Por Gonzalo Lara
En la caída del telepresidente, Jenaro Villamil hace el repaso de la desastrosa y fallida administración de EPN. Una en la que participan muchas manos e intereses privados, aunque el autor sostiene que EPN no es un títere de las televisoras o de otros industriales politiqueros tipo los Hank, sino que es un títere de sí mismo y de la pandilla de Atlacomulco. El actual ocupante de la silla es el logro de este cártel priista, que por fin consigue sentar a uno de los suyos “en la grande”. La imposición de este decadente muñequito de pastel ha «movido a México» en el sentido opuesto al esperado.
En La caída…, Villamil analiza detalladamente episodios clave que han desencadenado la antipatía y el abierto rechazo de la población y, lo que preocupa al sometido sistema, la incisiva desaprobación de los medios estadounidenses a la administración con declaraciones memorables estilo «no entienden que no entienden».
El periodista revisa el contexto en el que se operó la imposición de EPN. Ciro Gómez Leyva, en entrevista al autor, duda que 16 millones hayan votado por el encopetado debido a la influencia de Televisa-Tv Azteca. Ciro, siervo al fin, simplifica. Se muestra ajeno a la fuerza de los programuchos mañaneros de sofá que enamoran a millones de televidentes cautivos. Ciro simplifica y omite que «la tele» es una compleja maquinaria de dinero, imagen, soborno, mercadotecnia y calculados golpes bajos planeados por carísimos asesores especializados en telenovelizar a los des(gobernantes).
Más adelante se ocupa de las llamadas reformas de Peña Nieto, su construcción, pacto, consecuencias actuales y a futuro, los jugosos contratos con sus amigos-parientes y la inédita velocidad con la que todo se ha palomeado sin ponerle un pero. Al contrario, los pelos sueltos se han rasurado para que nada estorbe de aquí a 30 o 50 años; ni siquiera, o mucho menos, las comunidades originarias de las tierras en cuyo suelo vive el diablo en forma de gas, minerales, petróleo o agua.
El libro da cuenta del desmantelamiento de las ahora paraestatales que tenían la exclusividad en la explotación, uso y manejo de los recursos naturales de la nación. Con el peñismo, cuaja (o parece hacerlo) lo que ya se venía trabajando: decapitar los pilares de la economía para entregárselos a las trasnacionales, varias de ellas las mismas que fueron expropiadas el siglo pasado. Se subsidia la privatización con dinero público.
El proyecto de nación no existe. Hay una aspiración a llegar a un modelo privatizador en el que todo va en picada y detrimento de la población, pero boyante para la inversión privada en manos de mafias de cuello blanco.
Hacia el final de este título, el autor analiza las protestas en la red y en las calles que han puesto de claro manifiesto el rechazo a la política de teledrama con garrote y gas en mano. La debacle, dice, es clara y se está construyendo una fuerza más o menos infravalorada pero constante, especialmente en medios alternativos a los convencionales, bien dominados por la mafia televisera y por parte de una generación desencantada del rancio peluche con el que se disfraza la clase política que se siente en la época de las haciendas.
No es comercial, pero, La caída del telepresidente está en editorial Grijalbo y lo escribe un periodista crítico especializado en el lodazal de las televisoras y cadenas de medios en los últimos veinte años.