Por Tlachinollan, Centro de Derechos Humanos de la Montaña.
Fuentes: https://www.tlachinollan.org
Enferma y con el incesante dolor por la desaparición de su esposo y tres de sus hijos, María Victoria Juárez Serrano sobrevive en el Ticuí. Pedro Angulo Verona, su segunda pareja, fue militante del Partido de los Pobres. Bajó de la sierra al puerto de Acapulco para establecer contacto con camaradas que se adherían a la guerrilla de Lucio Cabañas. Antes de llegar al lugar de la cita fue sometido por militares encubiertos. El nombre de Pedro viene en la lista de los 183 desaparecidos que supuestamente fueron arrojados al mar. La fecha coincide con el día de su desaparición y sus amigos lo identificaban como Gorgonio. En 74 detuvieron a otros dos hijos en San Juan de las Flores. El 2 de diciembre, en el Otatal, Serafín Juárez su tercer hijo, fue herido cuando el Ejército cercó y asesinó a Lucio Cabañas. A Victoria lo que más le horroriza es escuchar los relatos de cómo el Ejército torturaba y desaparecía a los detenidos. La madre amorosa permanece en su puerta esperando el regreso de los cuatro. La última noticia fue que el nombre de Serafín se encuentra en la lista de los vuelos de la muerte.
Inés Cabañas Solís fue esposa de Eduwiges Ramos y madre de Marcos, Raymundo, Heriberto y Felipe. A los cinco los detuvo el Ejército en Espinalillo. Recién habían huido de San Juan de las Flores. Un informante los ubicó chaponando en una parcela. De inmediato los militares armaron el operativo para detenerlos. Inés sólo encontró fuerza en sus parientes que se refugiaron en la Ciudad de México. Guillermina Cabañas le compartió que habían visto a sus hijos en el Campo Militar uno. Octaviano Santiago Dionicio, a pesar de la persecución que sufría, siempre veló por la salud de Inés. Viajaba de Acapulco para llevarla al médico. El dolor y la tristeza atrofiaron su mente. Sus labios en todo momento pronunciaban los nombres de sus hijos y de su esposo. Conversaba y reía con ellos. Se fue soñando que acariciaba sus rostros.
Su prima hermana, Guillermina Cabañas, no tuvo otra vía que seguir los pasos de su tío Lucio. Prefirió pelear en la sierra que salir de su estado. Nunca se arredró en los enfrentamientos con el Ejército y mostró la casta de mujer serrana que supo cumplir con todas las encomiendas que le asignaron. En la refriega conoció a Josafat Quiroz Álvaro, originario de Apaxtla. En el marco de la convención nacional Lucio fue testigo de honor del primer matrimonio guerrillero que a la vuelta de 52 años siguen firmes en la lucha.
Con la persecución encarnizada del Ejército, se desplazaron a Acapulco. Ante las ejecuciones que se multiplicaban en la Costa Grande, Acapulco y Chilpancingo encontraron refugio con familiares en la Ciudad de México. Su vida cambió radicalmente: era imposible salir a trabajar o de compras. Su encierro fue prolongado en medio de muchas penurias. Guillermina hacía piñatas y las vendía entre sus vecinos. Las flores de papel le generaban precarios ingresos para medio comer. Cuando tuvo a su segunda hija quedó anémica. Durante cuatro años un primo los apoyó para comprar tortillas y bolillos. Josafat no pudo sostenerse como sastre porque no todos le pagaban los trabajos que hacía. La ciudad fue su cárcel. La ilusión que los mantuvo en pie fueron sus dos hijas y un hijo. Regresaron a la comunidad del Salto El Grande. A sus 75 años, Guillermina siembra hortalizas y cuida sus gallinas. No ha claudicado en su lucha y la memoria de Lucio es su mayor fortaleza. Ha esperado que el gobierno haga justicia y deje de proteger a los guachos. Ninguna autoridad vela por su estado de salud. Argumentan que no tienen dinero para comprar sus medicamentos, ni para curar su oído.
Antonia Tabares, su tía, murió de tristeza y de un intenso dolor en el estómago, que se lo llevó hasta la tumba. Siempre vivió con miedo, por lo que hizo el Ejército con su esposo y sus dos hijos. Eleno Cabañas, de 68 años, fue detenido por los militares en San Jerónimo cuando iba con su hijo Raúl rumbo a su parcela. Esa mañana desaparecieron a Lucio, su segundo hijo que trabajaba en una peluquería de Atoyac. La orden que tenían los militares era acabar con los familiares de Lucio Cabañas. No les importaba la edad de las personas o que estuvieran enfermas. El delito era el apellido y Eleno con sus dos hijos pagaron con la vida su parentesco con el guerrillero.
La comunidad de El Salto Chiquito desapareció porque las familias llevaban el apellido Cabañas. Esta política de exterminio la padecieron los municipios de Atoyac, Coyuca de Benítez, San Jerónimo y Tecpan de Galeana, de la Costa Grande de Guerrero. A la mayoría de hombres mayores, adolescentes y jóvenes los sacaban de casa para torturarlos. Las esposas y sus hijas fueron víctimas de tortura sexual. A la tía Antonia la mataron en vida al saber que su esposo Eleno junto con su hijo Raúl los llevaron a Pie de la Cuesta. También aparecen en la lista de los vuelos de la muerte . Le martiriza saber si antes les dieron el tiro de gracia o los arrojaron vivos al mar.
Lo que mucho le ha dolido a Guillermina fue la desaparición de dos primos y dos sobrinos, Cutberto Ortiz Cabañas, Gonzalo Juárez Cabañas, Gorgonio Santiago Alvarado y Angelito Arreola Ortiz. Tres eran de San Juan de las Flores y uno de La Cebada. Los militares les dieron seguimiento antes de que llegaran a Coyuca de Benítez. Bajaban de la sierra para surtirse de víveres. Los traicionaron sus contactos. En el centro del pueblo los militares realizaron un operativo aparatoso para aterrorizar a la población. Los cuatro aparecen en la lista de los vuelos de la muerte. La infamia mayor es que los gobiernos están del lado de los perpetradores.
Publicado originalmente en el periodico La Jornada