Por Nino Gallegos, para APIAvirtual.
“¿Cómo saber si está uno en lo cierto? El criterio es sencillo: si los demás le hacen el vacío, no hay duda de que está usted más cerca de lo esencial que ellos. Reponte, recobra la confianza, no olvides que no le es dado a cualquiera el haber idolatrado el desánimo sin sucumbir a él”. E. M. Cioran: Desgarradura.
Todos con todo el poder, a modo, deben elegir lo que alcance para lo que sobre (de y para) la democracia, más a conveniencia que a convicción, en la satisfacción plena, al vacío, de lo que la mediocridad recompensa vencedoramente de lo que se derrota en la polarización como en la confrontación de la fidelidad engañada por la lealtad a la popularidad más del personaje con la personalidad de la persona humana: la corrupción como la realización de la transformación, residual y excremencial (de y en) la necrodemocracia corruptora e impune, violentadora y criminal, ¿de quién, del Estado y/o del Narcosicariato?
Lo esencial de lo visceral es lo que la boca del estómago le ha estado gruñendo a la boca a través de la garganta al que habla con la voz presidencial del Estado-Obrador: a la voz, (Él), que habla desde las voces que lo preceden en el pasado con el presente.
Lo esencial es el digesto ¿romano o mexicano? obradorciano, en la divergencia de hacer con el poder, a todo modo, con el Ejército y el Narcosicariato, y la digestión es con los propios y la indigestión es con los ajenos, voraginados y regurgitados con el poder, a todo modo, en los abrazos con los balazos le ha valido lo que vale La Chingada a la Historia Patria. Los balazos, (de y para) todos, más allá de lo exterior y más acá de lo interior, la paz sepulcral, no sin antes la falta a la pandecta y la sobra en la pandemia: de todos los que murieron, algunos más hubiesen sobrevivido, y que a falta de seguridad sanitaria lo mismo y los diferente está sucediendo con la seguridad pública con la pandemia de la violencia y la criminalidad desde arriba del Estado-Obrador hacia abajo en el país de las sombras espectrales.
Por principio, el final sin final, no es una anomalía constitucional sino una anormalidad psicopolítica, patológica, social y cultural, no por el ser ontológico y sí por el hacer psicológico: la enfermedad del poder es la enfermedad de quien lo ejerce, a todo modo, sujetando a los sujetos como objetos de esos seres como animalitos-animados por la compasión de quien, por no lastimarlos, los compadece en su condición de seres humanos-infrahumanos, porque en la necrodemocracia todos viven, sobreviven, mueren y desaparecen según más por la resiliencia que por la resistencia a la acumulación y a la desposesión (de y en) la transformación liberal, autoritaria, y, conservadora, a la que el Corpus iuris civilis: Cuerpo de Derecho civil), el Estado de Derecho y los Derechos Humanos en la Constitución, la Ley y la Justicia se violan corrupta e impunemente, violenta y criminalmente. Si la imaginación crítica es a la realidad lo que la mentira es ante la verdad con la evidencia más que la prueba: “No hay más violencia, hay más homicidios”, lo cierto es esencial en lo existencial no nada más con los pensamientos y las palabras que se muestran en los actos y en los hechos, porque “la ambición personal de AMLO” es la misma y es la diferente a la ambición personal de Claudia Sheinbaum, del padre político a la hija política, por defecto político en el legado político, de la continuidad a la complicidad (de y en) la 4T: Por principio, el final sin final, como anillo al dedo, el anillo de fuego y el dedo índice de la mano derecha, soflamado, ardiendo sangriento desde las mañaneras a las adormideras en el país de las sombras espectrales.