Por Pedro Echeverría V.
En México, desde el “triunfo” de la revolución mexicana, se han realizado elecciones presidenciales. Los electores no han tenido mucho interés por el voto porque en la práctica no era necesario. Podrá decirse que hasta hoy los electores masivos no saben diferenciar a un partido, sus principios, sus programas, de otros. Votan -aunque lo nieguen- de acuerdo a las indicaciones de las campañas políticas que se dan a través de los medios de información y los empresarios que dominan.
1. Las personas que votan en las elecciones organizadas y preparadas por el sistema político vigente lo hacen porque tienen plena confianza en el sistema económico y social dominante. Pueden incluso tener varias críticas contra él, por ejemplo, no querer a muchos candidatos, pensar que el antes IFE, ahora INE, comete muchos errores o el que los diferentes gobiernos no hayan atendido problemas latentes pero según su pensar, predomina el aspecto positivo. Los que votan en los comicios aceptan al sistema casi íntegramente o de plano, votan -como parece ser la mayoría- porque no les preocupa entender lo que sucede, lo hacen obligados o para salir del paso. Desde hace varias décadas -de acuerdo al padrón electoral- sólo vota del 50 a 55 por ciento de los electores; esto a pesar de que en las campañas por el voto es permanente, porque en esa tarea se dilapidan miles de millones de pesos o se inflan las cifras de votación.
2. Las personas que anulan su voto lo hacen porque ven que ningún candidato satisface sus esperanzas políticas de cambio o porque -aunque confían en algunos candidatos- ven que muy poco podrán hacer ante el poder del sistema. Pero lo más importante, en lo que tienen plena coincidencia los anulistas es que siguen confiando en el sistema económico y político, en los procesos electorales y en que la única posibilidad de cambio es mediante los procesos electorales. No debe olvidarse que la mayoría de los partidarios de la anulación votaban antes y están dispuestos a seguir votando a partir de algunos cambios que se logren. La campaña por la anulación del voto en México no es grande por eso también el porcentaje que anula su voto es pequeño: del 2 o 3 por ciento. Para ellos el sistema de dominación debe ser más decente, más inteligente y menos opresor.
3. Las personas que se abstienen de votar (no todos los abstencionistas son conscientes, muchos son apáticos) lo hacen porque no confían en los políticos, en los partidos, en el sistema electoral, ni tampoco en el sistema económico, político y social. Son parte de ese 45 a 50 por ciento de la población que -por diversos motivos- no vota en México. Estas personas conscientes quizá nunca han votado porque piensan que el sistema electoral no es el único camino ni la única forma de lucha para cambiar el país en beneficio de la mayoría, es decir, de los trabajadores. No se paralizan ante una elección; al contrario, promueven otras formas que ayuden a desnudar y desmantelar el sistema de dominación: movilizaciones de masas, plantones de protesta, manifestación permanente en las calles y plazas; huelgas de campesinos, obreros, estudiantiles, organización popular. Los abstencionistas no votan porque no creen (o nunca han confiado) en los procesos electorales; pero en otro sistema podrían votar.
Estas son, a grandes rasgos, las tres formas de manifestarse ante los procesos electorales. Los partidarios del voto dilapidan miles de millones en sus campañas para que la gente acuda a los comicios; por el contrario, los partidarios del voto nulo o de la abstención -para hacer crecer a sus partidarios- no gastan un centavo en campañas. El voto nulo no representa ningún peligro; la abstención podrá reducirse mediante manipulación para “demostrar” el despertar cívico. Pero no deja de representar una amenaza para el prestigio internacional del Estado. ¿Se olvida acaso que el voto a las mujeres, la reforma de 1977 y el voto a los 18 años son respuestas desesperadas de la clase política al abstencionismo?
Los abstencionistas no son enemigos de todos los procesos electorales. Votan en elecciones pequeñas y asambleas campesinas, obreros, estudiantiles, de colonos, de profesores, pero tienen que ver que los votos sí cuentan, que no se manipulan; que aunque pierdan pueden ver que el proceso es limpio y que pueden ganar en otras ocasiones. Pero lo más importante es que pueden exigir, levantar protestas y que sus luchas triunfen.
Dicen que al pueblo se le puede engañar años y décadas, pero no siglos. También se dice en México que «una golondrina no hace verano», para decir que un grupo progresista de diputados, senadores y gobernadores de nada serviría frente a mayorías aplastantes de capitalistas, neoliberales o simples levantadedos. Con seguridad los que votan seguirán imponiendo -legal o ilegalmente- a su presidente y los del voto nulo y los abstencionistas serán «derrotados». Pero la historia no termina: no sabemos lo que vendrá en las próximas décadas.