Por el Colectivo Híjar.
Robusto con el cabello hirsuto muy corto, Arsacio Vanegas caminaba las calles de Tepito y el Centro Histórico para mantenerse en forma. Su prestigio de luchador ejercitado en rings y gimnasios, lo hicieron respetable en el Barrio Bravo donde todo mundo sabía de sus hazañas como Kid Vanegas, campeón nacional de peso welter, preparador físico de los dirigentes del Movimiento 26 de julio. Los cerros en el extremo norte de la Villa de Guadalupe fueron campo de entrenamiento para subir con mochila en la espalda, caminar para atrás, de lado, cargar a un compañero, aprender a rodar, a ascender o bajar por paredes escarpadas y entre hoyancos y piedras. En el gimnasio, los adiestró en defensa personal.
Una foto histórica lo muestra posando al lado de MarÍa Antonia, con Fidel bien trajeado en el otro extremo. Casada con Kid Medrano, María Antonia hizo de su casa un lugar seguro para estudiar y conspirar. En la calle de Lecumberri que desemboca en el jardín público frente al portón de la temida prisión, la casa de las y los Vanegas fue refugio seguro para los revolucionarios atendidos por las hermanas Joaquina e Irma. Todavía, un altar en la pared principal de la sala exhibe fotos, medallas y reconocimientos del primer Estado socialista en América, objetos testimoniales, documentos autógrafos del Primer Ministro y del Ministro de Industrias, referencias al abuelo editor de José Guadalupe Posada como ilustrador de sus corridos y reportajes sobre los acontecimientos del día, todo un universo fantasioso en apariencia, pero real gracias a la estética del disloque, como llama Juan José Arreola a la estremecedora, festiva y trágica gran narración constructora del saber del pueblo apreciado por pintores, grabadores y escritores bien enterados y cultivados por Arsacio que mantuvo en acción la prensa de la Imprenta Vanegas Arroyo en un pequeño cuarto al fondo del pasillo de entrada. Un tapanco y unas repisas están llenos de tesoros históricos como los poemas de Martí editados como cuadernillos o el altar de la Guadalupana pinchado con un alfiler para dejar pasar la luz y darle apariencia celestial tan al gusto de los fieles creyentes. No viajó en el Granma porque resultaba más necesario para las tareas del clandestinaje bien manejado. Blas sí se incorporó al triunfo para servir al Partido Comunista de Cuba. Arsacio prefirió cultivar sus aportaciones a la cultura popular revolucionaria y a las discretas tareas de retaguardia necesaria para la vanguardia. Un mural en la pared interior de la entrada, un ancho pasillo y un patio al final arreglados por el nieto arquitecto, la ventana a la calle donde despachaban golosinas y medicamentos fundamentales las queridas Joaquina e Irma que atendían a los visitantes mostrándoles ropa, botas, recados de Almeida, el Che, Camilo, ganando así el aprecio de los vecinos. Nada de esto es suficiente para instalar un museo de sitio sobre la revolución nuestra. René González, agregado militar de la embajada de Cuba cuando tenía el grado de mayor, visitaba y atendía a las y los Vanegas y a otras compañeras y compañeros solidarios con el Movimiento 26 de julio y vigilaba que el Museo de Sitio en Tuxpan no decayera. Historiador de las relaciones revolucionarias en Nuestra América, merece ahora el grado de coronel y cumple las tareas encomendadas con los Vanegas en la mente. La lucha sigue.