Foto de José Aureliano Buendía
Por Carmen Escalante
Berta camina firme, segura, baja las calles del barrio de Santa Catarina, en Iztapalapa, lugar donde se realizó una de las jornadas en apoyo a la lucha de los familiares de los estudiantes normalista de Ayotzinapa, Iguala, Guerrero, a principios de 2015, en el Distrito Federal, para exigir la presentación con vida de los 43 normalistas desaparecidos el 26 de septiembre de 2014.
Entre los gritos de consigna, Berta relata, lo que ha sido para ella la muerte de su hijo y el apoyo a los padres y madres de los desaparecidos:
“Soy Berta Nava Martínez, mamá de Julio César Ramírez Nava, uno de los muchachitos que asesinaron el día 27 de septiembre. Mi niño llevaba dos meses en la normal, era de primer año, tenía 23 añitos. No tenía ni un vicio, a él lo único que le gustaba era el deporte: futbol, basquetbol, correr, juntarse con sus compañeros, todo eso. Tengo 3 hijos y una nieta: una de 22 y otro de 23. Tienen miedo por mí, pero ellos no opinan sobre lo que tengo que hacer; si quiero estar aquí, voy a estar aquí, en apoyo a mis compañeros y por lo que de mi hijo quedó pendiente.
Mis hijos van a estudiar lo que ellos quieran, no tengo miedo en ningún momento de que estudien, ya sea aquí o en la Normal de Ayotzinapa, o donde ellos quieran. Sí quiero que sigan estudiando, todas las madres necesitamos que nuestros hijos se preparen, sean unas personas preparadas, no como las del gobierno, que tiene tanto asesino a su alrededor.
Ahorita estamos aquí en Iztapalapa, brigadeando en las escuelas para que estén con nosotros en las manifestaciones, en las marchas. Ahora llegamos a quedarnos aquí en el PRO (Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez), donde siempre nos acogen, siempre nos dan alimento, cobijo; todo nos dan ahí, no nos falta nada. Son personas que saben de nuestro dolor, que están con nosotros, hoy y siempre van a estar con nosotros.
Los muchachos desaparecidos no son desaparecidos, fueron secuestrados por el gobierno. En ningún momento están desaparecidos, el gobierno los tiene y nosotros pedimos que nos los entreguen. No pedimos otra cosa. Yo me enteré hasta los cuatro días que me habían matado a mi muchacho; fui a reconocerlo, yo sentía que mi muchachito vivía. Jamás pensé que mi hijo hubiera amanecido el día sábado, muerto. Me imaginé que él andaba con sus compañeritos allá en el monte, como decían que estaban desaparecidos, pues yo pensé que por ahí andaban. Jamás me imaginé irlo a reconocer en la morgue.
El acompañamiento con los padres de los muchachos desaparecidos me ha servido bastante; también apoyar a mis compañeros. Los ayudo cuando veo que están decayendo, cuando veo que están tristes; les digo que le echen ganas, que es una esperanza que los muchachitos están vivos, les digo que así los vamos a encontrar. Porque vivos se los llevaron y vivos los queremos.
Creo que están vivos. Todos estamos con ese pensamiento: que están vivos. Nosotros no vamos a hacer caso a lo que dice Peña Nieto de que ya están muertos, de que ya los mataron el día 27. Si así fue, ¿por qué no nos lo dijeron en ese momento? ¿Por qué hasta ahora nos están diciendo que ellos están muertos, que están quemados?
En ningún momento vamos a aceptar eso que nos dicen, vamos a seguir hasta que los encontremos, hasta que la vida nos dé. Si el gobierno nos quiere matar, que lo haga, nosotros estamos conscientes de que sólo pedimos justicia y la devolución de los muchachos, no pedimos otra cosa. No estamos agrediendo a nadie, así como el gobierno quiere hacer creer a las personas, por estar comprando a la prensa. Nosotros vamos siempre de buena forma, pidiendo al gobierno que nos entregue a nuestros muchachos, porque el mismo gobierno los tiene.
Mis hijos tienen miedo de que el gobierno pueda matar a su madre, igual que lo hizo con su hermano, pero es como yo se los he dicho, aquí o donde sea: el gobierno nos puede matar, porque él hace lo que quiere. El gobierno es el que quiere callarnos, pero no nos vamos a callar, no tenemos miedo.
Mi mayor miedo era perder a uno de mis hijos, pues ya lo perdí, ya me lo mataron. Ahí queda el miedo. Del dolor que quedó, tengo que sacar fuerzas para seguir adelante, junto a mis compañeros”.
Berta siente dolor por la muerte de su hijo y en su voz quebrada se escucha la tristeza, también la rabia y el coraje que necesita para seguir apoyando a sus camaradas. Berta ya sabe dónde está su hijo. Ella sigue caminando y gritando las consignas: “¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué los asesinan? Si son la esperanza de América Latina”.