Por Tony Wood
Fuentes: https://desinformemonos.org
En diciembre de 1973 un sosias que no era tal porque se trataba en realidad del poeta salvadoreño Roque Dalton regresó en secreto a su patria. Miembro del Partido Comunista Salvadoreño desde la década de 1950, había roto recientemente con él para unirse a la guerrilla del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Era bien conocido por la dictadura militar del país y había sido encarcelado varias veces por lo que se necesitó de algún subterfugio para introducirlo de nuevo clandestinamente. Antes de salir de La Habana, donde había pasado los seis años anteriores, adoptó no sólo una nueva identidad, sino también un nuevo rostro, alterando sus rasgos (supuestamente por el mismo cirujano que había operado al Che Guevara antes de su partida a Bolivia). La treta funcionó realmente bien con los guardias fronterizos salvadoreños, pero en poco más de un año Dalton había sido traicionado por quienes mejor conocían su verdadera identidad: sus propios compañeros del ERP le acusaron de ser un agente de la CIA y le ejecutaron sumariamente en mayo de 1975.
Historias y poemas de una lucha de clases, reeditado el año pasado en inglés por Seven Stories Press, es el único escrito que Dalton produjo durante este periodo clandestino en el que confluyeron poesía y lucha armada. Ocupa un lugar curioso en su obra, a la vez una coda trágica y un nuevo punto de partida. Desde un punto de vista formal, los poemas están escritos por heterónimos de Dalton: ya fuera por las necesidades de la clandestinidad o por decisión creativa, adoptó cinco de estos, ensayando diferentes personajes poéticos con biografías ficticias y visiones contrastadas del mundo. Temáticamente, aunque estos poemas tienen mucho en común con su obra precedente, están más centrados en la política salvadoreña y en cuestiones relacionadas con el compromiso revolucionario. Constituyen una especie de testimonio oblicuo del propio viaje de Dalton desde la ortodoxia del PC hasta su adhesión a la guerra de guerrillas. También reflejan una coyuntura crítica en la vida de la izquierda latinoamericana, cuando el auge triunfal inspirado por la Revolución Cubana había dado paso a los años de plomo de la dictadura y la represión, y cuando para muchos las visiones optimistas de la transformación social se habían visto obligadas a ceder ante los duros aspectos prácticos de la resistencia.
Un informe policial de la época calificaba textualmente a Dalton como «un elemento de lo más peligrosísimo para la tranquilidad nacional»
Nacido en 1935, Dalton se dio a conocer en El Salvador a principios de la década de 1960, como parte de la «generación comprometida» de escritores nacidos en torno a la década de 1930, que abordaron temas sociales y políticos en sus obras. En un viaje a Chile efectuado en 1953 conoció a Pablo Neruda, cuya obra influyó poderosamente en el lirismo terrenal de los primeros versos de Dalton. También conoció a Diego Rivera, quien le dijo al joven de dieciocho años que «seguía siendo un idiota», porque aún no había estudiado el marxismo. Cuatro años más tarde, tras regresar de un viaje a la URSS con motivo del Festival Mundial de la Juventud, se afilió al Partido Comunista Salvadoreño.
Activo en el partido y en los círculos literarios de San Salvador mientras estudiaba Derecho, Dalton fue detenido en 1959 y de nuevo en 1960 en medio de la represión gubernamental de las protestas estudiantiles. Un informe policial de la época lo calificaba textualmente de «un elemento de lo más peligrosísimo para la tranquilidad nacional». Al propio Dalton le pareció exagerada la descripción, pero le galvanizó para asumir un compromiso político más profundo; como diría más tarde, «a partir de entonces yo mismo me encargaría de proveer de materiales en mi contra al juez». En 1961 abandonó sus estudios y se marchó a México y luego a Cuba. Aunque regresó clandestinamente a El Salvador en 1963, pronto fue encarcelado de nuevo. Escapó al año siguiente y pudo huir de nuevo al exilio, pero las turbias circunstancias de su fuga parecieron sospechosas más tarde a sus compañeros del ERP. En un trágico giro, la buena fortuna que le permitió ponerse a salvo primero en Praga entre 1965 y 1967 y luego en Cuba hasta 1973 contribuyó a su perdición.
Casi toda la producción literaria de Dalton se publicó por primera vez en Cuba, comenzando por su primer poemario en 1962, La ventana en el rostro. A lo largo de la década siguiente los libros se sucedieron rápidamente. Entre ellos figuran otros poemarios en los que a la influencia de Neruda se une la de César Vallejo y en los que los temas políticos e históricos adquieren progresivamente mayor protagonismo; Taberna y otros lugares obtuvo el prestigioso premio Casa de las Américas en 1969. También publicó dos monografías históricas sobre El Salvador y una larga entrevista con el veterano comunista salvadoreño Miguel Mármol, a quien Dalton había conocido en Praga. El libro, titulado igual que su protagonista, se convirtió en una de las obras fundacionales del género testimonial al publicarse en 1972. También fue un intento pionero de recuperar la memoria popular de la masacre de campesinos e izquierdistas perpetrada por el gobierno salvadoreño en 1932, una lacerante herida de la historia de El Salvador conocida hasta hoy simplemente como «La Matanza». «Todos nacimos medio muertos en 1932», escribió Dalton más tarde en un poema titulado «Todos», añadiendo en versos posteriores: «Ser salvadoreño es ser medio muerto / eso que se mueve / es la mitad de la vida que nos dejaron».
Los personajes poéticos de Dalton convergen en torno a una lucha política compartida y sus trasfondos ficticios representan diversas corrientes presentes en el movimiento revolucionario de El Salvador
Antes de abandonar Cuba en 1973 Dalton puso en orden sus asuntos literarios. El crítico y novelista Horacio Castellanos Moya ha analizado meticulosamente la correspondencia tardía de Dalton y ha constatado que este trabajó intensamente para organizar la rápida publicación de varios manuscritos más, incluyendo una novela autobiográfica, Pobrecito poeta que era yo, y dos obras de poesía, Un libro levemente odioso y Un libro rojo para Lenin. Aunque sólo aparecieron póstumamente, en algunos casos más de una década después de la muerte del autor, no dejan de ser obras que el propio Dalton consideraba completas y que conscientemente quería que formaran parte de su legado literario.
Historias y poemas de una lucha de clases tiene un estatus más ambivalente. Escritos después que el grueso de su obra, estos poemas parecen más un experimento en proceso que un producto acabado. En la época en que fueron escritos circularon como versiones mimeografiadas en El Salvador, pero los poemas no se publicaron hasta 1977, cuando compañeros de Dalton que habían abandonado el ERP por su asesinato los publicaron bajo el título de Poemas clandestinos. En 1984, en pleno auge del movimiento de solidaridad con Centroamérica en Estados Unidos, fueron traducidos al inglés por el fallecido poeta beat y comunista californiano Jack Hirschman, y publicados en edición bilingüe. Esta doble edición es el texto que Seven Stories Press ha reeditado, con nuevos prólogos de los escritores y escritoras salvadoreños Jaime Barba, Tatiana Marroquín y Christopher Soto.
Los heterónimos que Dalton adoptó en estos cincuenta y siete poemas tienen ciertamente voces diferentes, pero al mismo tiempo abundan los temas y preocupaciones comunes. En este sentido, no son como los famosos heterónimos de Fernando Pessoa: en lugar de presentar cuerpos de obra paralelos y distintos, los personajes poéticos de Dalton convergen en torno a una lucha política compartida y sus diferentes trasfondos ficticios representan diversas corrientes sociológicas e ideológicas presentes en el movimiento revolucionario de El Salvador. Dos de los heterónimos supuestamente estudiaron Derecho, como Dalton (Vilma Flores y Timoteo Lúe); dos son sociólogos de formación (Juan Zapata y Luis Luna); y uno es activista del movimiento obrero católico (Jorge Cruz). Todos, excepto Flores, son hombres; todos, excepto Cruz, son en torno a diez años más jóvenes que Dalton; quizá no se trate tanto de yos alternativos como de personificaciones de camaradas más jóvenes.
Los poemas de Vilma Flores, que abren la colección, marcan en muchos sentidos la pauta, combinando militancia política y un lirismo sobrio. El poema titulado «Sobre nuestra moral poética» comienza así: «No confundir: somos poetas que escribimos / desde la clandestinidad en que vivimos», y añade que «de cara estamos contra el enemigo». Los poemas de Flores también introducen una perspectiva feminista. En «Para un amor mejor» observa que, si bien «Nadie discute que el sexo / es una condición familiar» –y en otro verso escribe «Nadie discute que el sexo / es una condición económica»–, «donde empiezan los líos / es a partir de que una mujer dice / que el sexo es una categoría política». (La famosa declaración de Kate Millet aparece como epígrafe del poema). Pero esta perspectiva sigue estando, en el mejor de los casos, poco desarrollada, y sus implicaciones rara vez van más allá del reconocimiento, por ejemplo, de «saber que el desodorante mágico con sabor a limón / y el jabón que acaricia voluptuosamente su piel / son fabricados por la misma empresa que fabrica el napalm».
Los versos de Timoteo Lúe son más sentimentales y sinceros en su lirismo: «Como tú», por ejemplo, comienza «Yo, como tú, / amo el amor, la vida, el dulce encanto / de las cosas, el paisaje / celeste de los días de enero». Las de Jorge Cruz, por su parte, pretenden claramente encarnar la fuerte corriente de la Teología de la Liberación presente en el movimiento revolucionario salvadoreño (aunque quizá también ofrezcan un diálogo implícito con el yo más joven de Dalton, educado en los jesuitas). En «Credo del Che», Guevara se funde con Cristo en una confluencia de religión y política revolucionaria: «Después le colocaron a Cristo Guevara / una corona de espinas y una túnica de loco / y le colgaron un rótulo del pescuezo en son de burla / INRI: Instigador Natural de la Rebelión de los Infelices».
En otro lugar, con su heterónimo Luis Luna Dalton, sostiene que «La propiedad privada, efectivamente, / más que propiedad privada / es propiedad privadora»
Los poemas de los dos últimos heterónimos, Juan Zapata y Luis Luna, tienen un tono mucho más satírico. Los poemas de Zapata están impulsados sobre todo por un impulso negativo de crítica al PC salvadoreño y se presentan como una legitimación apenas velada de la ruptura de Dalton con la organización. Pero su mordacidad los convierte en divertidas parodias de la línea ortodoxa del PC. En «Parábola a partir de la vulcanología revisionista», el heterónimo de Dalton ventrílocua a un apparatchik del partido para declarar que «El volcán de Izalco / como volcán / era ultraizquierdista». Sin embargo, después de haber escupido lava y ceniza, ahora había aprendido la lección y se había convertido en «un buen volcán civilizado», un «volcán para ejecutivos». Otro poema titulado «Ultraizquierdistas» recorre de forma similar la larga tradición insurgente de El Salvador y califica sarcásticamente cada uno de estos levantamientos de «ultraizquierdismo», desde los indígenas pipiles que resistieron la conquista española hasta el líder comunista Farabundo Martí, víctima de La Matanza de 1932. Como ataque a la timidez política del PC, el poema era retóricamente eficaz, pero como registro de los resultados consecutivos de la lucha armada difícilmente ofrecía precedentes alentadores para la propia adopción de la esta por parte de Dalton.
En los poemas de Luis Luna Dalton encuentra quizá la voz más coherente. No es algo casual, ya que Luna representa casi la mitad del total de poemas. Éstos tienen una energía tersa, brechtiana, que combina el tono sardónico de Juan Zapata con la militancia de clase de Vilma Flores. Un poema sobre «La pequeña burguesía» caracteriza a sus sujetos despectivamente como «Los que / en el mejor de los casos / quieren hacer la revolución / para la Historia para la lógica / para la ciencia y la naturaleza» en lugar de hacerla «para eliminar el hambre / de los que tienen hambre». A menudo estos poemas recurren a juegos de palabras o metáforas extensas. «En El Salvador la violencia no será tan sólo / la partera de la Historia», observa Luna en un poema, añadiendo que también tendrá que ser «la lavandera de la Historia / la aplanchadora de la Historia / la que busca el pan nuestro de cada día / de la Historia». En otro lugar sostiene que «La propiedad privada, efectivamente, / más que propiedad privada / es propiedad privadora».
A veces, los poemas de Luna oscilan entre el cuento con moraleja y la cruda realidad, entre las parábolas abstractas y los horrores de la lucha armada. En un poema en prosa, dos policías ofrecen a un preso la oportunidad de escapar de la tortura, si adivina cuál de ellos tiene un ojo de cristal. El prisionero acierta, para asombro de los policías, al identificar «el único ojo que no me miró con odio». «Desde luego, lo siguieron torturando», añade el narrador. Mientras que otros poemas de Luna ofrecen aliento en la lucha, momentos como éste responden a un impulso diferente, como si se tratara de dejar constancia para la posteridad y, por lo tanto, reivindicar así el sufrimiento de los guerrilleros.
Hay momentos discordantes en los que la violencia impávida irrumpe en la sátira brechtiana y en el juego de ironías. En uno de los poemas de Zapata, por ejemplo, el poeta afirma «Pero la revolución en todas partes necesita personas / que no sólo estén dispuestas a morir / sino también dispuestas a matar por ella». En toda la colección, de hecho, es la conexión intrínseca con la lucha armada lo que más separa a los poemas del contexto contemporáneo. Los heterónimos de Dalton pasan repetida y fácilmente de la crítica politizada a la acción militar directa, lo que los sitúa firmemente en su momento histórico y, por la misma razón, los distancia del nuestro.
Durante los años transcurridos desde entonces, la gran mayoría de la izquierda latinoamericana dejó de lado la lucha armada, a menudo tras sufrir enormes pérdidas. En El Salvador, el ERP acabó fusionándose con otros grupos guerrilleros para formar el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que entre 1979 y 1992 libró una encarnizada lucha contra una serie de regímenes autoritarios respaldados por Estados Unidos. Un acuerdo de paz permitió a la antigua alianza guerrillera convertirse en un partido político legal, que incluso ganó la presidencia en 2009, ostentando el poder durante una década antes de perderlo frente a Nayib Bukele. Recientemente reelegido para un segundo mandato inconstitucional en medio de un fraude generalizado, Bukele se presenta como un nuevo tipo de autócrata electo. Pero aunque su brutal represión de la llamada violencia de las bandas –en realidad un ataque despiadado e indiscriminado contra las clases populares– se ha llevado a cabo bajo la bandera del partido Nuevas Ideas, sus métodos parecerían sombríamente familiares a cualquiera de la época de Dalton.
Es la persistencia del autoritarismo, de hecho, lo que nos acerca de nuevo a Dalton: el vasto y duradero edificio de represión al que se enfrenta cualquier intento de cambio social progresista en El Salvador y la repetida impotencia de los medios electorales para llevarlo a cabo. El último poema de la colección capta bien el letal callejón sin salida al que se enfrentaba la izquierda salvadoreña en la década de 1970, y quizá también en el presente. Comienza prediciendo solemnemente que «El Salvador será un lindo / (y sin exagerar) serio país / cuando la clase obrera y el campesinado / lo fertilicen lo peinen lo talqueen / le curen la goma histórica / lo adecenten lo reconstituyan / y lo echen a andar». La dificultad, sin embargo, es que el país sigue acosado por una serie de problemas, figurados aquí como obstáculos, achaques o desfiguraciones: «El problema es que hoy El Salvador / tiene como mil puyas y cien mil desniveles / quinimil callos y algunas postemillas / cánceres cáscaras caspas shuquedades / llagas fracturas tembladeras tufos». La solución que propone es una inestable combinación de cuidados y violencia purificadora: «Habrá que darle un poco de machete / lija torno aguarrás penicilina / baños de asiento besos pólvora». Para el heterónimo de Dalton, aparentemente no había contradicción entre estos remedios. El propio poeta se jugó la vida con la misma poderosa convicción, encontrando su insensato final con una envidiable certeza.
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