Por Tlachinollan, Centro de Derechos Humanos de la Montaña.
Fuentes: https://www.tlachinollan.org
Desde muy joven, Rosendo Radilla Pacheco, mostró sus dotes de un defensor comunitario. Cuando tenía dinero se las ingeniaba para comprar libros. La constitución política fue el texto que más consultaba. Se transformó en el libro de su cabecera. Le apasionaba documentarse y ser parte del gran movimiento agrario que se gestó desde 1924 con el levantamiento armado encabezado por Alberto Téllez y Feliciano Radilla en Atoyac. La lucha por la tierra marcó la etapa de su juventud. Creció en el borbollón de los movimientos agrarios y guerrilleros. Rosendo formó parte de la estirpe de hombres decididos a levantar la voz y el machete, y a defender los derechos del pobre.
Fue un hombre de campo. En el arado forjó su carácter recio y su gran temple para luchar. En la comunidad de Clavellinas enclavada en la sierra de Atoyac, aprendió de su padre Felipe a sembrar maíz y frijol y a darle mantenimiento a la huerta de cocos. Tuvo la fortuna de que le regalaran una becerra que fue como una bendición, porque tuvo la oportunidad de dedicar parte de su tiempo a estudiar y a brindar asesoría jurídica a la gente que tenía conflictos agrarios. Como buen autodidacta aprendió a elaborar oficios a máquina. La práctica le fue dando seguridad en su rol de defensor. Acompañaba a la gente ante el ministerio público al mismo tiempo que se instruía en derecho penal.
Su liderazgo adquirió reconocimiento en la región. De la ciudad de México lo visitaba Genaro Vázquez. Tenían su círculo de estudios. Se trataba de impulsar la organización de la gente del campo que padecían el maltrato y la explotación de los caciques acaparadores. En estas reuniones participaban estudiantes de la normal de Ayotzinapa y representantes de varias comunidades. A este círculo también participó Lucio Cabañas. Fueron tiempos de mucha efervescencia social y política. Los bajos precios del café y la copra, el acaparamiento de tierras y la sobre explotación de la fuerza de trabajo. La falta de servicios públicos como clínicas y hospitales, escuelas, caminos.
Los presidentes municipales eran nombrados por los caciques. Ellos mismos se encargaban de destituirlo si no respondía a sus intereses. En 1955 Rosendo Radilla fue electo presidente municipal. Asumió el cargo con el compromiso de impulsar un cambio en favor de la población en general. Tomó la iniciativa de comprar un terreno para construir el mercado y también se dio a la tarea de gestionar el hospital rural. Ante el argumento del gobierno del estado de que no había recursos para construirlo, animó a la gente para que cooperara con el fin de contar con un hospital. Gracias a esta contribución Atoyac cuenta con un hospital, que con el tiempo vino a ser el centro de salud.
A pesar de estos logros alcanzados, Rosendo no fue del agrado de los caciques porque con su simpatía y liderazgo temían perder sus privilegios y el control de los bienes que ostentaban. Rosendo prefirió renunciar al cargo que supeditarse a decisiones de quienes no velaban por el bien de la gente más pobre. Sin pretenderlo, logró forjar un liderazgo social más allá de la cabecera municipal. Al mismo tiempo que asesoraba y acompañaba a la gente ante las diferentes instancias del gobierno, se daba tiempo para vender su ganado o mataba puercos y reces para vender la carne. Con el tiempo pudo comprar algunos terrenos para construir algunas casas y luego venderlas. A pesar de su capacidad para hacer negocios nunca abandonó su trabajo como defensor comunitario ni se desligó de la lucha social.
Cerca de los 27 años se casó con Victoria Martínez Neri procreando 12 hijas y un hijo. Trató de que todas sus hijas estudiaran, pero en Atoyac no había posibilidades porque solo funcionaba la primaria. Varias jóvenes que querían estudiar entraban a una academia para terminar como secretaria. Varias de las hijas de Rosendo se fueron a Chilpancingo a estudiar secundaria, bachillerato y la universidad. Doña Victoria tuvo que irse a vivir a la capital del estado para apoyar a sus hijas. Rosendo tuvo que redoblar sus esfuerzos para sacar adelante a sus hijas. Además de la matanza, también sembraba maíz y frijol. Cosechaba café y con su huerta de cocos extraía la copra para su venta.
Con los círculos de estudio fue adquiriendo mayor conciencia de la lucha social y de la organización independiente de los pueblos. Las movilizaciones de campesinos que se dieron en la década de los 60 fueron apoyadas por estudiantes y maestros que participaban en estos espacios de reflexión para la acción. En Atoyac tuvo presencia la confederación nacional campesina independiente (CCI) impulsada por el expresidente Lázaro Cárdenas con el fin de reivindicar la lucha por la tierra de los campesinos, por garantizar créditos a los pequeños productores y respeto cabal a la reforma del artículo 27 constitucional. Los bajos precios de la copra y el café movilizaron a muchos campesinos de la costa grande. Cuando se realizaban las movilizaciones en Atoyac todas salían del domicilio de Rosendo. Le gente se concentraba en el patio grande qué tenía y ahí se organizaba en contingentes para marchar al centro de la ciudad. Tita Radilla, recuerda que tenía 4 años cuando su papá fue presidente. Con orgullo recuerda que siempre lo acompañó en las marchas que abanderaba.
En Guerrero la década de los 60 es cruenta por las matanzas que se suscitaron ante el endurecimiento del gobierno de Caballero Aburto. En Chilpancingo el ejército reprime al movimiento estudiantil y popular dejando un saldo sangriento de 15 personas asesinadas. En 1962 el ejército masacra en Iguala a 7 víctimas que obliga a que la Asociación Cívica Guerrerense (ACG) se radicalice. En la víspera del 18 de mayo de 1965 hubo una marcha con antorchas que salió de la casa de Rosendo que llegó hasta la escuela primaria Juan N Álvarez. La gente tenía información que serían reprimidos por los judiciales. En esa reunión algunas personas plantearon que fueran armadas. La intervención del maestro Lucio Cabañas fue en sentido contrario, porque sería más fuerte la represión. El acuerdo final era resistir de manera pacífica.
Lamentablemente cuando inició el mitin los policías judiciales se parapetan para disparar y matar a 5 padres de familia (4 hombres y una mujer). La reacción de las madres y padres fue arremeter contra los agresores, privando de la vida a dos policías judiciales. La represión escaló para atemorizar a una población que se oponía al pago de cuotas altas impuestas arbitrariamente por la directora de la escuela. En esa fecha cuando hablaba el padre de familia Arcadio Martínez Javier, tío de Tita Radilla, el comandante Enrique Castro Arellano abrió fuego contra la multitud. Asesinaron a Arcadio, a Javier Donaciano, a María Isabel que se encontraba embarazada, Regino Rosales y Prisciliano Téllez. El gobierno de inmediato culpó a Lucio Cabañas como el culpable de la masacre. Ante este señalamiento temerario se vio forzado a refugiarse en la sierra para hacer frente a la persecución encarnizada que padeció hasta que el ejército lo ejecutó.
El contexto político en el estado se complicó con la matanza de Atoyac en el 65 y la detención de Genaro Vásquez el 11 noviembre de 1966 en la ciudad de México. Los dos líderes sociales no tuvieron otra opción que empuñar las armas para hacer frente a la política de exterminio implantada por el ejército. Fueron años cruentos por el gran número de personas desaparecidas, ejecutadas, detenidas arbitrariamente y torturadas. Se implantaron planes de contrainsurgencia para desmantelar el apoyo social de la guerrilla. Impusieron cercos militares, impidieron el traslado de alimentos, desplazaron de manera forzada a las familias, bombardearon comunidades, violaron mujeres tiraron cuerpos al mar.
El apoyo de Rosendo a Lucio y Genaro continuó de manera soterrada. Los militares no sólo lo traían en la mira por la composición de sus corridos que narraban los hechos atroces que cometían y porque reivindicaban la lucha de Lucio y de Genaro, sino por identificarlo como un aliado de su lucha, como alguien que reprobaba el terrorismo implantado por el estado en comunidades extremadamente pobres. Rosendo libró en por lo menos 4 ocasiones que el ejército lo detuviera. Cuando rodeaban su casa él se las ingeniaba para escabullirse. Sabía que en cualquier momento podría caer. Enfrentaba un gran dilema, por una parte, sentía un peligro inminente y por la otra no quería dejar su pueblo, a las familias que había pedido su apoyo para buscar a sus esposos e hijos desaparecidos.
El 25 de agosto de 1974 el ejército desapareció a Rosendo Radilla Pacheco, cuando viajaba con su hijo Rosendo a la ciudad de Chilpancingo. Pidió que a su hijo lo dejaran ir, los militares le ofrecieron llevarlo a su casa. Rosendo respondió “no él puede llegar solo, no necesita que lo lleven”. Temía que también lo desaparecieran, como estaba sucediendo con varios niños del pueblo. Desde hace 50 años su familia busca a Rosendo. Su esposa Victoria se dedicó hasta el último día de su vida a dar con el paradero de su esposo. Su sexta hija, Tita Radilla, ha emprendido una lucha incansable para exigir al estado mexicano que le diga dónde se llevó el ejército a su papá. Todos sus esfuerzos están concentrados no solo en Rosendo, sino en todos los desparecidos de México. Es una lucha titánica que ha ganado una batalla jurídica en la Corte Interamericana de Derechos Humanos el 23 de noviembre de 2009.
Se van a cumplir 15 años de la sentencia y el Estado mexicano ha incumplido con su compromiso internacional de investigar y dar con el paradero de Rosendo Radilla, de castigar a los militares responsables de su desaparición y garantizar medidas de no repetición. Dentro de todos los dolores y sinsabores por la indolencia de las autoridades mexicanas, el 16 de agosto pasado la jueza federal Karla Macías ha señalado como terrorismo de estado a la represión del estado mexicano implantada en la década de los 70. Ha ordenado que la Fiscalía General de la República investigue bajo esa lógica el caso de Rosendo Radilla, que también procese a militares de alto rango, entre ellos al general Enrique Cervantes Aguirre, ex secretario de la Defensa en el sexenio de Ernesto Zedillo. Queda ahora en manos del gobierno de Andrés Manuel López Obrador y de la futura Presidenta de la República Claudia Sheibaum, cumplir cabalmente esta sentencia y honrar la memoria de Rosendo y las más de 116 mil personas desaparecidas en México.