Por Jorge Alemán
En las distintas lecturas de Nietzsche y Heidegger que anticipan, después de la denominada muerte de Dios, el nihilismo actual, se puede apreciar una de las claves del llamado neoliberalismo contemporáneo. Nihilismo en este caso es que los valores fundantes de la modernidad (verdad, democracia, igualdad, justicia, etcétera) han perdido sus referencias y su sentido. Se han tornado intercambiables, multiplicando su significación hasta lograr un vaciamiento de su sentido original. No se trata de que no haya valores, sino de que ninguno valga por sí mismo nada.
La muerte de Dios implica la desaparición de la verdad y su suplantación por las habladurías y la incesante avidez de novedades que, aunque tomen la apariencia de «valores», pueden ser absolutamente contradictorios según los intereses en juego y sin que ello tenga alguna consecuencia. Se puede defender a ultranza la Libertad y a su vez la moral tradicional y la misoginia más rancia; se puede defender la Patria frente a los extranjeros y a la vez realizar todas las maniobras para vender la soberanía al capital financiero.
Esta anticipación profética de Nietzsche y Heidegger puede ser vinculada a los estudios freudolacanianos sobre las psicosis paranoica. Es más, a mi juicio, permiten una lectura más profunda del nihilismo acontecido.
Según Lacan, en la personalidad paranoica existe una certeza previa a cualquier verdad e inmune a cualquier demostración argumental: el Otro, el que maneja los hilos, nos engaña, juega con nosotros como si fuéramos marionetas, nos quiere arrebatar un tesoro sagrado que está en nuestro interior y por tanto se debe fundar un nuevo orden que vuelva a poner las cosas en su sitio.
En el nihilismo de la paranoia hay una increencia constitutiva en el Otro, al que se le otorga de un modo imaginario un poder omnímodo. Este Otro «engañador» puede ser figurado y representado por el comunismo, Venezuela, los extranjeros, las vacunas, el populismo, líderes o mujeres de gran personalidad política, etcétera. De este modo, los puntos de anclaje que sostenían a la verdad y su fragilidad inherente son sustituidos por certezas resentidas.
Como anticipó Nietzsche, en la corriente actual del mundo existe un gran caudal social de odio. Y de pulsión de muerte, tal como supo dilucidar Freud. El siglo XXI demuestra que no hay neurosis social y sí psicosis social.
Las certezas delirantes del negacionismo que vuelven a poner al Occidente central en el abismo constituyen un testimonio logrado de esta cuestión. Más allá de las distintas hibridaciones que configuran a la agenda de las ultraderechas actuales, el elemento común que encontramos en las mismas, es que la Democracia es un escondite para los intrusos del mal que responden a un Otro sin reglas, y que por tanto hay que destruir.
Es el verdadero éxito de la operación paranoica, legitimar su odio desmedido y obsceno con imputaciones y denuncias permanentes a un supuesto Otro sin Ley.
Dicho de otro modo, en la paranoia hay una inversión especular, su odio querellante es la respuesta hostil a un Otro que nos amenaza. Un Otro inventado por la propia estructura paranoica. Por ello las Memorias de un psicópata de Daniel Paul Schreber leídas por Freud, pudieron ser pensadas como una prefiguración de la ideología del nacionalsocialismo.
A su vez, como ya lo demuestra la pandemia, los polos negacionistas de clara vocación paranoica constituyen una nueva superficie de inscripción para el devenir ultraderechista.
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