Por El Saltapatrás
«¡Al diablo con sus instituciones!” Alzó la voz, enérgico, enfático, intenso, muy indignado, el hoy presidente AMLO en aquel mitin del 5 de septiembre de 2006 en la plancha del zócalo capitalino. Cuando aseguró en un discurso un tanto encabritado pero prudente -pues no era para menos- le habían robado la presidencia de la república.
A través de un discurso escrito, menos pausado y sí más ágil, característico del AMLO de aquellos días y aún convencido de seguir remando contra viento y marea, rechazaba el fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que daba como triunfador en esa ocasión a Felipe Calderón Hinojosa en los comicios celebrados ese mismo año para la presidencia de la república. Al que acusó (ante la polémica victoria) de no tener representación legítima ni democrática, así las autoridades electorales y el mismo Felipe Calderón, «haiga sido como haiga sido», dijeran lo contrario.
En ese tiempo, el órgano electoral encargado de darse a la tarea de llevar a cabo el asunto de las votaciones fue el extinto IFE. Que dizque por ser constitucionalmente autónomo e imparcial era la institución encargada de darnos clases de democracia a todos, pero ante tanto sospechosismo turbio que provocó el hecho de convertir en presidentes tanto a Felipe Calderón como a Peña Nieto se determinó por el mismo régimen político que vanaglorió en su momento a la casi grandiosidad del IFE, que era necesario crear un nuevo órgano electoral más evolucionado (según) para que la transparencia y eficacia electoral alcanzaran otro nivel nunca antes visto. ¡Ay,ajá!
Entonces apareció el INE siendo anunciado a bombo y platillo. Mejorado, confiable, haciendo de la democracia con D mayúscula algo casi sagrado, reformado, picudísimo y más efectivo que la mismísima pomada de tepezcohuite, pa que no nos quedase duda de cómo iba la cosa en materia electoral aunque al ciudadano no especializado, ni se le ofrecieran más detalles respecto a las modificaciones que implicaría de fondo todo su teatrito. Sencillamente los spots publicitarios se limitaban a anunciar con optimismo que se haría el gran milagro democrático con tan solo quitarle una F a las siglas del órgano electoral pasado, para ponerle una N al actual, ¡y que qué! No contaban con su astucia.
Previo a este show de promoción y convencimiento, omitiendo detalles como lo han dictado las viejas costumbres de la política del pillaje, surge una joven promesa apta para encabezar al nuevo órgano electoral con su sigla actualizada: Lorenzo Córdova Vianello, quien con ayuda del priísmo mexiquense, y a través de sindicatos charros de esa entidad como el Sindicato de Maestros al Servicio del Estado de México (SMSEM), le permiten promocionarse frente a cientos de maestros en distintos foros como una eminencia en el terreno democrático, gracias a su formación en la UNAM y en la Universidad de Turín, ¡quihubo! Bien preparado el licenciado Lorenzo.
Pero lejos de ser un desinteresado promotor de la democracia que anduvo por aquí y por allá apantallando con su currículum y sus muy extensas ponencias que terminaban arrullando a más de uno, concluida su gira se le vio convertido en el consejero presidente del recién formado INE. Que a través de nueve años se evidenció no como un paladín de la democracia sino en un hábil defensor de sueldazos anticonstitucionales en la función pública, en un discriminador de los pueblos originarios, en negado a toda propuesta electoral venida de la 4T, en aliado de la oposición interna y externa en contra del gobierno federal actual, ¡y ni pa´ qué seguirle! Totalmente distante de la carrera política del diputado de izquierda, Arnaldo Córdova su señor padre, que en paz descanse.
Ahora el órgano electoral quedó a cargo de la consejera presidenta, Guadalupe Taddei Zavala (señalada de simpatizar con MORENA) una vez que Córdova Vianello y su palomilla de funcionarios, como el ex secretario ejecutivo Edmundo Jacobo Molina, terminaran renunciando al cargo ante lo que pareció ser un exceso de presión político-social al tiempo que enfrentan una investigación por parte del órgano interno de control del INE, o para decirle más claramente, se hallan bajo la auditoría encargada de averiguar en qué se estuvo utilizando el dinero y si cuadran las cuentas. Y de ahí lo que resulte.
Y como «el miedo no anda en burro» Lorenzo Córdova ahora se refugia en su papel de analista político en un medio de comunicación abiertamente golpista, convenciendo a su audiencia que no hay delito que perseguir, justificando y explicando (casi con peras y manzanas) del responsabilísimo papel que desempeñó como titular del INE mientras se hinchaba de billetes con un sueldazo de lujo por nueve años. Y pese a haberse opuesto a propuestas de reforma electoral venidas de la 4T, sin descuidar —según él— su firmeza de árbitro imparcial, ahora ilustra al personal rolándole por televisión recetas democráticas para creer en él y más que en él.