Por José Arreola
Fuentes: https://rebelion.org
A Martha Alejandra Trigueros Luz, Luis Javier Garrido y Enrique Cisneros
Hace unos días una amiga mía, escritora y académica por más señas, me contó que al calor del debate en una de sus clases de licenciatura –en una institución pública, por cierto– uno de sus alumnos dijo lo siguiente: “el movimiento de 1968 era blanco y el de 1999 fue la huelga de los feos”. Como puede intuirse, según el curso que siguió el debate de la clase en cuestión, en la lógica de aquel muchacho el 68 resultó un movimiento bueno, triunfante y con características positivas, mientras el del 99 fue feo, negativo y, por eso mismo, derrotado. Más allá de un inicial levantamiento de ceja, las palabras de aquel joven no me asombraron demasiado; sin embargo, hay en ellas implicaciones más profundas que me llevan a preguntarme algunas cuestiones.
¿Quién le ha enseñado a ese muchacho un enfoque tan clasista y racial que su visión pasa por lo “blanco” y lo “feo”? ¿Por qué un estudiante de una universidad pública hace una diferencia de tal tipo entre el 68 y el 99? ¿Cómo es que la generación de ese muchacho aprende sobre los movimientos sociales de México? Las posibles respuestas a cada una de estas interrogantes son varias y amplias, pero, desde mi perspectiva, encuentran sustento en el discurso hegemónico que existe alrededor de la huelga estudiantil encabezada por el Consejo General de Huelga (CGH). Un discurso que, desde el Estado y la misma Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en muy poco ha cambiado durante un cuarto del siglo. Es decir, se trata de una narrativa que cuenta la historia de la huelga desde la visión de los poderosos y sus acompañantes.
En pleno 1999 los medios masivos de información se encargaron de presentar a los estudiantes huelguistas como “feos”; desde la prensa, la radio y la televisión nunca faltaron los insultos: los estudiantes huelguistas eran porros, trogloditas, mugrosos, flojos, tercos, necios y, cómo no, ultras. Esa animadversión casi enfermiza no fue, no es ni ha sido, casual. La huelga del CGH representó el movimiento de los pobres, es decir, el movimiento de los feos a los que se pretendió expulsar para “blanquear” a la Universidad. Una huelga de los feos que puso freno a la hasta entonces imparable avalancha de privatización vivida en nuestro país. En este aspecto fundamental radica el odio de clase y racial hacia el CGH. Las autoridades universitarias de aquellos ayeres y el gobierno mexicano en turno buscaron eliminar el derecho del pobrerío a estudiar en la UNAM, pero la huelga los detuvo. Nada mejor para negar el triunfo de los estudiantes que “afear” su movimiento, para ello se resaltan los errores, los excesos y, especialmente, la supuesta derrota que significó la ruptura de la huelga mediante el uso de la fuerza y el encarcelamiento de cientos de estudiantes. No obstante, y aunque mucho se intenta, la verdad no puede ocultarse. La iniciativa del cobro de cuotas implicaba expulsar de la Universidad a los sectores menos favorecidos cultural, social y, sobre todo, económicamente hablando. Sin embargo, existen datos sencillamente irrefutables. Como anota Javier Fernández, según información proporcionada por la propia UNAM, desde 1999 hasta el día de hoy egresan anualmente 35 mil estudiantes de licenciatura y 31 mil en el caso del bachillerato. Es decir, luego de 25 años, gracias a la huelga pudieron estudiar y concluir una carrera universitaria 875 mil jóvenes y lograron estudiar y terminar el bachillerato 775 mil muchachos. Si el mismo ejercicio se traslada al ingreso en ambos niveles, la cifra es de 3 millones 300 mil estudiantes.[1] Digan lo que digan, el pobrerío triunfó y los poderosos continúan lamiéndose las heridas.
Como es de suponerse, un movimiento tan masivo y amplio tuvo en su interior distintas corrientes de expresión política. No es la intención de estas líneas realizar un análisis minucioso sobre este elemento, basta con señalar que en las diversas etapas por las que la huelga atravesó, desde el Estado, los medios de comunicación, la burocracia universitaria e incluso participantes al interior del movimiento, se azuzó la idea de la división entre huelguistas buenos y huelguistas malos. Este discurso fue utilizado con denodado énfasis en momentos álgidos de discusión sobre el rumbo que la huelga habría de tomar, particularmente en junio y julio de 1999 con la propuesta de modificar la iniciativa original del aumento a las cuotas y con la llamada propuesta de los eméritos, respectivamente. Lo mismo ocurrió ya en enero del 2000, con la denominada propuesta institucional. En los tres episodios mencionados se pretendió hacer fuerte a la posición “blanca”, es decir, aquella cuyos intereses políticos estaban cimentados por las prebendas a obtener, dentro y fuera de la Universidad, pues los moderados –como ellos mismos se autonombraron– eran militantes del Partido de la Revolución Democrática (PRD). En ese sentido, existieron ataques inclementes y sostenidos contra lo feo, es decir, contra la ultra. La idea era debilitar lo feo para ver triunfar a lo blanco; debilitar a lo ultra para ver triunfar a lo moderado. Desde luego, para los participantes de las posturas moderadas –quienes posteriormente tuvieron sus recompensas con puestos y prebendas de distinta índole al interior de la UNAM o con nombramientos como funcionarios de diferentes niveles en el gobierno de la Ciudad de México– la huelga estuvo fea y su consecuencia fue, por supuesto, que los estudiantes resultaron vencidos. Si el movimiento perdió se debe a que no se moderó, dicen; si perdió fue por ultra, insisten. Desde esa lógica, explotada en la actualidad en espacios académicos y gubernamentales, lo feo conduce, invariablemente, a la derrota.
Aunado a los dos elementos anteriores, intelectuales sometidos al poder como Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín, académicos al estilo de René Drucker o Rosaura Ruiz e incluso ex participantes del 68 como Marcelino Perelló y Gilberto Guevara Niebla, no escatimaron esfuerzos con el objetivo de marcar una diferencia sustancial: los estudiantes de 1968 sí defendían intereses auténticos y su movimiento resultó necesario, mientras los de 1999 eran estudiantes manipulados cuyo movimiento no significaba más que un remedo del primero. En realidad, los dos movimientos estudiantiles tienen más puntos en común de lo que tales personajes querrían. Ambos tuvieron como elemento de organización y toma de decisiones las asambleas, ambos encontraron en las brigadas el medio idóneo para contrarrestar la propaganda oficial en su contra, ambos fueron indispensables para la defensa de derechos sociales en la vida de nuestro país, ambos, además, resultaron “vencidos” en el desenlace que tuvieron si se piensa que sus demandas no fueron, en estricto sentido, “solucionadas”, plasmadas en un papel y rubricadas. Pese a estas coincidencias, con el paso del tiempo, al primero se le ha ido “blanqueando” y edulcorando, es decir, le han intentado arrebatar aquellos elementos plebeyos fundamentales de su accionar y sus demandas rememorándolo apenas cada 2 de octubre. En cambio, al CGH se le afea más y más satanizando sus enseñanzas y su legado. Lo que busco mostrar es que desde 1999 a la fecha, aunque hayan cambiado los nombres de los personajes, desde distintos espacios de la intelectualidad, la academia en diversas instituciones públicas y la esfera gubernamental, todo movimiento estudiantil que no sea el del CGH es vitoreado y analizado positivamente, mientras a éste se le silencia o se le miente. No es fortuito entonces que el comentario de un estudiante de una universidad pública –que desató estas reflexiones– haya sido el que fue, pero bien vale preguntarse por qué surgió y quiénes han cultivado, incesantemente, dicha visión.
En cualquier caso, resulta cierto que la huelga estudiantil de 1999 en la UNAM fue, es y será la huelga de los feos, los pobres, los excluidos, los negados, los prescindibles, los nadies y, por eso mismo, el movimiento de los plebeyos, los dignos, los necios, los indoblegables. Desde la fealdad del pobrerío surgió la belleza de una victoria que se antojaba imposible. Esto es, ni duda cabe, lo que los poderosos y sus acompañantes no le perdonaron, no le perdonan y no le perdonarán nunca al CGH.
Nota:
[1] Javier Fernández, “25 años de la huelga del CGH”, Charlas de café, Comedor Estudiantil de la Facultad de Ciencias, 11 de abril de 2024, disponible en https://www.facebook.com/search/top?q=edupopal%20seminario%20unam