Por Omar Nava Barrera
Por cuestiones de investigación me encuentro analizando una versión preliminar de la “Nueva escuela mexicana”, una iniciativa anunciada desde principios del gobierno de López Obrador como una antítesis de la reforma educativa propuesta en el sexenio anterior. En lo personal, como pedagogo y docente, desde hace tiempo esperaba la propuesta para poder analizarla de manera detallada con la firme intención de comprender si en realidad se estaba proponiendo algo verdaderamente alternativo, innovador y crítico para la educación básica de este país.
Ya en un primer acercamiento, dentro de sus planteamientos me sorprenden algunas ideas que considero disruptivas e, incluso, innovadoras por lo menos en la dimensión teórica. Sin embargo, también alcanzo a visualizar que existe una gran posibilidad de llevarlas a la práctica, pues se está poniendo el énfasis en comprender las realidades situadas, es decir, sus planteamientos se abren a la amplia diversidad de la vida cotidiana en la que se desenvuelven las infancias y juventudes.
He de confesar que me sorprende el énfasis en la autogestión con lo que se busca respetar la autonomía, los contextos particulares y, con ello, sus formas de organización de cada proyecto educativo, dejando de lado la centralización de una pedagogía hegemónica y con principios que se pretenden universales. En este sentido, se visualiza a la escuela como una red compleja de relaciones donde se involucran, también, los sentimientos y principios comunitarios, dejando entrever que ya no es sólo la razón el máximo principio que rige una institución pedagógico-académica.
Algo que me resulta aún más sorprendente es que, en sus planteamientos, la “nueva escuela” no busca enseñar que las infancias y juventudes se adapten a la sociedad a la que pertenecen, ni tiene como horizonte formar capital humano para el mercado laboral (Plan de estudios de la educación básica, 2022). Por el contrario, el nuevo proyecto educativo busca fomentar el pensamiento crítico desde la infancia para dignificar la vida y con ello la emancipación de las y los ciudadanos. En este sentido, también se incentivan la formación democrática y los gobiernos colegiados, lo cual permitiría una politización de los procesos de la cultura escolar en la que todos los actores involucrados participarían. De tal manera que, por lo menos en el papel, se alcanzaría a visualizar una propuesta anticapitalista, crítica, liberadora e incluso con un potencial anticolonial al buscar rescatar saberes ancestrales y comunitarios.
Desde luego, no caigamos en ingenuidades ni falsas promesas. Aunque me sorprenden algunos de sus planteamientos habría que esperar los procesos en la práctica. Lo interesante de todo esto es ver que se podría trabajar en propuestas autogestivas, comunitarias y anticapitalistas desde las infancias. Considero que existe un gran potencial que pone en el centro la conciencia comunitaria pues, incluso, algunas escuelas con proyectos educativos alternativos y críticos ya lo están visualizando y buscan trabajarlo en lo inmediato, pues ven en ello un umbral de posibilidades. Cabe enfatizar que muchos de estos planteamientos de la “nueva escuela” ya se han puesto en práctica en otros contextos, pues la educación popular de tradición latinoamericana ya venía desarrollando estos principios emancipadores desde los años sesenta. También por ejemplo, el Plan para la Transformación de la Educación de Oaxaca (PTEO), así como otros proyectos de carácter crítico y anticapitalista, no han dejado de trabajar muchos de los presupuestos descritos en la nueva escuela. Incluso podría asegurar que esta iniciativa es el producto de luchas históricas en el país, luchas político-pedagógicas, como las que el magisterio políticamente organizado ha desarrollado a lo largo y ancho del país.