Por Alberto Híjar Serrano
En la esquina más costosa de México, Madero y Eje Central, frente al Banco de México, cien encuerados y encueradas bailan: las mujeres arriba y los hombres en calzones abajo, ante mantas de repudio a Miguel Ángel Yunes y familia, depredadores de Veracruz. Ni una sola crónica sobre el Movimiento de los 400 pueblos en ningún medio. Al minuto 43 del 26 de septiembre, Oswaldito cobró el penalti luego de la expulsión de Salcido y el América al fin anotó, mientras en la tribuna del América se contaba hasta el 43 en homenaje a los estudiantes de Ayotzinapa. Días antes, la porra del equipo campeón más promovido, había convocado al conteo. Ningún cronista se ocupó del asunto.
El presidente fue recibido en New York con airados gritos de: ¡asesino! Tuvo que regresar a la camioneta blindada protegido por los grandulones sicarios. Nadie comentó el hecho. Tampoco la impertinencia política de usar la tribuna de la ONU para rechazar los populismos. Sus escasos oyentes se preguntaron si era el populismo ruso o el de Perón o qué. Se confundió el presidente atorado en una palabra que no puede pronunciar. Habló como si estuviera en Atlacomulco.
La marcha del 26 fue enorme. Del Ángel de la Independencia y hasta el Zócalo, apretados contingentes resistieron el chipi chipi constante. Un compañero comentaba que del Museo de Antropología al Ángel, un kilometro más o menos, habían hecho dos horas. Mantas monumentales probaron la organización colectiva para acordar imágenes y consignas y a la par, abundaron cartulinas individuales y camisetas. Sonideros organizaron el coreo de consignas y el acompañamiento en las banquetas fue continuo. Jesusa Rodríguez mostró el augurio de la luna roja, una madre campesina y sus tres pequeños hijos escribieron su dolor por los migrantes, un joven de la calle sostuvo su cartulina con pésima caligrafía y ortografía para insultar al presidente y a su esposa. La digna rabia encontró al culpable principal del terrorismo de Estado: “Enrique culero, por tu culpa soy grosero”. Los noticieros de la tele dispuestos a criminalizar la oposición popular, acentuaron la pinta del ostentoso bunker del Senado por los anarquistas de negro atacados por los granaderos disfrazados de civiles.
En Guanajuato, la Facultad de Filosofía y la División correspondiente con un seminario “José Revueltas”, organizó un coloquio sobre la filosofía crítica. La Escuela de Frankfurt, crecida como crítica a la Razón que los ilustrados franceses postularon como garantía de libertad, igualdad y fraternidad, había desembocado en el nazismo, la Guerra Mundial y el exterminio de judíos y gitanos. Judíos todos, los filósofos del Instituto de Investigación tuvieron que emigrar, menos Walter Benjamín que optó por el suicidio horas antes de que se abriera la entrada a Francia. De él se discutió en especial por su reflexión sobre la violencia, el poder, las palabras y el derecho. El 2 de octubre cerró el coloquio con referencias a Tlatelolco y las masacres del terrorismo de Estado. Frente al Teatro Juárez, unas estudiantes colocaron en el piso cartulinas de denuncia y una breve historia de la masacre de Tlatelolco. Radio Universidad de Guanajuato entrevistó a Armando Bartra y al que esto escribe y los estudiantes responsables del programa radial, me hicieron abundar en los efectos autogestivos del 68, mientras esperábamos a Joaquín Urbán, comentarista de la ponencia del director y propietario de una pulquería.
El Director de la Facultad de Filosofía, Aureliano Ortega, es hijo de Joaquín, sobreviviente a sus hermanos Juan y Enrique, abogados justicieros de los trabajadores en lucha y de los guerrilleros en desgracia. Producto del 68, contemporáneo de Rafael Guillen, el presunto Sub, aunque más joven que él, representa una tradición crítica necesaria y viva. Inició su ponencia mencionando el 2 de octubre no se olvida, el pendón en la fachada de la Facultad y la urgencia de apoyo hasta el encuentro de los 43.
Son estas algunas de las noticias ignoradas.