Por Melchor López
“Yo quiero una foto con ese joven”. El personaje señalado era Carlos G., atleta que acababa de entrenar sobre el césped de un campo deportivo y realizaba ejercicios de estiramiento; vestía short y playera a pesar del frío amanecer que aparece cada fin de año al sur de la ciudad de México.
La voz era de una de las 10 adultas mayores que cruzaban la cancha, acompañadas por su coordinadora de yoga, una chica que a lo lejos se veía muy solícita con el grupo. Todas arropadas con abrigos y chamarras anti-invierno, bufandas y gorros con el clásico rojo-blanco, al estilo de Santa Claus. Y cada quien con su celular en la mano.
Carlos G. reía por dentro después de analizar rápidamente la palabra “joven”. “Claro, —pensó— frente a esas compas, que han de tener 80 años, o mucho más, soy un muchacho. De eso ni duda cabe”. Efectivamente, Carlos tiene la juventud en sus hombros: 31 años.
Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), en 2022 se estimó que en México residían 18 millones de personas de 60 años y más (adultas mayores). De ellas, 70 % trabaja de manera informal. Más de la mitad de estas personas estaba casada o vivía con su pareja en unión libre (59 %) y una cuarta parte era viuda (24 %). Con respecto a la población joven (15 a 29 años), se encontraba soltera (72 %), y los adultos de 30 a 59 años —la edad de Carlos G —, cuya situación conyugal predominante era la de casada (50 %) o vivían con su pareja en unión libre (21 %).
La vida es un instante. Y los instantes ya no están. El pensamiento de Carlos G. fue arrebatado por la cercanía con todo y abrazo de la compa que solicitó la foto. Goloza, Doña Fotos, disfrutaba su petición que, poco a poco, se cumplía. Ella le había pedido a otra compañera:
—Por favor, tómame la foto con el muchachón.
Pero la otra compa, huraña, respondió:
—Y después tu esposo te va a dejar marcada como mapa; por eso terminan todas solas.
Doña Huraña se refería a un posible regaño. Pero nadie la peló. El resto del grupo caminaba lentamente a la mejor panorámica del césped. Se iban a tomar una foto grupal. Quien marcaba el ritmo era la coordinadora.
El abrazo de Doña Fotos, fue apapachador. Y Carlos G. la rodeó con su brazo. Ella burbujeaba sonrisas. La coordinadora escuchaba todo y fue quien tomó la foto, porque Doña Huraña no quiso. Mientras el resto se acomodaba para la foto grupal. Una que otra sonreía porque el “joven” estaba muy “cotorro”.
Al momento que daba las gracias, Doña Fotos se integró al grupo. En eso estaban cuando la coordinadora pidió a Carlos G.:
—Por favor, ¿nos puede tomar una foto?
—Claro.
—Tome muchas. No importa cuántas sean—, pidió la coordinadora, en tanto motivaba a sus alumnas de yoga.
—No olviden que no sólo se trata de una foto, también es una convivencia de fin de año, son abrazos, es estar en compañía de seres que estimamos.
—Yo quiero más fotos con ese muñeco de nieve.
El pinche muñeco de nieve era Carlos G., atacado de la risa, mientras se imaginaba rechonchete, hecho de nieve, con chamarra roja y con el clásico gorro de Santa.
—Muchas gracias, muñeco, no te vaya a dar frío.