Por Melchor López
“Sufrí abuso sexual a los 7 años”. Quien habla es Mandinga. Así se hace llamar. Es una de las cientos de mujeres que se cubren el rostro en las manifestaciones feministas. Estudió en el CCH (Colegio de Ciencias y Humanidades), a los 17 años; allí supo que “eso que yo veía y necesitaba tenía un nombre: era el feminismo. No naces con él, lo vas conociendo en las marchas, en los libros, con las ideas”.
Aquí su historia que compartió con Machetearte:
El feminismo lo descubrí, curiosamente, con una maestra de estadística. En alguna clase mencionó que había más profesores en las ciencias duras. Y dijo: “A esos profesores, y a la Universidad, les hace falta feminismo”. Y yo me pregunté: ¿Le hace falta qué? ¿Le hace falta feminismo o feminidad? Entonces agarré un diccionario y no venía la palabra feminismo como tal. Y fue al final del semestre que me acerqué a la maestra y le pregunté:
—¿Qué es feminismo?
—¿Te acuerdas de esa clase?
—Sí—, le dije.
Y me empezó a decir lo que es el feminismo y que la primera generación, y la chingada. Y pensé: “¿Qué?” “¿Primera generación?”. Y me pasó bibliografía. Ella fue la que empezó a meter esa curiosidad para entender qué era el feminismo.
También tuve impulsó en una clase de danza contemporánea. Yo la practicaba y la maestra mencionó el feminismo a través del arte: “La danza tiene establecidos ciertos movimientos y conceptos. Existe una técnica en toda la danza contemporánea, es Limón. Y es promovida por Limón, apellido de quien desarrolló esa técnica”.
Entonces ella interrogó: “¿Cuándo la danza contemporánea va a tener el apellido de una mujer?”. Y yo me quedé así: “Pues sí, verdad. Creo que sí existimos”. Y en cada clase era aprender algo desde mi cuerpo y mi territorio. El territorio que habito y que es mi cuerpo; y que mi cuerpo es mi territorio y que no es de los hombres, porque es mío.
Fue cuando empecé a interiorizar más el feminismo a través del arte, de la danza y el movimiento. Fue más allá de la literatura o el arte; fue como la parte física. Por cierto, ¿cuántas partes del cuerpo femenino tienen nombre de hombres?
El Bloque Negro en las manifestaciones feministas
Estuve en una marcha, pero pertenecía más al bloque de hombres. Yo estaba en función de lo que me enseñaran los hombres del Bloque Negro. Pero aun siendo del bloque, siendo masculinos, te decían: “No wey, tú no puedes hacer esto”. “Tú has esto”. “Te vas a la parte de atrás del bloque. Es menos peligroso”. Y ante esto yo decía: “Qué pedo”.
Recuerdo a una amiga que se autodenominaba como satánica. Me empezó a instruir en lo de Satanás y lanzaba la sentencia: “Nosotras estamos instruidas por Satanás. Tú no perteneces a ese pinche bloque negro concebido por hombres. Tú eres Satanás”. Ella me decía que se rebelaba con el colectivo porque “desde la revolución (mexicana) la figura femenina ha hecho otras cosas, no solo preparar comida”.
Por ella estuve más en el feminismo. Recuerdo que me llevó a una marcha y me hizo saber la fuerza y el poder que yo tenía sobre mí y sobre los demás. En la manifestación, ella arrancó un trozo de un barandal de metal y me ordenó: “Vas”. Y me da un pedazo de fierro. Y vuelve a ordenar: “¿Vas a poder cargarlo? Saca tu enojo, culera. Sácalo. Te violaron cuando tenías 7 años. ¿Cómo vas a defender a esa niña? Tú eres la niña indefensa que sufrió violación, la que fue abusada sexualmente. ¿Cómo la vas a defender?”.
Cuando me dijo eso, no sé cómo aguanté esa estructura de metal y di madrazos a diestra y siniestra. Pinches granaderos. Entonces, fue que entendí porque ellas rompen todo. Entiendes porque piensan así. Y no las culpo. ¿Por qué crees que se ridiculiza el Bloque Negro feminista? La violencia viene de lo masculino.
Cuando ellos empiezan a ver que quien ejerce violencia son las mujeres, entonces ellas, o son ridiculizadas, o son señaladas como las pinches locas, porque no es un hombre, porque no es algo a lo que están acostumbrados; porque una mujer debe ser indefensa, debe dejar que se le proteja.
Dicen los hombres: “¿Cómo crees que se van a pelear? Eso se ve muy vulgar”, “Ellas deben estar al servicio de los hombres y de los hijos”, “La mujer sólo puede hacer servicio social como enfermera, como psicóloga, ayudando al desvalido, pero nunca puede ejercer violencia”.
Por eso decimos que nuestra sociedad es un estado patriarcal; sólo ellos pueden ejercer la violencia. Nosotras, no; porque cuando lo hacemos, dicen los hombres: es “vandalismo”, “están locas”, “son unas histéricas”, “son unas mal cogidas”, “dentro de tu rol, no existe ese tipo de comportamiento”.
No necesitamos a los hombres. ¿Cómo te explico, hombre, que no te necesito? La concepción de que no necesito a los hombres fue desde pequeña. No concebí al hombre como protector. Jamás. Yo me defendía y me mantenía sola. Todo en el contexto de papás divorciados y que uno aprende a estar sola.
Pero pude tener la opción de que un hombre me protegiera. Quiero reiterar: fue esa estructura de fierro la que me hizo entender que no necesito la protección de un hombre. Que sí la aguantaba, que sí podía dar chingadazos y que de alguna forma me daba poder.
Al apañar la estructura de fierro no estaba encapuchada. Y fui perseguida un buen rato. Y es cuando entiendo que debo salvaguardar mi seguridad. Mi amiga la satánica nunca me dijo eso. Ella era super arrebatada y no dijo nada de cubrirse el rostro. Sólo era la euforia del momento y descubrimos nuestra fortaleza. Lo que aprendí fue a tapar los tatuajes, las perforaciones; a ir de negro y tener cierto acondicionamiento físico para soportar los madrazos y empujones.
Han sido los chingadazos de los que he aprendido. En la escuela sabes de corrientes de pensamiento, y dices: “Ah, chinga. Yo hago algo parecido. Y tienen nombre, pero como no me llevo tan bien con esa doctrina, mejor le modificamos esto. Es que todo está regido por el hombre, hombre… hombre.
Y te encuentras con mujeres que te prestan libros y descubres en ellos que las mujeres hacían tanto, o más, que los hombres; y pues a la goma la división del trabajo y el establecimiento de roles porque tengo la misma fuerza o más que tú, hombre. Al final es un condicionamiento mental.
Ya fui del Bloque Negro. Al entrar ellas me identificaban por el físico; ya tenía mi seudónimo para intercambiar contactos; ya empezábamos a coordinarnos antes de iniciar la marcha. Eso se siente si se tejen estrategias, pero primero se siente lo que sienten ellas, a partir de la empatía; y lo que te gustaría que hicieran por ti.
No olvido cuando, en una manifestación, una abuela iba en silla de ruedas con la nieta. Yo caminaba. Apenas iba iniciando la marcha. Salió del Monumento a la Revolución. Hay un hotel en la esquina, pegado a Reforma, y la señora me habló y me dijo que deseaba que yo rompiera todo por ella. Ella, por supuesto, en sillas de ruedas, anciana, jalada por la nieta de 10 años. Y me comentó que sus hermanos habían abusado sexualmente de su nieta. Y le dije: “Madre, dime qué quieres que te rompa”. Y señaló el hotel. Le pedí a la niña que la jalara hasta enfrente del hotel.
—¿Dónde quieres que rompa?
—Donde quieras, pero destrúyelo todo—, expresó llorando.
Y empecé como pinche loca. He de confesar que yo estaba llorando mientras rompía todo. Mientras yo lloraba la señora tenía cara de felicidad. Y es allí donde nos encontramos. Terminé la catarsis. Es que entras como en un trance. Los granaderos nos echaron gas. No había alguien que te diera agua con vinagre, o algo para menguar el gas en cara y nariz. No sentí el gas; sólo sentí a la señora y a la niña: “Así, rómpelo, así, hijos de la chingada”, gritaba la señora.
Después, retrocedí y fue cuando una de las compañeras se acercó con la señora y la niña. Posteriormente las llevó con alguna de las abogadas para ver el caso de la morra.
La gente piensa que sólo sales y gritas y rompes a lo pendejo. Pero lo que no saben es que hay toda una organización y que dentro de nosotras hay mujeres que cumple una función dentro del todo: legal, psicológico; buscamos la manera de que haya el alimento, el refugio, la seguridad. No es que el Estado lo haga, no es que lo pidamos. Lo hacemos nosotras porque tú, Estado, no lo puedes garantizar. Porque se supone que estás capacitado para eso.
No solo es salir y destruir
Es salir y encontrarte y tener vínculos y crear redes de apoyo con empatía porque sabemos lo que estamos pasando, porque hay empatía. No solo es salir y actuar a lo pendejo, como muchos creen y lo llaman un acto de vandalismo. Quisiera que se acercaran para conocer la estructura tan monstruosa que hemos construido en todos estos años.
Una de las acciones en el Bloque Negro fue cuando le di un mazazo a un granadero. Se descuidó. Claro que entiendo cuando las personas me dicen: “Es que es humano, wey”. Y yo: “ah, me vale verga”. Está allí porque también le gusta y porque es un pinche macho de mierda. Y porque sabemos que todas las policías y Ateneas, y demás, sufren violencia de género en sus áreas de trabajo. Y que cuando están 10 de las Ateneas enfrente, sabemos que detrás de ellas hay 70, 80, 100 granaderos que las avientan al ruedo para que ellos puedan decir que entre mujeres se golpean: “Es que eran mujeres y aun así las golpearon”.
El morrito de 11 años
En una ocasión, antes de iniciar una de las marchas, antes de organizarnos, empecé a escuchar tras de mí una conversación de una señora que llevaba un adolescente, un puberto de 11 años. Y decía que su papá y su tío habían abusado de él desde que tenía 5 años. Y sentí mucho coraje, sobre todo porque tengo un hijo pequeño. Y me puse a pensar que si a mi hijo le hubieran hecho eso yo qué haría en estos momentos, aparte de denunciar y buscar la “justicia”.
Empezamos a avanzar. Después me volví a encontrar a la señora y a su hijo. Y el morrito sí estaba llorando. Y cuando comencé a platicar con ellos me dijo:
—Es que yo fui violado desde los 6 años y me ponían porno en casa y veía que penetraban a una mujer. Y yo me preguntaba si yo era mujer. Y no sabes cuánto me lastima pensar que tengo un pene y no soy mujer.
Me acuerdo que ese día le di el mazo al morrito. Y como era muy delgadito y se veía finito, lo encapuché y le dije: “Ten un mazo. Quiero que veas la cara de esos dos vatos. Y que lo saques, grítales lo que sientes. Pero grítales. Sácalo”. El morrito agarra el mazo. Y no le dije dos veces, fue y de un momento, en esos minutos, sacó lo que él tenía. Es que es catártico, porque es simbólico a lo que estás pegando, a lo que estás interviniendo. Rayar para hacer un graffiti no sólo es para decir “Aquí pasó fulanita”. Es catártico y simbólico.
Digo, era un morro; pero era un hombre. Al final todo este machismo patriarcal también se lleva en las patas a estos morritos. En el feminismo eso también se protege. Pero para mí sí fue: “Dale, rómpelo todo”. A este morrito lo violaron y no poder decirlo, por ser hombre, le ha provocado un trauma. Son víctimas del machismo. Al final los hombres no se dan cuenta que son víctimas del machismo. Que solo le pueden decir a su amigo que lo quieren cuando están pedos, porque se burlan de ellos.
Cuando fui mamá fue cuando dije: “No lo voy a dejar de hacer. Porque ya lo tengo arraigado. Si cedo empiezo a dejar de ser. Pero no lo voy a permitir”. La historia del morrito sí me dio un buen rato en la madre. Sí me pegó. Pero esa sensibilidad es la que te da la fuerza porque lo interiorizas y lo haces más consciente que el otro. Porque de eso se trata: de ser consciente del otro. A mí misma no me digo mucho. Simplemente son momentos que me hacen y dicen que estoy haciendo lo correcto. Sólo eso.
Al terminar la manifestación, después de que pasó el desmadre, tú decides en qué momento te vas. Empiezas a ver tus rutas de seguridad, a mirar que no te vayan siguiendo; que no haya infiltrados. Hay mujeres infiltradas que son las que dicen: “Las encapuchadas le golpearon a la viejita que vende periódicos”. En algún lugar oscuro te quitas la capucha y te subes al Metrobús, como si nada. O te vas caminando.
Aprendes a leer la calle.
También tienes que saber cómo funciona toda esta parte del gobierno. E identificar si la viejita que está vendiendo cigarros le puede dar el pitazo a las autoridades. ¿O, por qué ha sucedido que le han llegado citatorios a varias morras que han estado en las manifestaciones? Y que tienen acusaciones hasta por delincuencia organizada. Entonces, hay que ser cuidadosas. Si tienes un tatuaje o indicios con los que puedan identificarte, van para atrás.
Puedes ir acompañada o moverte sola, pero con todo el cuidado. A mí me gusta moverme sola. Y siempre que llego a casa toda sucia, les cuento a mis hijos todo a detalle. Y ellos como estuvieron al pendiente en las noticias narran lo que vieron y me dicen: “Vi que estaban los de Marabunta y yo te estaba buscando, pero no te reconocí”. No me gusta esconderles nada a mis hijos. Sé que mi hijo no puede ser un aliado feminista, pero en el contexto en el que está creciendo puede ser un hombre distinto o comprenderlo desde otra perspectiva. Entonces, es normal que les platique el momento. Y lloro. Y me enojo. Ellos se van a dormir y yo sigo enojada y lloro.
Para mí la lucha es cotidiana. En el pensamiento, en el cuerpo, en la forma en la que hablo, en la forma en la que percibo el mundo. No sólo es que ya fui a la marcha y ya, sigo con mi vida cotidiana. No es posible, porque la encarnas. Es parte de ti.
Al principio, cuando llegaba de las marchas, aún no tenía la fortaleza mental ni física. Hoy lo veo distinto. Las primeras veces tenía sueños surrealistas. O estaba un mes deprimida de todo lo que veía y no conocía, porque no era mi realidad, sino eran otras, y que al final todas se conectan y todas tienen un mismo fin y todas tienen un mismo mal.
Recuerdo un sueño en el que muchos granaderos iban corriendo atrás de mí. Pero, sólo sentía odio. No miedo, pero si odio. Cuando agarran a una compañera, entra el acuerpamiento para no dejar que se la lleven. Y no abandonarla. Si se la llevan sabemos a dónde la van a llevar. Y vamos para hacer ruido.
Entre nosotras existe una comunicación en redes sociales, en WhatsApp. Pero no se maneja todo por estos medios de comunicación. Pero siempre tenemos puntos de encuentro. No es que se haga una junta y demás. Lo que sucede es que es algo que ya está establecido. Al final tú tienes un objetivo y todas vamos por el logro del mismo. Hay quien sabe de primeros auxilios por eso uno puede servir de escudo cuando la cosa se pone ruda.
Siempre el Bloque Negro está al principio y al final. Es algo estratégico. Desde donde estés tú tienes que destruir y ejercer violencia para decir: “Aquí estamos. Y no te vamos a dejar tranquilo hasta que cumplas”. Y al instante sabes, junto con todas, que no estás sola. Que las que llevan niños, las que están solas no se van a quedar expuestas.
No necesitas comunicarte verbalmente. Cada célula, o cada conglomerado, sabe qué hacer y no necesita establecerlo en un reglamento o en una junta. No todo se maneja en redes. Lo que no se dice allí lo hacemos de forma personal. Bloque Negro está al principio y al final. Allí hay comunicación y se ejerce violencia para decir: “Hey, aquí estamos. Hasta que cumplas”.