Por Omar Navarrera
Cada que inicia un sexenio uno de los pilares imprescindibles como sostén de los proyectos de nación es el campo de lo pedagógico-educativo. Esto implica que el sistema educativo mexicano es visto como un campo de acción política, que pretende formar un tipo de sujeto particular, con ciertas características para cumplir un objetivo en común (cuestión que ya he abordado en otros artículos).
Dicho lo anterior, el discurso de la denominada cuarta transformación plantea, en sus supuestos, la ruptura con viejas prácticas del antiguo régimen, de entre ellas las pedagógico-educativas. Por lo tanto desde el sexenio de Obrador se anunció el proyecto de la Nueva Escuela Mexicana (NEM) como la estrategia pedagógica necesaria para consolidar dicha transformación.
Y dándole continuidad al artículo publicado en el número anterior, busco poner sobre la mesa que los cambios no sólo se deben plantear desde el ideario estatal, sino llevarlos a la práctica y encarnarlos desde las bases, pues en los hechos se buscan hacer cosas nuevas con las mismas metodologías extractivistas y verticalistas. En este sentido, hablando desde mi propia experiencia como pedagogo, docente y actor educativo, puedo afirmar que la NEM y su idea transversal de hacer comunidad es una perspectiva cuyas bases (aunque no reconozca del todo) se sustentan en las experiencias de educación popular y las epistemologías de las pedagogías críticas muy propias de los movimientos de liberación latinoamericana.
Por ejemplo, la interculturalidad, la igualdad de género y el pensamiento crítico, por sólo mencionar algunos ejes articuladores de la NEM, aunado a la perspectiva de hacer comunidad desplazan (por lo menos en lo hipotético) el modelo basado en competencias propio del modelo neoliberal en educación; y a su vez se erige como un modelo educativo progresista para una muy compleja estructura educativa.
Los planteamientos están dados, pero desde mi praxis educativa puedo afirmas que en los hechos cotidianos aún estamos lejos de encarnar prácticas educativas otras, liberadoras en un amplio sentido. Da la impresión que la NEM no está tomando en cuenta que para transformar las prácticas hay que transformar las estructuras e identificar y erradicar los vicios institucionales en una suerte de dialéctica. Además, un principio básico en toda pretendida transformación es la formación de cuadros y no reciclar perfiles de sujetos con supuestas buenas intenciones.
Por lo tanto, mientras no se construyan métodos que nos permitan aterrizar intenciones para un supuesto cambio, las transformaciones simplemente no se darán. Sin un análisis crítico de la coyuntura histórica y geopolítica en la cual nos encontramos, más aún, sin una lectura profunda de la realidad concreta ni de sus actores y su cotidianidad; lo único que el Estado está haciendo con su propuesta pedagógica (la NEM) es caer en una romantización de la educación, cuestión que se opone a una verdadera educación como práctica de la libertad (al estilo Freire).
En otras palabras, estoy retomando como ejemplo concreto a la NEM en tanto proyecto pedagógico-político que seguirá estando dentro de las buenas intenciones mientras no se haga un ejercicio político desde las bases con los actores educativos. Es decir, la NEM es uno de varios proyectos de este régimen de izquierda-centro en el que se siguen reproduciendo y perpetuando los mismos vicios institucionales, opresiones y violencias, por si fuera poco la docencia, y demás actores educativos,siguen siendo precarizados y sin contención emocional (tema que seguiré trabajando en el próximo número de este emblemático periódico).