Por Nino Gallegos, para APIAvirtual.
Si los tiempos muertos en la guerra Rusa-Ucraniana e Israel y Palestina tienen relación con los espacios muertos, la negociación por la paz es la víctima como lo es la condición y la verdad humana, acumulándose los huesos cardios, los corazones y las memorias.
Si a los rusos como a los ucranianos, no se les dijo que tenían una guerra, por necedad, inevitable, quien es ofendido deber ser defensivo, y cuando no fue por las palabras y sí por las armas, Rusia y el agente Putin, Ucrania y el comediante Zelenski, son los comandantes de las fuerzas armadas en los campos de batalla, porque lo que empezó como una operación militar especial-unilateral es una guerra a partes confrontadas en una totalidad de tácticas y estrategias militares con los estrechos corredores humanitarios.
Lo de los tiempos muertos en la guerra, sin vencedor y sin vencido, es una suma y una resta como en una constante tormenta de parábolas metálicas y explosivas en la tierra y en el cielo en lo que el mundo observa: la condición y la verdad humana, en su totalidad, está fragmentada y demediada en palabras y armas, a dos fuegos, el enemigo contra el enemigo, Rusia desde afuera y Ucrania desde adentro, la OTAN levantada y la ONU agachada, y lo de los tiempos muertos en la guerra sin tregua es absolutamente territorial, sobre civiles y militares, esperando si son o no crímenes de guerra, los tiempos muertos en la guerra son los espacios vivos, sobrevivientes y muertos.
De entrada y de salida, W. G. Sebald, en “Sobre la historia natural de la destrucción”, observa:
“Es difícil hacerse hoy una idea medianamente adecuada de las dimensiones que alcanzó la destrucción de las ciudades alemanas en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, y más difícil aún reflexionar sobre los horrores que acompañaron a esa devastación”.
La observación de Sebald es obligada en cualquier tiempo de guerra, pasado y presente, porque está de por medio el antes, el durante y el después, cíclica y contraciclicamente, porque no hay guerras medidas en las guerras desmedidas como en la primera y en la segunda guerras mundiales, y la de Rusia contra Ucrania no terminó en cuanto empezó, Hitler sobre Leningrado y Stalin sobre Berlín.
Los tiempos muertos en la guerra, cualesquiera y cualquiera, son reaccionarios a los actos y a los hechos, en lo que los pensamientos y las palabras se tardan y se dilatan en el horror fáctico del horror vacui, demediándose las pérdidas y las ganancias humanas, naturales y materiales en un tiempo que se aplaza y en un espacio que se desplaza sobre la devastación en el campo arrasado con la tierra quemada, a lo que Sebald le añade a la observación uno de los testimonios:
“Nos encontramos en la necrópolis de un pueblo extraño e incomprensible, arrancado a su existencia e historia civil, devuelto a la etapa de desarrollo de los recolectores nómadas”.
Nuestra normalidad anormal, en el país de las sombras espectrales, al no serse y hacerse ucraniana, porque es mexicana, porque nos viene de la guerra contra las drogas-From&Made in USA, la elección externa pasó a la elección interna, no nada más porque la mejor política exterior es la interior, puesto que la guerra la empezó Calderón y no la ha terminado Obrador con los tiempos muertos en la guerra de adentro hacia afuera, sin poder salir más que con la paz sepulcral hacia adentro con ella en los vivos, los sobrevivientes y los muertos con los desaparecidos, evidenciándose la simpatía del Estado-Obrador con el Estado-Putin, no con Zelenski y tampoco con USA, nomás por joder con los tiempos muertos en la guerra con la OTAN y la ONU, el papa Francisco con el urbi et orbi Vaticano en la Comunidad Internacional que vaticina y patrocina los pros y los contra la invasión rusa en Ucrania.
Después de todo(s), las protestas contra la guerra de USA-Vietnam, sino la pararon del todo por todos, los tiempos muertos en la guerra regional e internacional son los paradigmas y los estigmas en los que Noam Chomsky es el historiador crítico homérico que ha puesto en las escenas -las evidencias- del cómo, dónde y porqué los pensamientos y las palabras, los actos y los hechos que producen sistemáticamente los temores, los terrores y los horrores del capitalismo-comunismo y consumismo de lujo y funeral, de vigilancia y digital en la oscura aldea global son el centro y la periferia de los tiempos muertos en la guerra desde el mundo de arriba al cielo de en medio y a la tierra de abajo, donde Louis-Ferdinad Céline en el “Viaje al fin de la noche”, novela y revela que:
“Yo acababa de descubrir de un golpe y por entero la guerra. Había quedado desvirgado. Hay que estar casi solo ante ella, como yo en aquel momento, para verla bien, a esa puta, de frente y de perfil. Acababan de encender la guerra entre nosotros y los de enfrente, ¡y ahora ardía! Como la corriente entre los dos carbones de un arco voltaico. ¡Y no estaba a punto de apagarse, el carbón! íbamos a ir todos para adelante, el coronel igual que los demás, con todas sus faroladas, y su piltrafa no iba a hacer un asado mejor que la mía, cuando la corriente de enfrente le pasara entre ambos hombros”.
En 2023, la cancelación, la negación y la neutralidad en los tiempos muertos (de y en) la guerra, nomás y nada más sirven para la estupidez y la imbecilidad, la indolencia y la indiferencia para el cálculo en la economía de guerra, más las ganancias que las pérdidas donde lo humano es ajeno en lo corredores humanitarios con los palestinos y los ucranianos, los yemeníes y los sudaneses en una bonificación como parte de guerra al frente y como partes del cuerpo del frente, avizorándose como un polvo de arena lo que viene del Sahara con la boca tapada y con los ojos vendados para fertilizar los huesos cardios, los corazones y las memorias en el país de las sombras espectrales.