Por Rolando Astarita
Fuentes: kaosenlared.net
El presidente electo Javier Milei anunció la creación del Ministerio del Capital Humano, en el que se fusionarán las actuales carteras de Salud, Educación, Trabajo y Desarrollo Social. En esta nota analizamos críticamente la noción de capital humano. Básicamente sostenemos que se trata de un concepto apologético del capitalismo y mistificador de la explotación del trabajo por el capital.
La teoría del capital humano
La ideología que sustenta la creación del Ministerio del Capital Humano se asocia a la llamada Teoría del capital humano (en adelante TCH). En sustancia la TCH dice que una inversión hoy en seres humanos tiene una retribución en el futuro. Esa inversión puede ser en: a) servicios de salud; b) formación profesional; c) educación en los tres niveles: primario, secundario y terciario; d) programas de estudio para adultos, organizados fuera de las empresas; e) migraciones familiares o personales para buscar otro trabajo. Sin embargo, el factor fundamental sería la educación. La secuencia: a mayor educación y formación, mayor productividad marginal; y por lo tanto mayor salario (que es igual a la productividad marginal). Según la TCH, la inversión en capital humano explica la mayor parte de los aumentos de los ingresos por trabajador. Por lo cual la inversión en educación pasa a ser clave para el desarrollo económico. En este enfoque se considera a las consecuencias de la inversión en el ser humano como una forma de capital.
Enfoque individualista
Destacamos la TCH adopta un método decididamente individualista. Es que el trabajador toma la decisión de invertir o no en su educación comparando el valor actualizado de la corriente de ingresos provenientes de la inversión a realizar, con el costo de invertir en su educación, o sea, en su capital humano. Este costo, a su vez, es igual a las retribuciones netas a las que el trabajador renuncia cuando decide invertir su formación en vez de elegir una actividad que no requiere inversión (véase Becker, 1983, pp. 60-61). Alternativamente, la relación entre costos y rendimientos puede obtenerse con la tasa interna de rendimiento, que iguala el valor actualizado de los rendimientos al valor actualizado de los costos (ibídem).
En cualquier caso, la decisión de la inversión en educación es el resultado de las decisiones del trabajador que intenta maximizar los salarios que recibirá a lo largo de su vida. Subrayamos que para eso la TCH supone que el individuo conoce la trayectoria de ingresos que a lo largo de su vida obtendrá una vez realizada la inversión adicional en educación; así como la trayectoria de ingresos futuros si no realiza esa inversión adicional; y también conoce el costo anual de la inversión en educación.
Pero además, para calcular el valor presente de los ingresos futuros el trabajador también debe conocer la tasa de descuento a aplicar. Becker simplifica el asunto asumiendo que el individuo aplica la tasa de actualización del mercado, y supone que la misma es invariable durante todos los períodos. Aunque admite que en la práctica la cosa es más compleja –incertidumbre, motivaciones complejas- consideró a su modelo “como una forma económica de ver la vida”. En cualquier caso, los supuestos heroicos y las matemáticas sirven para sostener que la mejora de la posición del trabajador dentro del sistema depende de que elija racionalmente su inversión en educación, y se esfuerce en prepararse. O sea, individualismo y meritocracia. Por eso, por detrás de las técnicas de financiamiento educativo que barajan los neoliberales (inclinación austriaca o neoclásica) el objetivo es quitar contenido social a cualquier proyecto de sistema educativo, y transformarlo en un asunto de meras preferencias, tan abstractas como individualistas.
En este marco, por otra parte, las diferencias salariales meramente reflejan las diferentes inversiones en capital humano. De ahí que la TCH pusiera énfasis en el carácter heterogéneo del trabajo. Esta es la clave, siempre según la TCH, para explicar las diferencias salariales. O por qué las personas de más edad tendrían ingresos más elevados: tienen más experiencia laboral, o entrenamiento en ese trabajo, y por consiguiente son más productivas. Pero además, el interés por el capital humano fue estimulado por el hecho de que las mediciones del crecimiento de los factores de producción, capital y trabajo, resultaban menores que el crecimiento de la producción (véase Schultz, Becker). O sea, el crecimiento del capital físico explicaría una parte relativamente pequeña del crecimiento de la renta de muchos países. La TCH explica esa brecha por lo que aportaría al crecimiento del producto la inversión en educación y capacitación.
Otra consecuencia que extrajeron defensores de la TCH es que al incrementarse la especialización del trabajador los salarios también se incrementan, ya que cuando la empresa crece requiere puestos cada vez más calificados; por ende, el nivel de entrenamiento y especialización incrementarse, y esto provoca que aumenten también las diferencias salariales entre el grueso de la población laboral (Jacob Mincer citado por Quintero Montaño, 2020; también Becker, 1983, p. 89).
La crítica marxista
Presentamos ahora algunas de las principales críticas a la TCH que se derivan de la teoría marxista.
- Desaparecen las clases sociales y la explotación del trabajo
Con razón, en la que es la crítica marxista a la TCH más conocida, Bowles y Gintis (1975) escriben: “La TCH es el paso más reciente y tal vez último en la eliminación de la clase como un concepto económico central”. Tienen razón. De acuerdo a la TCH, en la medida que tiene conocimiento y preparación, todo trabajador es un capitalista. En palabras de Schultz (1961): “Los trabajadores han devenido capitalistas, no por la difusión de la propiedad de las acciones de las empresas… sino por la adquisición de conocimiento y habilidades que tienen valor económico”. Significa que no es necesario ser propietario de los medios de producción y cambio para ser capitalista, ya que basta con haber invertido en conocimiento y preparación para serlo. Y, como de hecho, no existe ningún empleo que no exija algún mínimo de preparación (en cualquier empresa que toma gente se pide, como mínimo, educación primaria), prácticamente todos los trabajadores son capitalistas.
Veamos el asunto con un poco más de detenimiento. Como también observan Bowles y Gintis, la TCH se inscribe en un desplazamiento de largo plazo de la centralidad de la explotación del trabajo para la existencia del capital, y la naturalización de este al identificarlo con la existencia física de los medios de producción. O sea, el capital existiría desde que el hombre primitivo comenzó a usar piedras y palos para procurarse el sustento. Aquí el capital se define como una cosa, que contribuye a la producción de bienes, y a la que le corresponde un ingreso: la ganancia o el interés (algo similar con respecto a la tierra / renta). Es la colaboración de los factores (capital, tierra, trabajo) en la generación del producto. De esta forma la relación de distribución –cuánto a la ganancia, a la renta, al salario- pasa a confundirse con el origen de lo que se distribuye, a saber, la generación de valor por el trabajo humano. La relación esencial –creación de valor- es mistificada. Estamos instalados en el viejo relato de “los factores productivos” cooperando.
Sin embargo, en esa operación todavía subsiste la referencia a clases sociales distintas: la clase capitalista por un lado, la clase obrera por el otro (dejamos de lado ahora la tierra). La TCH da entonces el otro paso: ni siquiera cabe hablar de clases distintas. “Todos somos capitalistas”. Aunque no haya realizado una discusión específica de qué es capital.
b. El concepto de fuerza de trabajo
Uno de los pasos más decisivos en la crítica de Marx a la Economía Política fue descubrir que el capitalista, al contratar al obrero, no compra el trabajo de este, sino su fuerza de trabajo, o capacidad de trabajo. Esta capacidad puede tener más o menos preparación, pero esto no altera el hecho básico: el obrero vende esa mercancía especial, cuyo uso –el acto de trabajar- genera valor. Esto significa que el obrero no puede vender mercancías en las que ha objetivado su trabajo, ya que no posee medios de producción para producir esas mercancías. Por lo tanto, en el mercado, la relación no es entre dos capitalistas, sino entre el capitalista que posee los medios de producción, y el obrero, que solo posee su fuerza de trabajo. Es una relación de poder económico asimétrica, ya que el obrero debe ofrecer al capitalista su fuerza de trabajo, so pena de caer en la indigencia o morir de hambre. De ahí que el capitalista contratará al obrero a condición de que este le entregue gratis plustrabajo.
Es en este marco entonces en el que hay que ubicar la preparación y conocimiento del obrero: si la mayor instrucción se plasma en una fuerza de trabajo capaz de realizar una labor más compleja, el obrero podrá tener mayor ingreso –canasta salarial mejorada, acorde con la mayor preparación de la fuerza de trabajo- y a su vez generará mayor plusvalía que la que genera el trabajo simple por unidad de tiempo de trabajo. Por lo tanto no se ha transformado en capitalista; sigue siendo explotado. El capitalista puede apropiarse de plusvalía sin empeñar para ello su propio trabajo (o asumiendo solo el trabajo de dirigir la explotación). El obrero, en cambio, sea cual sea la cualificación, está obligado no solo a trabajar para reponer el valor de su fuerza de trabajo, sino también a entregar trabajo gratis al capitalista.
Otra forma de entender el asunto: el capital variable es la parte del capital destinada a la compra de la fuerza de trabajo. Por eso, aparece en la escena bajo la forma de un determinado monto de dinero. Luego, durante el proceso de producción, deviene trabajo vivo que genera valor y plusvalor. De esta manera el capitalista valoriza el valor adelantado, y el obrero recibe el salario con el que adquiere los medios de subsistencia. Aquí la circulación es mercancía (fuerza de trabajo vendida al capitalista) – dinero (salario pagado por el capitalista) –medios de consumo (adquiridos por el obrero con su salario, no con su “capital”). No cabe hablar de valor que se valoriza. Por eso es un disparate pretender que la fuerza de trabajo es capital.
Pero ese es el disparate en el que incurre la TCH, lo que es fuente de indisimulables contradicciones lógicas. Lo vemos en Schultz, cuando intenta definir la inversión en “capital humano”, como distinta del consumo. Según Schultz, los gastos que satisfacen preferencias del consumo y no mejoran la capacidad del trabajador representan “consumo puro”, y no cuentan como inversión. Por otro lado, estarían los gastos que mejoran la capacidad productiva y no satisfacen ninguna preferencia de consumo. Son estas las “inversiones puras”. Y en el medio de las dos categorías extremas, existirían combinaciones de las dos. Pero esa división no tiene sentido: el obrero puede gozar con el consumo de su plato favorito, y ese consumo es productivo en la medida en que mantiene su fuerza de trabajo (y sin ese mantenimiento no hay conocimiento que valga). De la misma manera, el obrero adquiere bienes que no hacen a la reposición puramente fisiológica de su fuerza de trabajo, pero son socialmente indispensables para conformar una canasta salarial que induzca al trabajador a producir en condiciones normales. El aspecto histórico – moral del valor de la fuerza de trabajo, destacado por Marx (también por Smith), juega un rol imposible de desconocer. Pero no puede ser registrado por la TCH.
Por otro lado, puede ocurrir que sea el capitalista el que esté interesado en aumentar la capacidad del obrero, a fin de aumentar su ganancia. Pero esto implica, una vez más, que adquirida esa mayor preparación el obrero seguirá vendiendo su mejorada fuerza de trabajo al capitalista. Pero esto es lo que niega Schultz, cuando dice que toda la capacidad producida por la inversión en educación o formación “deviene parte del agente humano y por lo tanto no puede ser vendida”. Por supuesto, la fuerza de trabajo es siempre parte “del agente humano” (Marx nunca negó semejante obviedad), pero esto no significa que esa fuerza de trabajo no sea vendida, por tiempos determinados, al capitalista.
Por supuesto, no se trata de una mera cuestión técnica, sino de la naturaleza social de la relación capitalista, y de la mercancía fuerza de trabajo. En particular, porque la fuerza de trabajo existe como mercancía en tanto su poseedor no es propietario de medios de producción. Es la base de la relación –propiamente, coerción económica sobre el trabajador- capitalista. Por lo cual no cabe hablar de “capital humano en manos del obrero”. El capital está en manos del capitalista, y la fuerza de trabajo (con mayor o menor grado de educación y preparación) en manos del obrero.
c. El carácter conflictivo del proceso de trabajo
La TCH hace desaparecer el poder que da la propiedad privada de los medios de producción sobre el trabajo. Pero esta “desaparición” no se limita a la relación en el mercado, ya que se traslada al proceso de producción. Es que en el lugar de trabajo el capitalista busca extraer todo el plustrabajo posible, en tanto el obrero intentará proteger su única mercancía, la fuerza de trabajo, de un desgaste prematuro. El grado en que uno o el otro se imponga dependerá de las relaciones de fuerza al interior de la empresa -por ejemplo, el nivel de organización sindical, los desarrollos tecnológicos, la presión del ejército de desocupados. Incluso la preparación ideológica de la fuerza de trabajo (por ejemplo, convencer al obrero de que el modo de producción capitalista es “naturalmente justo”), no necesariamente está relacionada con aumentos de la productividad. El asunto es importante, pero nada de esto se puede atisbar siquiera con la TCH. Según esta última, la relación de producción es una cuestión puramente técnica (Bowles y Gintis). Y el obrero maximiza salarios arbitrando entre tiempo de educación y tiempo futuro de trabajo.
Demos un ejemplo concreto –esto es, históricamente real- de la imposibilidad de la TCH de dar cuenta del carácter antagónico de la relación capital / trabajo en el proceso de producción. Se trata de entender el fenómeno de la rotación de mano de obra. Becker lo aborda desde el punto de vista individualista / trabajador computadora maximizando / empresa decidiendo cuánto invertir. O sea, como si la cuestión fuera meramente técnica. Pero este enfoque no puede explicar las grandes transformaciones del proceso de trabajo, y de la relación capital / obrero en el mismo. No podemos desarrollar aquí el tema, por lo cual lo dejamos señalado con dos ejemplos históricos. El primero se refiere al movimiento de la administración científica, iniciado por Frederick W. Taylor, en el siglo XIX. Como explica Braverman (1981), fue un intento de aplicar los métodos de la ciencia “a los problemas crecientemente complejos del control del trabajo en las empresas capitalistas…” (pp. 106-107). “Control”, no preparación o educación. Es una transformación realizada desde la perspectiva del capitalista, no del obrero, consistente en “la administración de una fuerza de trabajo recalcitrante en un marco de relaciones sociales antagónicas” (p. 107). El problema de fondo, cómo dominar a una mano de obra que conoce el oficio y utiliza este como resistencia a los intentos del capital de intensificar la explotación. Por eso el taylorismo no investiga el trabajo en general, “sino la adaptación del trabajo a las necesidades del capital”. ¿Qué tiene que ver esto con los modelos formales abstractos de la TCH? Respuesta: poco y nada.
El otro ejemplo se refiere a la introducción del fordismo. Al respecto Braverman señala que a comienzos del siglo XX la construcción de automóviles en la Ford era una tarea reservada para los maestros de oficios. El ensamblaje final, en particular, era un trabajo altamente calificado. Años más tarde, y para satisfacer la demanda creciente de los autos modelo T, se introdujo la cinta, o cadena de montaje. Con ella los trabajos se parcializaron y descalificaron; la empresa eliminó los pagos de incentivos, se volvió a una tasa salarial nivelada por hora, de manera que una vez instalada la nueva organización el obrero no podía esperar ni una variación de su salario ni de las operaciones a ejecutar (véase pp. 177 y ss.). Los obreros entonces resistieron, muchos dejaron la empresa y la rotación del personal aumentó fuertemente. La misma empresa consideró luego que con la línea de montaje había enfrentado la crisis laboral más importante de su historia. Dice Braverman que a fines de 1913 cada vez que la compañía quería agregar 100 trabajadores a su personal debía contratar 963. Por último, Ford elevó los salarios y la tasa de rotación disminuyó. De nuevo, no vemos forma de encajar la TCH en estos hechos.
Interludio 1: pasaje de Marx sobre la abstracción del trabajo frente al capital
Por lo explicado más arriba, la propiedad privada del capital (dinero, medios de producción) supone una relación de poder del propietario sobre el no propietario. Por eso, dice Marx, frente al capital el trabajo existe como abstracción, en tanto está despojado de los medios con los cuales puede producir. Escribe Marx:
“La disociación entre la propiedad y el trabajo se presenta como la ley necesaria de este intercambio entre el capital y el trabajo. El trabajo, puesto como no-capital en cuanto tal, es: 1) Trabajo no-objetivado, concebido negativamente… En cuanto tal, es no-materia prima, no-instrumento de trabajo, no-producto en bruto: el trabajo disociado de todos los medios de trabajo y objetos de trabajo, de toda su objetividad; el trabajo vivo, existente como abstracción de estos aspectos de su realidad efectiva (igualmente no-valor); este despojamiento total, esta desnudez de toda objetividad, esta existencia puramente subjetiva del trabajo. El trabajo como miseria absoluta: la miseria, no como carencia, sino como exclusión plena de la riqueza objetiva” (Marx, 1989, t. 1, p. 236). No hay forma de que esta desposesión, fundante de la sociedad actual, se supere con mera instrucción del obrero.
d. El cuento del salario = productividad marginal y la PTF
La TEH tiene como uno de sus pilares la idea de que el salario es igual –en condiciones de equilibrio- a la productividad marginal del trabajo. Esta tesis neoclásica se repite insistentemente en los cursos de Economics. Pero no tiene sustento teórico ni empírico (véase aquí, aquí, aquí en crítica precisamente a un economista panelista de TV).
Vinculada a la idea de que el salario se iguala a la productividad marginal del salario, la TCH sostiene que cada factor –capital, tierra, trabajo- recibe su porción de acuerdo a su contribución al producto final. De ahí los cálculos de lo que en la literatura se llama “productividad total de los factores”. En este enfoque no hay lugar para mentar siquiera la noción de explotación. Hemos discutido esta cuestión en una nota anterior, dedicada a la PTF (aquí). Ahora solo señalamos que el problema planteado por el enfoque neoclásico que dio aliento a la TCH, a saber, cómo se explica la contribución del capital al crecimiento del producto es un falso problema (o un no problema), ya que tiene que ver con la forma en que se calcula la depreciación del capital fijo en las cuentas nacionales.
e. Trabajo abstracto y producción capitalista
Según la TCH, a medida que se desarrolla el capitalismo aumenta la especialización de los trabajadores –la heterogeneidad del trabajo- y los salarios también se incrementan porque las empresas requieren puestos más calificados. Pero esto no es necesariamente así. De la misma manera en que avances tecnológicos exigen nuevas y mayores capacitaciones, también operan tendencias en sentido contrario. Ya con la división del trabajo, de la que fue testigo Adam Smith, el obrero dedicado de por vida a ejecutar la misma operación simple “convierte su cuerpo entero en órgano automático y unilateral de dicha operación…” (Marx, 1999, p. 412, t. 2). En estos casos el aumento de la especialización va acompañado de la pérdida de otras habilidades –caída del valor de la fuerza de trabajo- a la par del aumento de la productividad. La capacidad del obrero se desarrolla de manera unilateral. El obrero queda más sometido. Otro ejemplo es el episodio ya mencionado de la línea de montaje.
Los procesos de homogenización y descalificación siguen ocurriendo. La TCH sostiene que el empleo ofrecido por los trabajadores es el resultado de distintos niveles de educación, experiencia profesional e instrucción. La realidad es que el trabajo ofrecido, dado el tipo de tareas, es altamente homogéneo. Ejemplo: cuando una empresa arma una línea de montaje y el trabajo estándar es realizado luego de una preparación relativamente corta, por ejemplo, 15 días o 1 mes, etcétera. Y ese trabajo es, una vez más, gasto humano de energía. En una entrada anterior, dedicada a las nociones de trabajo abstracto y concreto, escribíamos:
“… en el modo de producción capitalista el trabajo abstracto adquiere otra realidad práctica, a saber, la indiferencia del trabajador frente al carácter concreto, determinado, de su actividad. Es que solo en la sociedad capitalista el trabajo se ha convertido, para miles de millones de personas, en un “gasto humano de energía indiferenciado”, en cantidad de “trabajo simple”. Para el trabajador que hoy está en una línea de montaje, que hasta ayer era operario de máquina, y que mañana tal vez esté empleado en una empresa de limpieza, o en cualquier otra cosa, los diferentes trabajos concretos representan mero gasto de energía. Y a medida que, con el desarrollo del modo de producción capitalista, avanza la proletarización de sectores sociales, y la mecanización, el trabajo abstracto adquiere más y más entidad real”.
Becker (1983) dice que la empresa produce conjuntamente formación y bienes. Pero la empresa produce también descalificación de obreros (parcialización del trabajo, desposesión de conocimientos previos). No hay forma de encajar la TCH en esta realidad. Como tampoco encaja la teoría con la realidad de masas de trabajadores con preparación terciaria, por ejemplo, que están subempleados o desocupados; o que realizan tareas muy por debajo de la cualificación que obtuvieron en el sistema educativo. Una situación que pone presión sobre todas las capas de la clase obrera.
f. Bowles y Gintes sobre la oferta de capital humano
Según la TCH, la oferta de capital humano es la simple agregación de las elecciones individuales. Y la historia y el estado de la educación son el resultado de las elecciones individuales, con la lógica restricción de las tecnologías educativas y de producción disponibles.
Sin embargo, este esquema tiene poco que ver con la educación en EEUU (o de cualquier otro país, agregamos). La realidad es que la educación está determinada en gran medida por la demanda del tipo de fuerza de trabajo que necesita el capital. Más precisamente, destacan Bowles y Gintis, las escuelas producen “mejores” trabajadores primordialmente “por la correspondencia estructural de las relaciones sociales de educación con las de la producción capitalista, más que a través del contenido del currículum académico”. Por lo tanto, la organización social de la escuela no puede concebirse como el resultado de la agregación de elecciones individuales. En el caso de EEUU, por ejemplo, los cambios en las técnicas del aula, en las finanzas y el control de la escuela, a menudo fueron introducidos por las elites profesionales contra la resistencia popular. Por otra parte, están las escuelas y universidades –muchas veces privadas- para la formación del personal que integrará los planteles dirigenciales (en empresas privadas o en el Estado y empresas estatales). De nuevo, marcadas por su carácter clasista.
El abordaje individualista, sin embargo, no da cuenta del carácter socialmente determinado de la educación. Sin embargo, y como también señalan Bowles y Gintis, la acomodación del sistema educativo a la cambiante realidad económica, es en esencia un proceso regido por la estructura cambiante de la producción. Y la producción es gobernada por el objetivo de la ganancia.
Interludio 2: Alberdi y Sarmiento sobre educación y desarrollo
Es significativo que el gran referente histórico del liberalismo en Argentina, Juan Bautista Alberdi, tuvo una aguda conciencia de que el sistema educativo argentino debía adecuarse a las necesidades del capitalismo naciente (nos basamos en Tedesco, 1982). Esto es, el programa de Alberdi no basa la educación en las elecciones optimizadoras de los agentes económico. Si bien relativizaba el poder de la educación como agente transformador, su modelo era “el de una educación en relación directa con las necesidades de una economía desarrollada, basada en el comercio de materias primas y en la creación de industrias locales”. Con la precisión de que pensaba que la educación era un instrumento de menor eficacia para lograr el desarrollo, en comparación con la inmigración y la expansión de los ferrocarriles.
Este último punto era su mayor diferencia con Sarmiento. Pero para lo que nos interesa ahora es que también Sarmiento “advertía la necesidad de considerar a la educación desde el punto de vista de la Economía Política” y por lo tanto abogaba por una enseñanza “utilitaria, racional y científica”. Tiene poco o nada que ver con individuos estableciendo libremente sus cursos de vida –inversión en capital humano, cálculos de retorno, etcétera- y determinando entonces, desde “las decisiones micro”, el sistema educativo, o la oferta de fuerza de trabajo. Por caso, Sarmiento piensa que Argentina no poseía las fuentes naturales para el tipo de producción que se desarrollaba en los países adelantados (la llamada segunda revolución industrial, en las últimas décadas del siglo XIX) y propugnaba una enseñanza concentrada, no en la industria o en la ganadería, sino en la agronomía y la minería. En este proyecto el Estado era, a ojos de Sarmiento, la única garantía de promover estudios diferentes que los que elegían los hijos de los sectores económicamente más poderosos, volcados hacia las carreras de prestigio tradicional, tales como el derecho y la medicina. De nuevo, estos programas están atravesados por las relaciones de clase.
Otro ejemplo: Sarmiento critica el latifundio, pero es consciente de que esta forma de propiedad de la tierra no puede suprimirse a partir del sistema educativo (por ejemplo, fomentando escuelas agrícolas).
Por último, es clara la conciencia de que la enseñanza debe contribuir a la reproducción del orden social imperante. Al respecto Tedesco cita pasajes en los que Sarmiento sostiene que la educación enseña a respetar la propiedad ajena aun “bajo el aguijón del hambre”; y la enseñanza hace las veces de “cadenas y sustentáculos con respecto al orden social existente”; y dice que la educación “es el mejor sistema de policía”. Todo esto está más a tono con la tesis de Bowles y Gintis, que con la TCH.
Enfatizamos: La escuela no es neutra. La educación ideológica no es neutra. Esto es así, con vouchers o sin vouchers. Y existe un factor ideológico, de control social y formación de ideología que no se explica por algún cálculo de optimización de los individuos.
g. Plusvalía bajo forma de salarios
La desaparición de las clases sociales que realiza la TCH lleva a la no distinción entre la remuneración que corresponde al trabajador en tanto este vende su fuerza de trabajo, y genera valor y plusvalía, y el trabajo del “capitalista en funciones” –CEOs de empresas, integrantes de directorios- que dirigen la explotación y participan de la plusvalía extraída. Las diferencias de ingresos entre estos capitalistas y los trabajadores asalariados, incluso los que realizan trabajo complejo (por caso, técnicos e ingenieros) son enormes.
El carácter irrealista de la TCH ¿cómo calcula el trabajador?
El planteo de la TCH sobre que el trabajador conoce los salarios futuros (en el largo plazo) y los descuenta para calcular su valor presente y compararlos con el costo de la inversión en educación adicional, es una construcción artificiosa que tiene poco o nada que ver con la forma en que los hijos de los obreros se preparan para salir al mercado a ofrecer su fuerza de trabajo. Es que no hay manera de tener certidumbre acerca de la evolución futura de la demanda laboral en determinada rama o actividad al momento de optar por alguna de las alternativas (que son limitadas y sometidas a restricciones) educativas posibles. Como tampoco nadie puede determinar el valor presente de un ingreso a, digamos, 20 o 25 años vista.
En suma, los ejercicios matemáticos, que realiza el economista neoclásico pro TCH en su escritorio solo sirven para dar un barniz de “ciencia” a una teoría alejada de la realidad social, diríamos que casi autista. Y para justificar un enfoque, y eventualmente políticas, reaccionarias. Para ejemplificarlo con el caso de Argentina, ¿qué sentido tiene hablar de los ejercicios de optimización de los que resultarían senderos individuales de crecimiento de los ingresos cuando el 66% de los menores de 18 años son pobres por ingresos, o están privados de derechos básicos como el acceso a la educación, la protección social, vivienda o baño adecuado, acceso al agua o a un hábitat sano? ¿Cómo se puede afirmar que el futuro de estos millones depende de que realicen las elecciones correctas y se esfuercen para subir en la escala social?
Conclusión: capital humano, un concepto reaccionario acorde con LLA
La TCH se articula enteramente sobre un enfoque individualista, que intenta borrar por completo la lucha de clases y el carácter explotador del capital. Está en línea con lo que en entradas anteriores dijimos sobre la LLA: “…no hay que minusvalorar el peso ideológico y político del discurso de la ultraderecha. En particular, su exaltación del individualismo, que apunta a quebrar todo sentimiento de solidaridad, de hermandad de clase de los explotados. Este mensaje encuentra oídos receptivos en coyunturas de crisis y en ausencia de programas y perspectivas superadoras por la izquierda. De ahí que la derecha busque exacerbar la competencia entre los mismos trabajadores, o entre los que tienen trabajo y los que están desocupados. El comportamiento egoísta es fomentado de todas las formas posibles. Es la esencia de la “batalla cultural” de los Milei y Benegas Lynch”.
Bibliografía citada
Becker, G. (1983): El capital humano: Un análisis teórico y empírico referido fundamentalmente a la educación, Madrid, Alianza Editorial.
Bowles, S. y H. Gintis: “The Problem with Capital Human Theory- a Marxian Critique”, The American Economic Review, vol. 65, 2, Papers and Proceedings of the Eighty-seventh Annual Meeting of the American Economic Association, 74-82.
Braverman, H. (1981): Trabajo y capital monopolista. La degradación del trabajo en el siglo XX, México, Nuestro Tiempo.
Marx, K. (1999): El capital, México, Siglo XXI.
Marx, K. (1989): Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, México, Siglo XXI.
Quintero Montaño, W. J. (2020): “La formación en la teoría del capital humano: una crítica sobre el problema de la agregación”, Análisis Económico, vol. 35 N° 88, México.
Schultz, T. W. (1961) “Investment in Human Capital.” The American Economic Review 51.1.
Tedesco, J. C. (1982): Educación y sociedad en la Argentina (1880-1900), Buenos Aires, Centro Editor de América Latina.
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Fuente: Rolando Astarita [Blog]