Por Omar Navarrera
Este es el tercer y último artículo que escribo cuya temática principal es el ejercicio crítico desde las bases sociales, es decir, el ejercicio político de problematizar las contradicciones, opresiones y violencias que vivimos día con día para poner en evidencia aquello que nos impide dignificar la vida en nuestro devenir cotidiano.
En el último artículo retomé, a modo de ejemplo y como proyecto, a la Nueva Escuela Mexicana (NEM) como la perspectiva pedagógica del nuevo régimen y las contradicciones que emanan a la hora de llevarse a la práctica en una estructura verticalista y que continúa reproduciendo viejas opresiones que supuestamente estaban rebasadas, es decir, sus planteamientos teóricos son diferentes a la cotidianidad concreta de las y los actores educativos que hemos trabajado en proyectos educativos bajo dicha nueva perspectiva.
La educación como práctica de la libertad (perspectiva histórica para la liberación de los pueblos latinoamericanos) es diferente a la “didáctica neoliberal” (González, J. 2024) que se sigue perpetuando (aunque se niegue) en proyectos educativos que en teoría trabajan bajo la NEM. Por ejemplo, y en términos bien concretos, en los nuevos bachilleratos federales aprobados en el sexenio de Obrador, la docencia y demás actores educativos (cognitariado) al final también obreros precarizados; vivimos las consecuencias de una mala gestión.
Estas escuelas de educación media superior son proyectos extractivistas que sólo ocupan a las personas bajo contratos desechables; someten a sus trabajadores/as a una fatiga constante y un desgaste emocional fuerte exigiendo lealtades ciegas a sus autoridades. En este sentido, dichos bachilleratos se encuentran estratégicamente en contextos vulnerables para atender, en efecto, juventudes vulneradas (por los bajos ingresos económicos, violentadas por sus contextos agresivos, con un bajo rendimiento académico y donde la cultura del narco copta a las adolescencias). Es por ello por lo que las y los estudiantes, actores educativos y el cuerpo docente deben tener una fuerte contención emocional, cosa que es nula y obviada.
Y es donde quiero poner el énfasis de este escrito, pues es peligroso y totalmente indigno navegar con la bandera de “somos la izquierda que encabeza la transformación” o peor aún “somos la esperanza del pueblo” cuando no se tiene una perspectiva de clase y mucho menos de género en sus proyectos pues, dicho sea de paso, han existido lamentables casos de acosos que no se han atendido como es debido. Por el contrario, se han encubierto por autoridades (directoras) que hipócritamente salen a las calles a marchar por las mujeres violentadas, cuando violentadas están siendo dentro de los mismos bachilleratos que ellas gestionan.
En síntesis, hasta el día de hoy la perspectiva de supuesta transformación del país es verticalista y autoritaria, quizá se busca reproducir una especie de estrategia “estalinista” desde el Estado. Es decir, una supuesta dirigencia que todo lo sabe y que espera una obediencia ciega, leal y abnegada que verá muy pronto los frutos de la cuarta transformación o definitivamente no se concretará una gran transformación ya que la maquinaria del gran capital es muy poderosa y su ideología y didáctica se han enquistado en los pensamientos, sentires, estructuras y acciones que es casi imperceptible en proyectos como estos bachilleratos federales que sólo romantizan el acto educativo bajo supuestas pedagogías de la ternura. Lo que yo pienso con honestidad es que las transformaciones se gestan desde la crítica continua, al estilo José Revueltas(entendida esta como creatividad y acción), de tal manera que los proyectos educativos son pieza clave. Pero cuando se escucha a sus actores, cuando se tiene perspectiva de clase, género y se tiene una fuerte contención emocional. Sin una crítica al poder desde las bases no habrá transformación.