Por Gonzalo Lara
El McFly de 1985 llega volando como mosca (fly) atrapada en una máquina, accidentalmente, al 21 de octubre de 2015, este dato holivudero fue la nota de color de muchos medios, especialmente de los que suelen dar quince notas de color por una seria o más o menos de a devis. Seguramente se dirá por ahí que Robert Zemeckis, el director, no habrá puesto esta fecha en el tablero del De Lorean nomás porque sí y que hay mensajes ocultos y e te ce.
En esas “noticias” del viaje de Martin se han hecho comparaciones entusiastas y decepcionantes: en la primeras los optimistas encuentran, por ejemplo, que los periódicos “sí cambian al instante”: pones tu tableta frente a ti en la página de un periódico con noticias al minuto, esperas un momento, deslizas el dedo y ya hubo algún chisme que hizo cambiar la pantalla. Bueno. Las decepcionantes encuentran que ya no han hecho ninguna película de Tiburón, que los tenis siguen sin ajustarse solos y las chamarras sin secarse solas y, lo más importante, las patinetas y los coches siguen pegados al suelo.
En el 2015 de Martin, un negro es gobernador; ahora uno es presidente de ese país. Cambia el color, pero el sistema sigue intacto. Hay modernos coches por doquier y gente con aparatitos por la calle. Hoy también, de hecho más coches de los deseados, y seguramente sacados a cambio de adquirir una deuda que cada mes ahorca más y más.
Lo de los coches voladores o que funcionan con algo que no sea gasolina (basura, como en el condensador del Doc) es un tema intocable para el capitalismo voraz desde que descubrió el petróleo. No hay que ir muy lejos, tan solo en California, en los 90, La General Motors sacó el EV1 (hay un docu en el tube), un coche eléctrico sorprendentemente eficiente y económico: dos elementos que no deben combinarse, según los dueños del planeta. Inexplicablemente, la empresa se lo recogió a los compradores (porque no eran dueños, pues lo estaban pagando a meses) y lo hizo chatarra; éstos se inconformaron, pasó un comercial con una chava encuerada, la gente se distrajo y punto. La antigravedad y el magnetismo no son una locura, y lo saben bien los que mueven los hilos. Aplicados al transporte, los dejaría en la bancarrota, a menos que hallen cómo vender el aire (¡ya venden agua en botellas!).
En términos masivos, concretos, funcionales y reales, como el cablerío de poste a poste que se ve al levantar la cabeza en la calle, o la gasolina que cabe en un bidón, no va a haber nada alternativo a los combustibles fósiles, como en la película, hasta que los dueños del cobre, las minas, el petróleo, el agua y las voluntades de los pobladores de la tierra, encuentren cómo lucrar con esa alternativa.
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