Por Salvatore Bravo
Fuentes: elvejotopo.com
POPULISMO EMPRESARIAL
El capitalismo woke es la nueva frontera del capital. Las sinuosas metamorfosis del capitalismo están en consonancia con el nihilismo que lo sustenta. La capacidad de supervivencia del modo de producción capitalista tiene su razón profunda en el vacío metafísico del capital. La economía se autofunda, no tiene verdad en su fondo, es causa sui. Todo es sólo valor de cambio: la vida y la muerte valen en la medida en que producen PIB. Sólo así podemos entender el camino que está tomando el capital: a partir de 2024 será posible en Canadá que los enfermos mentales exijan el derecho a la «muerte dulce». Al no invertir en sanar los efectos sobre la psique y el cuerpo de un sistema que niega la naturaleza humana y social, se fomenta la autoeliminación. Los que no son resistentes pueden exigir el derecho a la muerte. Sin investigación ni análisis de la causa del mal de vivir, se procede a la “libre eliminación de los últimos”.
El capitalismo es ateo, ya que no contempla la verdad, sino que se opone a ella. El ateísmo del capitalismo es la liberación de todo vínculo con la verdad.
Todo es espectáculo y todo «debe contribuir al PIB».
El capitalismo es absoluto, en la medida en que es ab solutus, libre de toda limitación ética y de toda planificación política. La comunidad no está contemplada, sólo es «mercado».
La última frontera del capital es el Capitalismo woke (progresista), una nueva metamorfosis, una mutación genética que no cambia la sustancia del capitalismo, más bien acentúa su peligrosidad.
CAPITALISMO DE LA INDECENCIA
El capitalismo woke es el arma hegemónica contra la política y, especialmente, contra la elaboración de vías políticas alternativas al capital. Este salto cualitativo es posible gracias al vaciado de la política, que ahora depende de la cadena de mando de las grandes empresas y corporaciones multinacionales. El disfraz del capitalismo con ropajes progresistas es también el síntoma evidente del vacío cultural y político de la izquierda oficial, por el que el wokismo puede avanzar sin ser molestado, con el aplauso transversal de la política y con la trágica admiración de las masas cada vez más impotentes y empobrecidas en espíritu de clase y materialmente.
Se defienden los derechos individuales, se convierten ciertos acontecimientos noticiosos en manifestaciones semirreligiosas con las que adiestrar a las masas bajo los dogmas del capital. Los pueblos se convierten en obedientes plebeyos en el abrevadero de los derechos individuales mientras se ocultan hábilmente los efectos de los recortes en los derechos sociales. Las campañas sobre determinados casos noticiosos que ocupan sincrónicamente todos los espacios mediáticos demuestran la manipulación de la información y la sumisión organizada de los medios de comunicación al «credo» de la religión del capital.
El capitalismo woke amenaza la democracia y lo que queda de ella. Algunos exponentes de la derecha del capitalismo temen que el capitalismo woke pueda ser «el fin del capitalismo», ya que está adoptando formas socialistas, pero esto es un juego de mesa:
«¿Y si, por el contrario, la adopción del wokismo por parte de las corporaciones produjera efectos exactamente opuestos a los condenados por los críticos conservadores? En lugar de ser la sentencia de muerte del capitalismo, ¿podría el hecho de que las corporaciones se vuelvan woke no ser más bien el medio por el cual extienden el poder y el alcance del capitalismo de formas altamente problemáticas? Si este fuera el caso, y esta es la idea fundamental de la que trata mi libro, entonces habría que oponerse al capitalismo woke y luchar contra él sobre una base democrática, ya que hace que los intereses políticos públicos estén cada vez más dominados por los intereses privados del capital global. Si seguimos esta línea de pensamiento, los problemas para la democracia surgen cuando el considerable peso de los recursos corporativos se moviliza para capitalizar la moralidad pública. Cuando nuestra propia moralidad se aprovecha y explota como un recurso corporativo, los intereses privados de las corporaciones siempre están trabajando tras ella»[1].
El capitalismo de la indecencia se ha apropiado así de una serie de iniciativas en favor de los derechos individuales y del medio ambiente para presentarse ante los pueblos y las clases como el liberador de los infelices, sensible al medio ambiente que ha devastado. En esta manipulación fantasmagórica de las palabras y los hechos, ha logrado su objetivo último: eliminar la política y presentarse como la única izquierda creíble. El juego es fácil: inclusión, feminicidio, igualdad de género, etc. son temas que concitan fácil consenso y que el capitalismo clemente apoya e incentiva. Se procede por eslóganes, no se hace ningún análisis estructural, por lo que el anuncio es dulcemente aceptado por la gente, ahora plebe. La política calla, de hecho en la izquierda aplauden su sustitución efectiva y alaban al capital. Los pueblos deben creer la versión del mundo de las oligarquías, deben recurrir a los capitalistas para aprender a decodificar la historia y el mundo social. La economía ha fagocitado a la política, que está a su servicio. La soberanía del pueblo es suplantada por el populismo corporativo:
«Por el contrario, el verdadero peligro del capitalismo woke no es que debilite el sistema capitalista, sino que consolide aún más la concentración del poder político en manos de una élite empresarial. La continuación de esta tendencia constituye una amenaza para la democracia. Y también es una amenaza para la política progresista que aún tiene el valor de esperar la igualdad, la libertad y la solidaridad social «[2].
EL LOBO Y EL CORDERO
Andrew Forrest es un ejemplo típico de capitalismo woke. En 2020 Australia fue devastada por los incendios forestales, el magnate destinó 70 millones de dólares a obras benéficas para paliar el desastre medioambiental, sólo para que hasta 50 millones volvieran a su fundación, la Minderoo Foundation. La caridad es un negocio, se financian fundaciones cuyos resultados finales se ajustarán a las expectativas del benefactor, que luego producirá bienes y tecnologías, presentándolos en el mercado como innovadores y «verdes». Las emergencias se producen en laboratorios, son un tipo especial de mercancía que se vende a la plebe.
La fundación del «benefactor», por lo tanto, confirmará la versión oficial del cambio climático, en consecuencia orientará y condicionará a la opinión pública con su halo ético, y al mismo tiempo apoyará la venta de la mercancía que resuelve la emergencia. El ciclo de producción se cierra:
A caballo regalado no se le mira el dentado. De los 70 millones prometidos, 10 se destinaron directamente a las víctimas de los incendios y la misma cantidad a financiar un «ejército de ayudantes» que contribuirían a la recuperación. Los 50 millones restantes se ofrecieron para investigaciones de «mitigación de incendios», al frente de las cuales, sin embargo, está la Fundación Minderoo, de su propiedad, lo que hace dudar de los resultados, que deben responder a los intereses de su propietario. Así que, de repente, su donación parecía más bien una inversión»[3].
Hay momentos históricos nodales, en los que la verdad se hace evidente e ineludible. Son momentos históricos en los que los pueblos pueden pasar de la condición de plebe a la de un pueblo consciente de ser una «clase social ampliada» que puede emanciparse del yugo alienante de la mentira. Durante la pandemia del Covid 19, las corporaciones multinacionales no sólo compraron las empresas más débiles y negocios que habían quebrado debido al cierre generalizado, sino que exigieron subsidios del Estado por los «daños causados», mientras los trabajadores eran forzosamente desempleados, y muchos nunca volverían a trabajar. Esta es la verdadera cara del capitalismo, detrás del barniz de progresismo sólo se esconden los intereses de las oligarquías:
«El hecho de que hayan utilizado la crisis para llenar sus propias arcas es una broma cruel y egoísta. En tiempos difíciles, las multinacionales de todo el mundo se han alineado para llorar pobreza con la esperanza de obtener ayuda gubernamental financiada por los contribuyentes contra el coronavirus. Durante décadas, el dogma neoliberal ha favorecido a las corporaciones multinacionales, insistiendo en la necesidad de gobiernos no intervencionistas con respecto a la regulación empresarial, el bienestar y la educación. La perversión del interés propio alcanzó entonces su clímax cuando las mismas personas que festejaban ferozmente en la mesa neoliberal fueron las primeras en la cola de las subvenciones (empresariales). Los despidos y el creciente desempleo masivo provocados por la crisis de COVID-19 mostraron las prioridades de las empresas. También lo hizo el riesgo de que empresas ricas en efectivo como Apple, Johnson & Johnson y Unilever reforzaran su poder monopolístico adquiriendo competidores más pequeños que luchaban por sobrevivir»[4].
El monopolio cada vez mayor niega de hecho los principios liberalistas y liberales que proclaman las empresas. Estamos ante un nuevo feudalismo, en el que unos pocos actores son los amos de la política y la economía. Se trata de un disfraz que hay que desenmascarar. El lobo se ha disfrazado de cordero para desorientar y ocultar las verdaderas razones del «progresismo capitalista».
HEGEMONÍA CULTURAL
Para dominar sin oposición en una realidad pacificada y adialéctica, el capitalismo woke debe controlar la estructura y la superestructura, inaugurando así un totalitarismo inédito y laxo. Orienta la opinión pública hacia determinadas causas sociales, abraza la igualdad de derechos, se viste de arco iris, presentándose como la única alternativa posible. La popularidad de abrazar «causas simbólicas» permite a los multimillonarios preservar la distribución desigual de los recursos, la inseguridad social y el recorte del Estado del bienestar con el consentimiento de muchos, especialmente de la generación más joven que no conoce nada más allá del capitalismo. Se trata de una operación hegemónica bien planificada, en la que política y economía coinciden peligrosamente:
«Para Dreher, el capitalismo woke es una forma de ‘imperialismo cultural’ o ‘totalitarismo blando’, en el que la adopción por parte de las empresas de posturas progresistas ejerce una considerable presión política sobre otros –por ejemplo, los empleados– para que abracen esas mismas posturas, aunque no crean en ellas. El ejemplo que cita es el de IKEA, la multinacional sueca que despidió a un empleado por desaprobar el apoyo de la empresa al movimiento del orgullo gay, porque entraba en conflicto con sus creencias religiosas»[5].
Frente al capitalismo antropofágico que ha devorado la política y la cultura, la única alternativa para seguir siendo humanos y devolver la historia al pueblo es reafirmar la primacía de la política-cultura sobre lo económico:
«El verdadero cambio proviene de la acción democrática, no de que las empresas actúen por su cuenta. Es hora de abandonar la idea de que las empresas, como actores principalmente económicos, pueden allanar de algún modo el camino político hacia un mundo más justo, equitativo y sostenible. La política democrática se basa en la creencia de que las personas tienen derecho a gobernarse a sí mismas. Esta política debe reafirmarse como primordial, mientras que la economía debe pasar a un segundo plano. Con el capitalismo woke, sin embargo, hemos visto cómo la tendencia contraria alcanzaba un peligroso clímax, ya que las organizaciones capitalistas han invadido cada vez más la vida moral y política de los ciudadanos»[6].
Estamos en un momento de la historia en que el peligro se ha convertido en amenaza, pero cuando el peligro amenaza con aniquilar a toda una civilización, el despertar de una conciencia de clase extendida a amplias capas de la población es decisivo.
Para neutralizar esta deriva, hay que mirar los efectos y los datos objetivos del capitalismo con «rostro humano» y disipar así las sombras en las que nos encontramos.
Cada uno con su compromiso puede contribuir a devolver la verdad, allí donde prevalece la manipulación planificada. Todos estamos llamados a contribuir a la formación, desde abajo, de una nueva conciencia comunitaria y comunista con la que reabrir «el sendero interrumpido de la política».