Por Gonzalo Lara
La crisis humanitaria en la que actualmente se encuentra el pueblo sirio, ha activado las alarmas en Europa y, por lo tanto, en los medios masivos de alta penetración. Parece que lo preocupante, se dice en los noticieros, es que lleguen decenas o cientos de miles de refugiados a Grecia o a Hungría y de ahí suban a la Europa «no pobre». En efecto, todos los días miles de sirios están llegando a las costas de este continente, aunque muchos están muriendo en el intento. Como siempre, se maximiza el efecto pero no se abunda en la causa.
El caso de Aylan Kurdi, el niño ahogado en las costas turcas, por lamentable que sea, ha opacado los otros cientos de muertes que ocurren todos los días en Siria patrocinadas por países que venden armas y al instante levantan la ceja de sorpresa porque con ellas se están matando unos a otros en ese país. Desde 2011 la gente empezó a salir a las calles a manifestarse en contra de la dictadura de la familia al-Asad, que entre padre e hijo llevan 45 años en el poder. A los civiles sirios se les sumaron (sin necesariamente buscar los mismos fines) grupos islámicos y organizaciones opositoras al régimen que pinta para estar otros 30 años en la silla de mando, como lo hizo el padre, financiadas, principalmente, por Estados Unidos y otros paladines de la democracia, para variar.
El origen del actual conflicto, que todos los días cobra miles de vidas, no empieza solamente, como repiten y repiten los medios, con las protestas de la primavera árabe en contra de la dictadura estilo priista de los al-Asad. El coctel de conflictos religiosos, étnicos y civiles que ponen en jaque al régimen actual, ha formado una nube que enturbia los bombardeos del gobierno sirio y el uso de armas químicas sobre su propia población con en los últimos cuatro años con apoyo de Irán, Rusia, China y los saudíes; al mismo tiempo, maximiza los actos violentos de organizaciones como la llamada Estado Islámico (y se cuidan de decir quién les vende las armas y aporta recursos), que ha hecho que unos once millones, casi la mitad de la población siria, se haya visto forzada a salir de su territorio desde que el conflicto se extendió a amplias zonas del país.
En las redes sociales se ven loas y aplausos a Alemania, Francia y España, que están empezando a recibir refugiados. Algunas cifras indican que Alemania ha recibido más de 40 mil en lo que va del año; Francia cerca de 5 mil y el Reino Unido… bueno, está viendo la manera de involucrarse más para facilitar el asilo. Con menos aplausos, en la última semana Grecia recibió a más de 23 mil tan sólo en una semana. No hay que olvidar que Grecia es un país ya de por sí asolado por la Europa pudiente, bien portada y rectora de la vida económica del continente. Algunas voces de mando en la Unión Europea están poniendo el grito en el cielo y se dan golpes de pecho por una situación que lleva décadas en Medio Oriente y de la que se benefician harto en especie: petróleo, gas y derivados.
Un gesto humanitario, pasado por el filtro de los gobiernos, pierde todo rasgo de humanidad y pasa a convertirse en acto de conveniencia: hago equis para obtener ye.
Siria, como Irak, son los palos con los que se hizo la cuna de la civilización occidental. Muy antes que griegos y romanos, los pueblos mesopotámicos sentaron cimientos tan significativos como la escritura y la mitología, casi nada. Y como Irak en 2004, ahora Siria sufre devastación humana y de un patrimonio cultural irremplazable a manos, directa o indirectamente, de una nación que jura que el hijo del dios judío debió de haber pasado por Dallas, Texas en su caminar proselitista por la Tierra.
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