Por Andrés Figueroa Cornejo, para APIA virtual.
Chile. Las familias sin vivienda propia en Chile suman millones. El fenómeno se ha intensificado dramáticamente en los últimos 50 años debido al encarecimiento de los créditos hipotecarios y la especulación inmobiliaria. Los bajos salarios e ingresos y, por tanto, la imposibilidad del ahorro entre la mayoría de las clases trabajadoras y populares corresponde a una de sus causas. Debido a ello, y a una formación capitalista ultraliberal donde no existen derechos de ningún tipo (salvo diminutos bonos focalizados) y las relaciones sociales están sometidas al imperio de la ganancia privada mediante la explotación humana y la destrucción de la naturaleza, el carácter de clase de la organización y distribución social de la urbe, como en los tiempos de las grandes migraciones desde la ruralidad a la metrópolis, multiplican los asentamientos de empobrecidos. Innumerables campamentos y tomas de terreno hacen parte normalizada del paisaje chileno.
Acaso el asentamiento humano con mayores proyecciones simbólicas y presencia comunicacional fue la Toma de terreno 17 de Mayo, ubicada en la comuna de Cerro Navia, al norponiente de la Región Metropolitana. El 24 de abril, la Corte Suprema dictaminó la expulsión de los pobladores. El reciente 16 de mayo fue desalojada brutalmente por un numeroso contingente de la policía militarizada desde las 7 de la mañana, mediante un ataque de bombas lacrimógenas contra niños y ancianos. Sus habitantes han recibido un profuso apoyo popular, mientras barajan alternativas para satisfacer una necesidad perentoria que, tras la violenta represión, continúa sin salida.
Mami Sole era dirigenta de la 17 de Mayo. Tiene 64 años de edad, es jefa de hogar y cría a sus tres nietos con lo que remunera como «nana», empleada particular y cuidadora de ancianos.
«Ingresé al terreno el 19 de junio de 2019. Yo vivía en la comuna y entonces alguien me avisó que había una toma de terreno. Yo jamás había habitado en una, pero con mi gente vivíamos hacinados arrendando una casa muy chiquita, y se abrió esta puerta. Con los años fui entendiendo que esto se trata de una lucha. Tuve unos papás que ya no están y que me enseñaron lo de la justicia social», explica Mami Sole y dice que «me fui a la toma por la necesidad de un techo. Una se mantiene en las listas de espera año tras año. Estuve 7 años, me cansé y me comí la plata.Tengo compañeros que llevan 22 años postulando a una vivienda social. ¿Sabe? El sistema no es real para nosotros».
El paño de tierra de la ocupación es de 11 hectáreas para 187 familias, divididos en lotes de 14 por 29 metros, con calles anchas por donde podían pasar camiones aljibe sin problemas.
Mami Sole recuerda que de niña, todos los fines de semana, su familia albergaba en la casa a algún borracho o niño ‘pelusa’ (porque volaban de un lado para otro). «De grande entendí. Pasaba un carrito que vendía helados. Mi papá compraba dos potes de helado de crema para la familia y dos cajas de helados de agua para los chicos callejeros. Así aprendí la solidaridad. Mire, yo no tuve ninguna iniciación política porque a mí no me gusta nada el poder. La tierra se mueve a cada instante y tengo ideas libres.»
– ¿Cómo se hizo dirigenta?
«Yo caminé como cualquier pobladora. Había cosas que no me gustaban y otras que sí me encantaban. Al año y medio de llegar a la toma me incorporé a la Mesa de Trabajo del sector 3. Cuando ocurría un problema importante, nos reunimos los 15 representantes de los 3 sectores y lo dilucidamos. Y si la cuestión era algo que afectaba a todos, pues se llevaba a la asamblea general. Funcionamos de manera combinada. Incluso hubo una cooperativa de vivienda. La verdad, aquí hay todo tipo de gente. Así nos fuimos dando cuenta que podíamos caminar. Muchos pobladores no tenían idea de que eran tan inteligentes y comprendían la historia.
Sobre las reglas al interior de la toma resueltas por la asamblea, se podían hacer fiestas los sábados hasta las 2 de la mañana, y del domingo al resto de la semana, nada. Y si alguien la quería seguir, le cortamos la luz, porque el respeto es valioso. Una persona que se drogaba, tras tres advertencias, la tuvimos que sacar del terreno. También había dos abusadores que golpeaban a sus parejas. Les sacamos la cresta y no volvieron nunca más. Eso es ser familia, tener lazos. Eso jamás lo viví fuera de la toma.»
– ¿Quién es la propietaria del suelo donde se levantó la toma?
«María Hortencia Guzmán Nieto. De hecho, la mitad de la comuna de Pudahuel le pertenece. En el 2019 este suelo cambió de ser un terreno social para viviendas a uno industrial. Ella nunca quiso hablar con nosotros. Al principio de la toma, nuestra idea era pagar un millón de pesos por familia, o sea, le ofrecimos 180 millones de pesos, y el saldo se lo pensamos pagar anual o mensualmente. Ahora, cuando vino el tasador, nos dijo que el terreno costaba mucho más. Entonces faltó un poco de humanidad.»
– ¿Y el alcalde de Cerro Navia, Mauro Tamayo (‘progresista’)?
«Es un hombre nefasto y cruel. Se hace llamar de izquierda y nunca pisó la toma. Cuando el 2020, para la pandemia, llegaron cajas con alimentos, nos las negó, además de impedirnos ingresar agua con camiones aljibe. La verdad, golpeamos más de 30 puertas del Estado para hablar con las autoridades, no sólo con Tamayo. Nos aburrimos de ir al Servicio de Vivienda y Urbanización, SERVIU. Le enviamos una carta al ministro de Vivienda, Carlos Montes (PS). Nos hizo un saludo y nunca la contestó. A las 14.00 horas del mismo día en que nos desalojaron, llegaron con un proyecto de traslado transitorio, jamás con un subsidio.»
– ¿Qué cualidades tenía la Toma 17 de Mayo? «Nuestra toma era limpia, organizada, teníamos una escuela con profesores nuestros, talleres de fútbol y una cancha. En cuanto se entraba a la toma había que armar una casa o caseta en 7 días, no carpas. Rápidamente se convirtió en una población. Mi casa era preciosa, hecha con mis manos, rodeada de árboles frutales. No había prostitución ni narcotráfico. El Estado sólo tenía que ayudarnos a sacudirnos un poco la tierra y entregarnos un lugar digno. En cambio nos enviaron cientos de uniformados y nos reventaron. Nos quemaron todas las casas y luego usaron máquinas retroexcavadoras, como si jamás hubiera vivido gente en la toma. Muchas familias que no tenemos dónde ir, nos quedamos acampando fuera del terreno, esperando una solución. Al poder le asusta que los pobres nos organicemos.»