Por Oli Benitez
Viví desconcertada por lo que sucedía, pues estaba dormida, con mis mellizas. Sentí como que me jalaban un pie y me decían: “¡Despierta! ¡Ya chingó a su madre!”. Me paré con cuidado, no quería que mis hijas despertaran; todavía medio dormida salí del cuarto y vi en la sala del departamento a mi hermano con su compañero.
—¿Qué pasó?— le pregunté. Yo no entendía qué sucedía y fue cuando vi a los policías municipales querer tumbar la puerta.
El Güero es mi hermano, El Chico, su amigo. Ambos recargaron su cuerpo en la puerta para que los policías no pudieran entrar. En ese instante desperté, de golpe, pues escuché que El Chico, que gritaba como mujer, decía: “¡Aquí hay mujeres y niños!”. Yo tenía que reaccionar y saber qué haría, pues mis niñas seguían dormidas en el cuarto; bueno, eso pensé porque de inmediato las vi que salieron y me dijeron:
—¡Qué pasó, mami!
El grito fue mientras se tallaban sus ojitos, como queriendo no despertar. Entonces las abracé y las metí al cuarto. Y les puse la tele a todo volumen: “Tranquilas, no salgan. Ahorita vengo”. Recuerdo sus caritas de espanto y de no querer quedarse solas.
Los policías seguían pateando la puerta para entrar, claro, con su abanico de palabras altisonantes queriendo amedrentar, pues El Güero junto con El Chico acababan de asaltar a un muchacho y los siguieron. Fue cuando pensé en poner un pasador tipo barreta y pues no creí que eso funcionara, pero en la desesperación lo hice y eso fue lo que me salvó de que entraran y me llevaran.
Claro yo sin deberla ni temerla, mi único delito es ser hermana de un delincuente y cómplice por encubrimiento; eso me gritaban de afuera los municipales: “¡Abra, pinche vieja, para llevarnos a su marido, si no nos la vamos a llevar a usted por cómplice y puta tapadera!”.
Únicamente quería calmar la bronca, pues yo no soy como ellos; yo trabajo honradamente. Pero sí pensé: “Si les abro también me van a llevar hasta demostrar que soy inocente. ¿Y mis hijas con quién se van a quedar?”. Ellos seguían pateando pues querían entrar a como diera lugar.
Cuando volteé ni El Güero ni El Chico estaban, me dejaron sola como pendeja. Los busqué. En la zotehuela estaba El Chico queriendo escapar, pero existe hay un enrejado: es imposible hacerlo. El Güero ya se había ido; se brincó por la ventana del baño: es una ventana de 40 cm. x 30 cm. Los rateros son ágiles y sigilosos.
Sé que El Güero se fue por ahí porque mi mamá, cuando él se drogaba, lo encerraba y se escapaba, sin importarle que sea un edificio de 10 metros. Nosotros vivíamos hasta arriba. Siempre pensé que con un movimiento en falso, se caería.
Entré en pánico, pues ya era la única persona que se encontraba en ese lugar. Ahora sí, si abría la puerta valdría chingada. En el cuarto de El Güero había una maleta con celulares, obviamente, robados. Presentí que me iban a señalar, debido a todo el show que ya se estaba armando con los municipales.
Ellos tenían que presentar a alguien ante el Ministerio Público. Lo de la maleta lo supe días después por la misma boca de El Güero, cuando regresó y dijo: “¡Qué bueno que no te llevaron, manita!”.
Cuando me asomé hacia la calle había un arsenal de policías, patrulleros y motoratones… Ah, y todos los vecinos. Apagué la luz, cuando escuché: “¡Están en el techo!”. No mames, en menos de un minuto llegó un helicóptero. Las niñas ya estaban llorando en la sala conmigo.
Y la luz del helicóptero penetrando las ventanas y cortinas. Igual que una escena de película; alumbraban cada rincón de la casa. Los municipales de la puerta en ningún momento se fueron y tampoco pudieron tumbarla.
Hablé a un amigo, que es policía de otro estado. Le conté lo que pasaba. Me aconsejó apuntar los nombres de los policías, número de patrullas y hablar de inmediato al 911 y ponerme en alerta. Me explicó que, como el ladrón ya no estaba en casa, si entraban sería violar mis derechos.
Lo hice y les grité: “Ya hablé al 911. El individuo ya no se encuentra aquí. Tienen que dejarme en paz”. Me dijeron, ya con más calma y con el helicóptero sobrevolando en mi techo, que abriera para que entraran a revisar que no estaban. Y lo intenté, pero de tantas patadas y madrazos que le dieron a la puerta se atrancó y no se podía abrir para ningún lado: ni para afuera ni para adentro.
Al ver que desmadraron la puerta y que El Güero y El Chico se les fugaron, simplemente se fueron. Ahora estaba encerrada. Y los vecinos nada más viendo. Ya sin los municipales, sólo se acercó una vecina; fue la que me ayudó a salir y a poder destrabar la puerta.
Los edificios están espalda con espalda. Y El Güero junto con El Chico, sin problema, pero con agilidad y suerte, brincaron de un edificio a otro hasta que encontraron una puerta abierta y bajaron por el edificio de la otra calle. Y caminaron como si nada y sin el temor de ver cuando el helicóptero estaba en mi cabeza.