‘sociedad civil’ en el zócalo de la Ciudad de México, que Gálvez utilizó de forma magistral como cierre de campaña. Sólo la proximidad de la elección obligó al desenmascaramiento.
7. En el zócalo se produjo un acto de prestidigitación política: la alquimia entre los partidos políticos urgidos de base social ciudadana y la ‘sociedad civil’, que sostenía estar cansada de ellos. Obra fina de metamorfosis, el discurso de Gálvez es el emblema de la apropiación y la expropiación del discurso de la izquierda y de sus banderas de lucha; símbolo de la defensa no ya de la democracia (del INE), sino ahora de la República (en México). “Antes que partido, tenemos Patria. Antes que partido, tenemos República. Antes que partido, tenemos Democracia y antes que partido, tenemos a México. México es primero”, comenzó la oradora, diciendo que había sido invitada por los ‘ciudadanos’, cuya presencia justificaba la alianza necesaria entre los viejos partidos y la ‘sociedad civil’. Si el fin justificaba los medios, la altura de miras legitimaba el carnaval de la política y el delirio de la multitud: “Una lucha por el alma de México”. Era necesaria esa “coalición amplia” para “defender tres valores: vida, verdad y libertad”, en contraposición a la “muerte, la mentira y el miedo”, legado de este gobierno.
Párrafo tras párrafo, el discurso subsumió todo a su paso: las causas y hasta los sujetos sociales de la izquierda (las madres buscadoras de los desaparecidos, por ejemplo), que son tanto la agenda irresuelta del gobierno de López Obrador, como las banderas de lucha de la izquierda social, escamoteadas por la derecha. Al mostrar su capacidad de metamorfosearse en su contrario, el discurso fue tan falso en su forma como verdadero en su contenido: democracia y justicia han sido dos grades valores de la izquierda en México, pero lo paradójico es que la derecha se haya posicionado tanto en una como en otra. “Tiempos de salud, amor y esperanza”, auguró Gálvez ante una multitud que coreaba las consignas, mientras sostenía las banderas de los tres partidos, las rosas, las de la candidata y hasta la bandera de México. En la esperanza es donde se enraíza la fuerza de la multitud, que defiende la democracia y el alma de México, ante la ‘dictadura de López’ y su ‘heredera’: la “narcocandidata” Claudia Sheinbaum.
8. Pese a ello, la coalición “Sigamos haciendo historia” obtendrá la victoria en la elección presidencial y, con ello, seguirá reciclando a políticos impresentables que llegaron a MORENA incluso antes del éxodo de la derrota electoral de 2018, que hoy gobiernan en buena parte de los estados del país. Ganará de nuevo esta izquierda que se parece tanto a la derecha. Lo curioso es que, en una suerte de solidaridad entre contrarios, los extremos se tocan: la derecha, por decirse de izquierda, y esta última, por decirse diferente de la derecha.
En medio de la confusión reinante, todos los gatos son pardos.
Carlos Alberto Ríos Gordillo es profesor del departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco.