(¿Estamos en un Nuevo Momento Histórico de la Lucha?)
Por Alfredo Velarde
A lo largo de las anteriores entregas a Machetearte, afirmamos por qué, el movimiento autónomo de los insumisos inconformes integrantes de las más diversas organizaciones sociales de lucha, en franca alianza con los trabajadores y la ciudadanía de abajo y a la izquierda, precisamos de la desorganización del poder del capital y sus instituciones, si es que aspiramos al rescate de México para redirigir el sentido de sus pasos hacia un modelo de sociedad distinto y mejor al que nos ha sido impuesto.
Por eso mismo, ubicamos como urgentes tareas, tanto la denuncia del autoritarismo del Estado neoliberal y sus gobiernos cómplices, como lo necesario de enriquecer las propuestas de acción que sean capaces de traducir nuestra rabia en una nueva forma de organización consciente para el combate de clase, y que, de la mano de la compresión del delicado momento que vivimos, también entienda la crisis de representación de todas las instituciones sistémicas, a fin de potenciar unitariamente a las resistencias colectivas y sus esfuerzos en todo el territorio. ¿Por qué razón? Para desencadenar un proceso de ingobernabilidad, merced al diseño de una ofensiva general contra todos los impopulares poderes heterónomos que nos constriñen mediante un repertorio articulador de las más diversas tácticas de lucha y que fueran, en su síntesis, capaces de construir una alternativa unificada contra el caos desintegrador que todo capitalista asegura y que ya no queremos más. Así, pasamos a nuestra siguiente:
Tesis VI) ¿Transición democrática o ruptura revolucionaria?
Con esta pregunta, diferentes movimientos de la amplia geometría política opositora nacional que transita por los múltiples carriles extra-electorales, se vienen preguntando cuál debe ser la salida práctica y alternativa que pueda aparecer en la palestra de las diferidas alternativas emancipadoras que precisamos. Unos, creen y consideran que, lo más deseable, es lo que se ha llamado la vía de la “transición democrática” hasta hoy inédita en el país y permanentemente incumplida, al menos desde 1988, por todos los gobiernos.
Pero para otra óptica, más radical y consecuente, dicha ruta es precisamente aquella que sistemáticamente ha venido siendo obliterada por el régimen de alternancia conservador, en que el ya disfuncional tripartidismo de derechas y la sociedad del poder capitalista han hecho lo que les ha venido en gana, al punto de haber colocado a México tras más de tres décadas de regresivas políticas capitalistas salvajes, el paquete de las 11 contrarreformas neoliberales que el mal llamado “gobierno peñista” se apuraba a instrumentar en los hechos, a fin de decretar la virtual y semi-esclavista forma de dominio pleno del sistema de trabajo asalariado crecientemente precarizado de hoy. Esta es la razón, de que al haberse cerrado ésa vía, la de la intransitable transición, el camino que podría abrirse –si se sabe hacer lo que debiera hacerse con resolución de parte del movimiento general verdaderamente opositor- es el de la ruptura social revolucionaria.
De ser así y aunque potencialmente tal perspectiva esté ya presente hoy en nuestro deseable horizonte de visibilidad, poderlo materializar de manera concreta en favor de la causa de los trabajadores y la gente de a pie, precisará de ingentes esfuerzos y de gran inteligencia político-organizativa, además de potentes tácticas y una compartida estrategia común. De lograr cristalizar las diversas piezas de ese complejo rompecabezas a armar que tenemos, estaríamos ante la posibilidad factual de arribar a un nuevo momento histórico de transformación integral de México como el que buscamos para un alternativo siglo XXI en favor de la gente.
Y aunque de antemano sabemos que “los deseos no son argumento político” (Lenin dixit), y de que lo deseable no siempre es posible, un plano del giro cardinal a imprimirle a las luchas que hoy se libran en México, deben aspirar a acercarnos al momento de ruptura necesaria en la medida en que, a éstas alturas del repetido ciclo de despojos en contra de los bienes comunes de la gente trabajadora y sus comunidades, conducen a la afirmación de que sólo la revolución de abajo y para los de abajo puede ser portadora de los cambios genuinos que se precisan, en un sentido opuesto al seguido por el consabidamente anti popular de las tan cacareadas “reformas estructurales” en favor de los privados neoliberales y al auspicio liquidador, inclusive, de los bienes públicos otrora en manos del Estado(PEMEX y CFE), por la propia clase política al frente de las liquidadoras administraciones que las quebraron desde dentro, para ser nuevos objetos de la privatización neoliberal.
Así, agotada la vía de la transición y de sus caricaturescas farsas electorales, la vía de la ruptura ha de empezar a construirse, desde hoy, como lo han venido haciendo tres importantes y consecuentes expresiones organizadas del movimiento social que debemos pugnar porque se unan a los otros contingentes en lucha: la zapatista indígena del sur profundo; la comunista radical con visible presencia en diversas organizaciones de masas; y la anarquista confederal resurgente y que ha venido nutriendo las filas de los rebeldes movimientos juveniles y contestatarios de hoy.