Por Melchor López
La idea es caminar en el centro histórico de la ciudad de México. Y toparse con algo de a grapa. Barato. Sin polizontes a un lado de la puerta principal. Ni taquillas. Libre. Que el ahorro del dinero que estaría destinado en la compra del boleto de entrada, sea para los tacos y aguas que den soporte al andar. Al caminar por el corazón de la ciudad hay que atreverse a entrar en las edificaciones donde se anuncien exposiciones permanentes; generalmente son gratis. En ocasiones la entrada se cobra pero con credencial de estudiantes o de la tercera edad, hay descuentos en la compra del boleto.
Por ejemplo, en el Palacio de Bellas Artes; en el último nivel, las obras monumentales de los muralistas mexicanos dejan sorprendidos a muchos. El inicio de la construcción de Bellas Artes fue en 1904, con Porfirio Díaz en el poder. Era entonces el preámbulo de la Revolución Mexicana; por el movimiento armado se suspendió su construcción. Fue estrenado después de 1930.
Allí hay exposición permanente de artistas mexicanos; se puede apreciar Victimas del fascismo, Víctimas de la guerra, Tormento de Cuauhtémoc y La nueva democracia, obras de David Alfaro Siqueiros (1896- 1974). La Katharsis, de José Clemente Orozco (México, 1883-1949); Diego Rivera (1886- 1957) con su obras El hombre contralor del universo y Carnaval de la vida mexicana; Jorge González Camarena (1908-1980) y su mural Liberación; así como de Rufino Tamayo (1899-1991) y Nacimiento de la Nacionalidad, y México hoy.
Hace poco se exhibió Leonardo Da vinci y la idea de la belleza, del 26 de junio al 23 de agosto: “A diferencia de Miguel Ángel Bounarroti, quien consideraba al cuerpo humano como máxima expresión de la armonía, Leonardo tenía la idea de que las formas de la naturaleza, incluyendo las especies animales, contenían la justa proporción de la belleza”, se lee en uno de los promocionales del palacio.
Actualmente se presenta Miguel Ángel Buonarroti, un artista entre dos mundos, del 26 de junio al 27 de septiembre. En ella, el cuerpo humano es una de las atracciones de las obras del artista italiano de la época del Renacimiento. Lucen las obras en mármol del Cristo Portacroce (1514-1516), escultura de 2.50 m., y el David-Apolo (1532-1534) escultura de 1.47 m., y dibujos y bocetos originales para las pinturas de la Capilla Sixtina de entre 1508 y 1510.
¿Quién fue Miguel Ángel Buonarroti?
El escritor Mario Puzo lo recrea en su novela Los Borgia, cuando César Borgia, con todo su poderío, desea ver obras de arte en venta:
“…un patio lleno de esculturas. El suelo estaba cubierto de polvo y entre el desorden reinante podían contemplarse brazos, piernas, bustos inacabados y todo tipo de piezas de mármol esculpido. En un rincón apartado había una pieza cubierta con una tela negra.
“—¿Qué escondes bajo esa sábana negra? —preguntó César. El comerciante los condujo hasta la esquina y, con un gesto lleno de teatralidad, retiró la sábana.
“—Probablemente sea la mejor pieza que jamás haya tenido en mi poder —dijo Costa.
“Al ver el magnífico Cupido tallado en mármol, César contuvo por un momento la respiración.
“La figura tenía los ojos entornados. La pieza parecía poseer una luz propia y las alas eran tan delicadas que daba la sensación de que el querubín podría echar a volar en cualquier momento.
“César nunca había visto algo tan bello, tan perfecto.
“—¿Cuanto pedís por esta pieza? —preguntó.
“—Es un auténtico tesoro —dijo el comerciante—. Si quisiera podría venderla por una autentica fortuna.
“(…) el cardenal Riario se acercó a la escultura y la estudió con atención, pasando la mano una y otra vez por su delicada superficie. Después se dio la vuelta y se dirigió́ al comerciante. —Mi querido amigo —dijo—. Esta pieza no es antigua. De hecho, estoy convencido de que no hace mucho tiempo que acabó de tallarse.
“—Tenéis buen ojo, eminencia —se apresuró a decir Costa—. Nunca he dicho que fuera antigua. De hecho, fue tallada hace un año por un joven talento florentino.
“(…) Pero César había quedado fascinado por la belleza de aquel dulce Cupido.
“—Me da igual lo que cueste o cuándo fuera tallada —dijo—. Debe ser mía. (…) te daré́ lo que pides (…) ¿Y cómo se llama ese joven talento florentino? —preguntó.
“—Miguel Angel Buonarroti”.
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