Por el Saltapatrás
En un mundo dominado por el poder de las opiniones colectivas, cualquier cosa se vuelve adecuada si parece convincente, o al menos así ha venido sucediendo con el tema del Covid-19 y todo lo relacionado a este microscópico ser desde su debut mundial. Y es que al tratarse de un tema de salud pública, la polémica no se hizo esperar, comenzando con el manejo mediático con que se ha tratado a la enfermedad y sus estrictos protocolos de salud una vez iniciada la pandemia; creando discursos oficiales dominados por los medios de información más poderosos, los cuales han actuado como verdaderos mecanismos que pareciera tienen la encomienda de censurar todo lo que parezca distinto a lo oficial
Es así que entre la comunidad científica mundial ha surgido una disidencia en plena pandemia que hace ver a la Organización Mundial de la Salud (OMS) como al mismísimo Santo Oficio de la Inquisición traído por los gachupines allá en los tiempos de la colonia, pero ahora persiguiendo “herejías” científicas en pleno siglo XXI. Imponiendo una obediencia prácticamente irrefutable por encima, incluso, del juramento hipocrático con que los médicos orientan su deber. Y es que la administración de medicamentos no autorizados es ahora un sacrilegio a la medicina misma. “No hay estudios que comprueben su eficacia”, “ten cuidado, ya está comprobado que esa sustancia hace daño”, “hay que vacunarse”, “los no vacunados impiden la inmunidad de rebaño”, y un largo etcétera de opiniones motivadas por lo que convence más.
Lo cierto es que todos opinan y una minoría investiga, y quienes lo hacen con disciplina científica, llegando a conclusiones diferentes, su difusión queda frustrada, desacreditada o minimizada a fake news, y en ciertos casos, el desprestigio y la persecución quedan garantizados. Como ha sucedido con el premio nobel de Medicina 2008, Luc Montagnier y su advertencia sobre el surgimiento de variantes del coronavirus argumentando que la vacunación es un error científico y médico porque está creando las variantes del SARS-Cov-2, lo cual generó todo tipo de reacciones en contra provenientes de la misma comunidad científica, como la emitida por los miembros del prestigioso Instituto Pasteur de Paris del que el mismo Montagnier surgió.
Desde el triunfo de la ciencia sobre la Iglesia no se había utilizado a la ciencia de forma tan arbitraria para silenciar al conocimiento imponiendo la obediencia. Casi casi con un “¡será quemado en leña verde quien piense diferente!” se intimida y se advierte. Anulando cualquier intento de libertad científica que atente contra los protocolos oficiales. Por otro lado, también están las discusiones acerca de igualdad y derechos humanos en torno a la aplicación de las vacunas a menores de edad, que con un poco de criterio y lógica elemental, se observan bizarros disparates como la confrontación entre lo jurídico con lo científico. Situación motivada por ciudadanos que, ante la desesperación por querer garantizar la protección y seguridad de sus hijos (infantes), creen que los tiempos de la investigación médica y sus resultados, son los mismos requerimientos empleados para la elaboración y utilización del nuevo billete de cincuenta billullos con su ajolote.
Si bien un problema mundial de salud pública requiere medidas de control para evitar el caos, también es cierto que las farmacéuticas se han hecho de muy mala reputación desde el siglo pasado, tomando al concepto salud en su poder, haciéndolo suyo y convirtiéndolo en una mercancía para el lucro. Y es que desde el conocimiento de un tal SARS-CoV-2 (nombre científico dado al virus), la sintomatología por Covid-19 (término dado a la enfermedad) y sus secuelas, inició una carrera por hacer llegar al mercado una vacuna lo más pronto posible como si a los tiempos biológicos se les pudiera carrerear.
Algunos de los más empeñados en lograrlo resultaron ser el multimillonario cofundador de Microsoft, Bill Gates a través de su polémica filantropía promotora de salud, pobreza, vacunas, la Fundación Bill & Melinda Gates, el que antes de 2019, ya “profetizaba” la actual pandemia en algunas de sus conferencias. Y con el visto bueno del también controversial Anthony Fauci señalado de practicar una ciencia sin escrúpulos por la científica censurada Jugy Mikovits. Fauci, quien desde 1984 y a sus 80 años, es el director del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas de gabacholandia, así como en el cargo de asesor médico jefe del presidente de los Estados Unidos desde tiempos de Ronald Reagan; juntos (Gates y Fauci), han protagonizado el uno-dos-tres junto a la Organización Mundial de la Salud (OMS) financiada por farmacéuticas, para encabezar los protocolos de salud, situación que ha provocado profunda desconfianza alrededor del mundo. Hasta el momento hay dos grupos de científicos en franca oposición: 1- Los científicos que aprueban la vacuna con optimismo y 2- los científicos que no aprueban la vacuna y se muestran preocupados. Sin embargo, los dos grupos están de acuerdo en dos cosas: 1- La vacuna todavía es experimental y 2- sus protocolos no satisfacen a cabalidad los principios estipulados en el código de ética médica de Núremberg (se invita al lector a echarles un vistazo). Aunque los optimistas consideran que es mejor contar con una vacuna a no tener ningún tipo de esperanza. Otros consideran que es médicamente inadecuado la aplicación de piquetes masivos ante los riesgos permitidos en la ética médica. Por lo que a las políticas que decreten la obligatoriedad de la vacuna, se espera que se intensifiquen las protestas que ha generado el manejo de la pandemia, sobre todo, por la ferocidad con que las farmacéuticas pretenden influir en la política global.