Por Nino Gallegos, para APIAvirtual.
Para el historiador Lorenzo Meyer, en “La política por otros medios”:
“No sabemos hasta dónde pueda llegar esta “política por otros medios”, pero es muy perturbador que cuando finalmente estamos en posibilidad de vivir una etapa de genuina competencia electoral, la oposición de manera franca, descarada, opte por las armas ilegítimas de la “guerra sucia” para ganar lo que no puede en buena lid”.
En la cordura insana del Estado-Obrador, de los Intelectuales, de los Medios y de las Redes Sociales que representan liberal autoritaria y conservadoramente la polarización y la confrontación en la no guerra sucia y sí en la campaña sucia, la procesión funeral es real y el proceso electoral será virtual, porque será televisado, y no será el clásico de Karl Von Clausewitz el beneficiado sino el Narcosicariato, tal vez sí o quizás no, los vivos y los sobrevivientes, pero no, los muertos y los feminicidios con los desaparecidos.
No son los Jorge Castañeda, ni los Lorenzo Meyer, lo que a quien esto escribe me van a decir lo que es una guerra sucia y una campaña sucia en el país de las sombras espectrales, porque la vida no es suficiente para “el odio a los indiferentes” de Antonio Gramsci y para “la vida de los hombres infames” de Michel Foucault, y no son la guerra, la tregua y la paz para tenerlos en un pedestal-monumental por su heroísmo en sernos y hacernos a la gente y a los demás, a los otros y a nosotros sus admiradores, cultores-fanáticos e imitadores, a través de los claroscuros y los monstruos indiferentes e infames de los hombres y de las mujeres, en las izquierdas y en las derechas liberales autoritari@s y conservadores-as.
Lo que necesitamos de la información es la comunicación con la medicalización de la sabiduría sobre la ignorancia y de la inteligencia artificial por la inteligencia natural para estar en donde hemos llegado, pues, y a lo que en M. Foucault:
“Para que algo de esas vidas llegue hasta nosotros fue preciso por tanto que un haz de luz, durante al menos un instante, se posase sobre ellas, una luz que les venía de fuera: lo que las arrancó de la noche en la que habrían podido, y quizá debido, permanecer, fue su encuentro con el poder; sin este choque ninguna palabra sin duda habría permanecido para recordarnos su fugaz trayectoria. El poder que ha acechado estas vidas, que las ha perseguido, que ha prestado atención, aunque sólo fuese por un instante, a sus lamentos y a sus pequeños estrépitos y que las marcó con un zarpazo, ese poder fue quien provocó las propias palabras que de ellas nos quedan, bien porque alguien se dirigió a él para denunciar, quejarse, solicitar o suplicar, bien porque el poder mismo hubiese decidido intervenir para juzgar y decidir sobre su suerte con breves frases. Todas estas vidas que estaban destinadas a transcurrir al margen de cualquier discurso y a desaparecer sin que jamás fuesen mencionadas han dejado trazos -breves, incisivos y con frecuencia enigmáticos- gracias a su instantáneo trato con el poder, de forma que resulta ya imposible reconstruirlas tal y como pudieron ser «en estado libre». Únicamente podemos llegar a ellas a través de las declaraciones, las parcialidades tácticas, las mentiras impuestas que suponen los juegos del poder y las relaciones de poder”.
A los once años de edad, quien esto escribe, en el 68, escribí sobre un billete de cien pesos: “Mueran Luis Echeverría y Díaz Ordaz”, y desde entonces distinguí(go) lo que era-es una guerra sucia, una policía política, una represión social, una campaña sucia, un elección de Estado y un fraude electoral-presidencial desde la Secretaría de Gobernación, y en 1988, en el Zócalo, le di unas patadas a la puerta Mariana, y si no le seguí dándole de patadas fue porque C. Cárdenas pidió que paráramos de patear-la, recordando el consejo que recibí del poeta Jaime Sabines en el año 1977, a unos meses de mi padre muerto: no se es poeta cuando se la pasa quejándose, cuando se trata de tumbar las puertas, a patadas. Las patadas a la cultura política, desde Díaz Ordaz a López Obrador, han sido y son las que se siguen dando con la masacre en el 68 y con el cerrojazo presidencial y el portazo estudiantil en el 24, lo que para la analogía paradójica de la Historia Patria eran los comunistas rojos para Díaz Ordaz y son los conservadores-vándalos para López Obrador, siendo el valiente victimario y siendo la cobarde víctima en el Palacio Nacional, “no encubriendo” el crimen de la policía y sí seguir encubriendo al Ejército por el crimen de los 43 estudiantes normalistas (de y en) Guerrero.