Por Nino Gallegos, para APIAvirtual.
Sentar y asentar desde la academia colegiada a la filosofía y a la poesía como cánones establecidos, inamovibles, y, por consecuencia, a seguir en quienes filosofan y poetizan, si es que se puede serlo y hacerlo en el país de las sombras espectrales y en Sinaloa, el filósofo y el poeta, Jaime Labastida, desde el Colegio de Sinaloa, sienta y asienta cátedra para el ego pensador-a y creador-a, aunque el único ser filósofo y poeta que puede serlo y hacerlo es el Estado-Obrador con la gente del pueblo, no con los otros, los demás y nosotros.
Lo cierto, en lo desierto del pensamiento y de la palabra, en el país de las sombras espectrales, es que la filosofía y la poesía, son de pocos pensadores, creadores y lectores sin pretender el elitismo y menos el populismo, puesto que la filosofía y la poesía no son rentables ni siquiera para la élite y lo popular con una educación y una cultura más para el consumo comercial que para el saber y el conocimiento, el pensamiento y la creación, pues cuando el analfabetismo funcional y digital están al servicio de la estupidez y la imbecilidad en las redes sociales, la filosofía y la poesía, están a salvo con quienes las pensamos, las escribimos y las leemos.
El filósofo y el poeta que cohabitan existencial y humanamente en el mundo de arriba, en el cielo de en medio y en la tierra de abajo, en el capitalismo-consumismo de lujo y funeral, de vigilancia y digital, está o no está más solo que cualquier ser humano incluido o excluido de sí mismo para la gente y los demás, los otros y nosotros, pues para llegar a donde ha llegado Jaime Labastida está la política de las relaciones públicas más del lado del hombre y del académico que imparte la cátedra y que en un periodo de poder político y económico, en Sinaloa, su hermano Francisco, lo compartió con el hermano, no incómodo y sí cómodo como “el filósofo y el poeta” en el Festival Cultural Sinaloa.
El constructo del filósofo y el poeta en el hombre y en el nombre y apellido de Jaime Labastida, le viene desde “La Espiga Amotinada” con Juan Bañuelos, Eraclio Zepeda y Jaime Augusto Shelley antes, durante y después de 68-Tlatelolco como jóvenes contestatarios en el pensamiento, en la palabra y en la acción requeridas como para que cada uno de ellos se hayan desamotinado y servir a la causa de la academia y de los talleres literarios en los años 70, pasando a serse y a hacerse demasiados viejos para rocanrolear y demasiados jóvenes para morir, quedando Jaime Labastida como sobreviviente a los tres espigos que leí y conocí y que leo y conozco a Jaime Labastida desde los años 70/80 cuando fue director de la revista Plural, luego nos reencontramos en un encuentro nacional de Casas de la Cultura en el hotel Holliday Inn en Mazatlán: él como funcionario cultural y quien esto escribe como reportero periodista: desde entonces él sabe de mí lo que yo sé de él, filósofos y poetas, distanciados por la distancia y más distantes por la filosofía y la poesía; él más clásico y canónico y yo más perro y loco con la cabeza a pájaros.
Me siento más cerca de la filosofía y de la poética social de Luis Villoro, que no fue poeta, cuando sigue siendo un filósofo relacionado a la poeisis del pensamiento y de la palabra en cuanto al acto y el hecho humano (de y en) la condición humana, no teniendo que hacerle al Estado-Obrador con el humanismo mexicano, sujeto a la introspección y al ensayo filosófico por la vía de lo real social moderno y antiguo en la cosmogonía de los pueblo originarios indígenas y su contribución al saber y al conocer de la condición humana indígena en Chiapas con el EZLN, como lo hace el filósofo Pablo González Casanova.