Eduardo Ibarra Aguirre
El gran objetivo de “Todos Unidos contra Morena” (Tumor) terminó en el Bloque Opositor Amplio (BOA) de los partidos Acción Nacional, Revolucionario Institucional y de la Revolución Democrática, además de México Sí, que es harto importante por su padrinazgo empresarial y su amplia solvencia económica. Ni siquiera Movimiento Ciudadano se integró al proyecto unitario que todavía no explícita cuáles son sus propósitos de cambio o regresión más allá de conseguir arrebatar la mayoría de los 500 integrantes de la cámara de diputados a la Cuarta Transformación, encabezada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, el mayor número de las 15 gubernaturas en juego y de las 1,296 alcaldías, así como de las 1,063 diputaciones estatales y acaso también para mantener el registro electoral.
“Buscan conservar la chamba, el puesto”, observó Sergio Aguayo después de lamentar la ausencia de pensadores e ideólogos como Jesús Reyes Heroles en el PRI y de Carlos Castillo Peraza en el PAN.
Y no le falta razón, pero sólo al subrayar la falta de proyecto multipartidista para la cita con las urnas el 6 de junio próximo, más allá del importante pero limitado propósito de quitarle la mayoría absoluta a la 4T en la cámara de diputados, indispensable para las reformas constitucionales, la aprobación del presupuesto, herramienta básica de la política económica de la coalición política gobernante, integrada por los partidos del Trabajo, Encuentro Solidario (antes Social) y Verde, con Morena.
“México está al borde del precipicio” es el planteamiento de Jorge Germán Castañeda que ya no da para mucho con tantas marometas realizadas desde que emprendió el camino de la reconversión de distinguido militante del Partido Comunista (1978-1981) al “voto útil” para su jefe Vicente Fox (2000) y estratega de Ricardo Anaya (2018). Y que sin tal circunstancia, el precipicio, él no justificaría la alianza con el PRI.
El PRIAN formado por Carlos Salinas y Diego Fernández de Cevallos –bajo la guía ideológica de Castillo–, y bautizado así por Luis Sánchez Aguilar –fallecido en plena madurez política y en circunstancias poco claras–, queda ahora exhibido en todo su esplendor, cuando los arquitectos y propagandistas lo negaron durante tres décadas.
Ésta es la otra coalición política, la que despejó el largo y fructífero camino del neoliberalismo durante cinco sexenios de Estado mínimo y pérdidas privadas convertidas en públicas, hasta que Enrique Peña lo echó todo a perder con sus irrefrenables excesos de corrupción, pero siempre fue el aceite que hizo funcionar la maquinaria del sistema.
Ahora que se combaten la indisoluble corrupción pública y privada –la criminal y la de cuello blanco–, el malestar de las elites empresariales, mediáticas e intelectuales es mayúsculo por los grandes aciertos y no tanto por los desatinos. Y el BOA es impensable, dicho con todo respeto, sin la política de austeridad republicana, el pago creciente de las obligaciones y los adeudos fiscales, el gasto social ensanchado para las mayorías nacionales…
Esto le da más sentido a la coalición de las llamadas derechas pero vestidas de liberales y hasta de socialdemócratas –cualquier cosa que esto signifique hoy en latinoamérica y muy poco atractivas–, y sus dirigentes no deberían avergonzarse y menos ocultarlo porque los partidos se coaligan con quienes es factible, no con quien desea cada partido.