Por Melchor López
En México la Ley Federal del Trabajo explica que el acoso sexual, es “una forma de violencia en la que, si bien no existe la subordinación, hay un ejercicio abusivo del poder que conlleva a un estado de indefensión y de riesgo para la víctima, independientemente de que se realice en uno o varios eventos”.
Según la Secretaria del Trabajo y Previsión Social, “es primordial recalcar que, aunque el hostigamiento y acoso sexual estén incluidos en la violencia laboral, estas dos figuras jurídicas presentan diferencias: En cuanto al contenido, el acoso sexual siempre presenta un carácter libidinoso cuya finalidad directa o indirecta es la satisfacción sexual de quien agrede, mientras que lo que busca el llamado acoso laboral, es la degradación laboral de la víctima”.
Los datos del INEGI muestran que “las mujeres con mayor propensión a experimentar violencia por cualquier agresor a lo largo de la vida son las que residen en áreas urbanas (69.3%), en edades entre 25 y 34 años (70.1%), las que cuentan con nivel de educación superior (72.6%) y las que no pertenecen a un hogar indígena (66.8 por ciento)”.
Después de conocer los datos anteriores, Machetearte charló con Sandra. Ella es una de las cientos de mujeres que narró su experiencia de este tipo de poder violento. Ella es profesora en una escuela pública y fue hostigada por un empleado en su turno de trabajo.
—¿Nos has comentado que has sido víctima de acoso sexual?
—Fui víctima de acoso. Sentí y, por tanto, comprendí lo que provoca. Lo sufrí donde doy clases por parte de un trabajador administrativo que tenía como función el resguardo del archivo de la institución. Lo comento porque es una oficina con poca actividad y nula atención a las personas; esto implicó que él estuviera en cualquier momento acercándose y pedirme estar con él. Una y otra vez, cada que no tenía clase ante grupo estaba allí molestándome.
Supe que ya había acosado a otra compañera. Ella se tuvo que ir del plantel; desconozco el motivo. A mí, al verlo de cerca, me provocaba ansiedad y enojo. En su momento se lo comenté al subdirector del plantel, pero su respuesta fue: “No te preocupes, ya se le pasará”.
Después supe cómo podía acusarlo legalmente de acoso. Y lo que me sorprendió es que tenía que tener pruebas o evidencias. Y dije: “¿Y cómo las logro?”. Es absurdo ese requisito. Ni modo que grabara lo que decía.
Una ocasión yo estaba sentada en el patio. Y lo vi de lejos. De inmediato opté por moverme de ese sitió. Estuve más lejos. Y apenas me recargué, y al instante volteo y ya estaba allí con su: “Me atrae tu sonrisa”. Obvio, yo para nada de nada.
Desde luego que eso fue acoso porque yo no di motivos para que él estuviera insiste e insiste. Pasaron muchos meses y un día dejó de ir a trabajar… se murió. Tal cual. Dijeron que tuvo una enfermedad.
—¿Has sabido de casos de violencia de pareja entre tus alumnos?
—Sí. Una chica tuvo la ansiedad y el estrés por posible embarazo de su pareja del mismo grupo de clases. Ella quería saber mi opinión de su situación. Me dijo que esperaba el resultado de la prueba médica para saber si estaba o no embarazada. La violencia fue porque él no la apoyo. Él le dijo: “Es tu bronca”. Lo que hice fue escucharla. Y después sugerí que informara a sus familiares. Solo eso, por ser menor de edad. Ni siquiera llevarla con las autoridades de la escuela porque las han re-victimizado.
Hubo otro caso. Fue en la Universidad: violencia de un docente a una estudiante. Es una larga historia que se puede sintetizar en que él la abandonó cuando se enteró de una enfermedad de transmisión sexual. Únicamente ella necesitaba su compañía, que estuviera cerca en las consultas medicas, sólo eso. Pero él se negó. La historia se publicó en una revista de nivel nacional, porque la estudiante lo demandó. Y uno de los efectos jurídicos-laborales fue que destituyeron de sus clases al profesor.
—¿Conoces algún caso de acoso u otra ofensa sexual entre los docentes de tu centro educativo?
—No sé de algún caso. No he estado enterada.