Memorial de Tlatelolco
Por Rosario Castellanos
La oscuridad engendra la violencia
y la violencia pide oscuridad
para cuajar el crimen.
Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche
para que nadie viera la mano que empuñaba
el arma, sino sólo su efecto de relámpago.
¿Y esa luz, breve y lívida, quién?
¿Quiénes son los que agonizan, los que mueren?
¿Los que huyen sin zapatos?
¿Los que van a caer al pozo de una cárcel?
¿Los que se pudren en el hospital?
¿Los que quedan mudos, para siempre, de espanto?
¿Quién? ¿Quiénes? Nadie Al día siguiente nadie.
La plaza amaneció barrida; los periódicos
dieron como noticia principal
el estado del tiempo
y en la televisión, en el radio, en el cine
no hubo ningún cambio de programa,
ni un anuncio intercalado
ni un minuto de silencio en el banquete
(pues prosiguió el banquete).
No busques lo que no hay: huellas, cadáveres,
que todo se lo han dado como ofrenda a una diosa,
a la Devoradora de Excrementos.
No hurgues en los archivos pues nada consta en actas.
Ay, la violencia pide oscuridad
porque la oscuridad engendra el sueño
y podemos dormir soñando que soñamos. Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria.
Duele, luego es verdad. Sangra con sangre
y si la llamo mía traiciono a todos.
Recuerdo, recordemos.
Esta es nuestra manera de ayudar a que amanezca
sobre tantas conciencias mancilladas,
sobre un texto iracundo, sobre una reja abierta,
sobre el rostro amparado tras la máscara.
Recuerdo, recordemos
hasta que la justicia se siente entre nosotros.